Nunca pierde de vista a su ciudad natal, pero lo cierto es que Olmo Marín y la música hace tiempo que caminan lejos de la capital alavesa. Tras desarrollar diferentes proyectos durante sus años en Rotterdam, el intérprete y compositor vitoriano se encuentra desde hace un lustro en tierras portuguesas. Desde Lisboa, siempre inquieto, está haciendo camino con propuestas como Sambacalao, con bandas sonoras para películas, con colaboraciones especiales junto a músicos como Salvador Sobral, y, sobre todo, con su trabajo en el grupo Rosa Mimosa y sus Mariposas.

“Holanda fue un lugar maravilloso para formarme como músico, y estoy orgulloso y agradecido de mis tiempos por allí. Sin embargo, y pese a la mejor calidad de vida a nivel económico y laboral, sentía falta de vida, de calle, de calor, de desparpajo e improvisación en el día a día, en la gente, en la manera de vivir, en la música”, así que tras una primera visita en 2013 a la capital portuguesa para encontrarse con un amigo “me enamoré de la ciudad, de la luz, la magia y la libertad”, así que dos años después hizo las maletas y se trasladó. “Entendí que Lisboa era un pequeño paraíso. Salías de casa una tarde y no sabías que podía pasar: escuchabas música caboverdiana en una esquina, en la siguiente había un concierto de samba, comías por cuatro duros, y te pasabas la noche en la calle, conociendo gente, bailando y tocando hasta el amanecer. Nunca he vivido algo igual, una sensación de que todo era posible. En Rotterdam dejé una familia maravillosa, pero en Lisboa encontré otra manera de vivir”.

Eso sí, como en cualquier comienzo, los primeros pasos no fueron sencillos. Aún así, “poco a poco”, fue “metiendo la patita” pudiendo conocer a “músicos maravillosos de todos los lados. En Lisboa se escucha fado pero también samba, maracatú, morna, funaná, salsa, tango, música mandinga de Guinea o semba de Angola...”. Junto a algunos nuevos compañeros formó Orquestra Latinidade, “que intentaba traducir esa transculturalidad atlántica que la ciudad emanaba”, llegando a grabar un disco y a tocar en varios festivales. Fue una experiencia “maravillosa”.

Además, “en la noche” fue gestándose el proyecto de Rosa Mimosa y sus Mariposas. “En esa época la ciudad estaba cambiando muy rápido, empezaron a llegar muchísimos turistas, con mucho más poder adquisitivo, cruceros con jubilados adinerados que generaron un terremoto de gentrificación. Pero al mismo tiempo llegaron muchos estudiantes y gente joven extranjera, que se mezclaba en las calles con la ya internacional fauna lisboeta, y que empezaron a entender y valorar la riqueza de los ritmos y estilos africanos y afrolatinos que se escuchaban por ahí. Entre ellos apareció la cumbia, muy fácil de entender, de bailar y de tocar; y en el fondo, no tan diferente a la pimba (música verbenera portuguesa), a la coladera caboverdiana o a otros ritmos de las excolonias portuguesas muy populares en la ciudad. Entre tanta energía, tanto calor y tanta sensualidad, una de esas noches, Nico Bragunde tuvo la absurda y brillante idea de crear una banda de cumbia en Lisboa”. Dicho y hecho.

Haciendo jams, tocando en el sótano de una asociación anarquista, interpretando versiones, aprendiendo los unos de los otros se fueron juntando piezas. “Fue una locura maravillosa”. Era 2016 y al poco tiempo ya dieron su primer concierto “y año y medio después (tras varios desencuentros y cambios de plantilla) nos invitaron a tocar en las fiestas del barrio y la ciudad. ¡Fue todo un subidón!”. En el grupo coinciden personas de lugares muy distintos, respondiendo también a la diversidad de la propia ciudad. “El hecho de que haya gente de Argentina, Uruguay, Colombia, Italia y afroportugueses ha hecho que las variantes de cumbia que tocamos hayan ido cambiando con el tiempo. Tocando aprendimos que la cumbia es un género muy amplio, que nació en Colombia y de ahí se extendió para el resto de América Latina y el mundo. Dentro de nuestras limitaciones, intentamos abarcar todos esos géneros, desde cumbia tradicional con gaitas y tambores de Colombia hasta la chicha de Perú, cumbias de acordeón de México o cosas más modernas”.

Desde esa base, el proyecto empezó a presentarse ante el público. “Al comienzo parecía difícil encontrar garitos en los que cupiesen once músicos pero en Lisboa hay una gran red de asociaciones culturales que, entre otras cosas, funcionan como plataforma para artistas. Nos dieron la oportunidad y no fallamos: aunque tocásemos regular, llenábamos el lugar y la gente bailaba, bebía y cantaba un montón. Así, poco a poco fuimos mejorando, ganando confianza, nos dimos a conocer por Lisboa y nos empezaron a llamar de otros sitios en Portugal”. En la capital actuaron en sus fiestas “y llenamos una plaza tipo Fueros, fue brutal”. Además, la formación ha recorrido el país, actuando además como telonera de bandas como Eskorzo y Meridian Brothers. “Hasta coincidimos con Manu Chao”. Y no hay que perder de vista su participación en el Boom Festival, que reúne cada jornada a unas miles de personas de diferentes procedencias.

