Dirección y guion: Maite Alberdi. Intérpretes: Sergio Chamy, Rómulo Aitken, Marta Olivares, Berta Ureta y Zoila González. País: Chile. 2020. Duración: 90 minutos.

esde que comenzó el siglo XXI, Chile se ha ganado un lugar en las secciones oficiales de los mejores festivales de cine internacional. Ningún gran evento que se precie osaría programar sin comprobar las últimas novedades del cine chileno porque, permeable a los nuevos modos narrativos, Chile practica un cine radicalmente contemporáneo con cineastas tan estimables como Pablo Larrain, Sebastián Silva y Alicia Scherson.

El caso de Maite Alberdi representa, en clave bienintencionada, esa vocación del país latinoamericano por practicar un cine menos convencional, menos ortodoxo. Pero al contrario que Pablo Larrain, quien se mueve con destreza por las cloacas de la miseria humana interpelando al espectador por el horror que recrea en sus argumentos, Alberdi no renuncia a denunciar ese egoísmo social pero lo hace con una voluntad menos perturbadora; en algún modo, terminen mejor o peor sus historias, la esperanza nos aguarda en algún lado.

El agente topo se presenta como un documental pero, aunque sus protagonistas no hacen sino autorrepresentarse, el artificio de su estructura narrativa deja claro que estamos ante una extraña ficción. Extraño es que una agencia de detectives contrate a un anciano de 83 años para encomendarle una misión con aires de humorada. Alberdi empieza esa extraña operación topo con un casting real para encontrar a ese agente que deberá infiltrarse en una residencia de ancianos.

Su misión consiste en describir lo más exhaustivamente posible qué está ocurriendo en su interior, qué pasa realmente cuando las visitas que reciben los residentes se van y los pacientes se las ven directamente con sus cuidadores sin miradas externas que puedan juzgarlos.

La parte verdaderamente documental, la que nada sabe de efectos especiales, trucos de guion, ni maquillajes de envejecimiento, se ha trenzado sobre un casting de elevada edad, gente corriente escogida para comportarse como lo que son, porque el relato que desarrolla El agente topo se circunscribe al devenir diario de las personas que viven en una residencia. Aquí nadie interpreta nada, todo el mundo se limita a ser lo que es. Alberdi pretende captar sus relaciones y sus reacciones y ese material de investigación del agente topo que se convertirá en testigo de cargo. Mientras tanto, el detective septuagenario, como nuevo residente y dada su buena forma y mejor aspecto, se convierte en el objeto de atención. Ese agente que responde al nombre de Sergio, recibe una instrucción previa por parte de su patrón, quien le inicia en los pormenores de su tarea. En realidad lo que Sergio debe analizar surgió de las sospechas de la hija de una de las residentes.

Hace cuatro años, Maite Alberdi codirigió un cortometraje en torno a una anciana vasca ingresada en una residencia cuya desorientación le hacía no saber ni siquiera que no estaba en el País Vasco. De aquel cortometraje emana en algún modo este largo que tiene sus mejores aciertos en la fuerza carismática de esos veteranos enrolados sin ninguna experiencia actoral. De esa frescura y desinhibición nacen los mejores momentos de una propuesta tan insólita en su forma como convencional en su tratamiento. Nada nuevo en la trayectoria de una Maite Alberdi que en piezas anteriores, como Los niños (2016) y La once (2014), mostró querencia por retratar personas de carne y hueso bajo los nutrientes propios del cine documental entendido como un modelo abierto y nada dogmático. Casi todo vale para potenciar su voluntad de asomarse al laberinto de la condición humana. Incluso hacer creer a los residentes que se grababa la vida corriente cuando en realidad se buscaba filmar las pesquisas de un agente aficionado tratando de verificar posibles maltratos. Bajo esa apariencia de divertimento banal que arranca sonrisas, Maite Alberdi se las ingenia para recordarnos la responsabilidad individual ante la situación de desafecto, soledad y abandono de nuestros ancianos.