Así lo explica el vitoriano, que apunta que “en general, en Portugal hay bastante cultura de bailar, sobre todo por la influencia tan fuerte de la cultura y música de Brasil y de las excolonias portuguesas. Pero muchas veces son bailes de pareja y hay que saber y atreverse. La cumbia sin embargo es algo más libre y sencillo, no hay ningún paso que aprender, sólo moverse al ritmo. Esa libertad y alegría son muy contagiosas y fue fácil que calase en la gente”. Sin embargo, la pandemia llegó en un momento álgido del proyecto. “Estábamos tocando una vez por semana en un garito grande de la zona de marcha más importante, y justo cuando empezaba la primavera, zasca... Fue duro a muchos niveles. Hasta junio estuvimos muy parados, no teníamos ni donde ensayar. Aún así somos amigos e intentamos mantener la creatividad, hacer residencias artísticas en la naturaleza, seguir componiendo, grabar algún tema en casa y no desesperar o dejarlo. En septiembre, pese a las restricciones, nos invitaron a tocar en el primer festival grande que se hacía tras la pandemia. Fue muy raro tocar para doscientas filas de gente sentada muy lejos del escenario en sillas de plástico separadas por dos metros... y cuando alguien se levantaba para bailar en seguida venían a disuadirles. Nunca pensé vivir en un mundo en el que estuviese prohibido bailar”. Por desgracia en este caso, siempre hay una primera vez para todo.

La llegada del otoño y el recrudecimiento de la pandemia volvió a cancelar la agenda. “Pensamos que lo más inteligente, ya que los conciertos no iban para adelante, era grabar. Aunque empezamos a echar cuentas y se nos iba un poco de las manos”. De ahí que se optase por la fórmula del crowdfunding, aunque ninguno de los componentes de la banda había participado nunca en una campaña de micromecenazgo. El resultado habla por sí solo. Necesitaban 4.265 euros y se quedaron cerca de los 5.000. “Ahora nuestra prioridad está en ensayar duro para hacer un buen trabajo en el estudio. Justo estos días ha vuelto la cuarentena obligatoria a Portugal, pero parece que grabar en un estudio se considera trabajo, así que esperemos que podamos llevarlo a cabo. Esperamos que para marzo o abril ya esté el disco terminado. A ver si para verano se abre el panorama y podemos hacer una gira de presentación. Si la gente puede bailar será una orgía de baile y locura”.

Lo cierto es que la pandemia ha trastocado todo. De hecho, el músico reconoce que al principio estuvo pensando en volver a Vitoria. “Pero entendí que así no ayudaba y luego ya cerraron las fronteras. Fue curioso ver cómo estando lejos nos juntamos más. Yo comía con mi familia por Skype casi todos los días y hasta echábamos pintxo-pote virtual con la cuadrilla...”. En el plano musical, por su parte, “fue duro” y eso que “durante algunos meses recibía alguna ayuda económica del Gobierno portugués; además, las asociaciones de músicos y artistas aquí se organizaron para dar ayuda a quien lo necesitaba”.

Intentó ofrecer actuaciones online pero son “un coñazo, un sucedáneo tanto para el que toca como para el que lo ve. Un concierto es un ritual en el que se junta la energía de la música con la del público, pero también está el hecho de compartir un lugar, bailar, beber, reír, cantar... Parece que hoy en día, como no se puede de otra manera, todo tiene que pasar por una pantalla, y al final parece que nos tenemos que acostumbrar a todo. Hombre, a falta de pan... pero no es lo mismo. Espero que pronto vuelva la salud, la libertad de bailar y sudar juntos, de compartir en vivo y en directo. Eso es lo que más echo de menos”. Aún así, el pasado julio pudo hacer una mini gira por Francia y realizar algunas actuaciones con las que ahorrar. “Ahora toca seguir empujando, creando, grabando y esperar que en primavera abran el mundo para poder vivir. Y si no, al pueblo a cultivar patatas y hacer pan, es lo que toca”, apunta el creador, que aunque tiene centrada su mirada en Rosa Mimosa y sus Mariposas, mantiene otras propuestas en activo.

Junto al acordeonista de la banda, de hecho, se ha adentrado en el mundo de la música para el cine. Pablo Ignacio Coronel es también realizador y para el documental Cumbia que te vas de ronda solicitó al vitoriano que compusiera la banda sonora. Además, Marín también tiene abierto otro camino con la cantante caboverdiana Nancy Vieira. “Es la heredera de Cesária Évora y con ella, antes de la pandemia, solía viajar bastante por Europa y Rusia. La idea es en febrero grabar algunos vídeos para seguir promocionando su música y encontrar conciertos de cara a verano”. En paralelo, mantiene el dúo Sambacalao junto a Diogo Picão, con quien espera editar disco en breve. Y junto a él trabaja en su proyecto en solitario, con otro álbum en camino. A todo ello hay que sumar que “en noviembre di un concierto de música mexicana con Salvador Sobral y sueño con que ese proyecto continúe”. Ojalá la pandemia no impida ni ese ni otros sueños. Y que él pueda volver a tocar con cualquiera de estas aventuras en su Vitoria natal.

El grupo Rosa Mimosa y sus Mariposas centra su atención aunque también realiza colaboraciones como con Salvador Sobral

“En el confinamiento estuve comiendo por Skype con mi familia casi todos los días y echaba pintxo-pote virtual por Vitoria con la cuadrilla”