La actividad no paró ni durante el confinamiento. Haciendo verdaderos milagros con los espacios de cada casa y las nuevas tecnologías, la gran familia de más de 200 alumnos y alumnas que conforman el Conservatorio Municipal de Danza José Uruñuela siguió trabajando a la espera de poder volver a las aulas. Ese deseo ya es realidad, aunque la presencia del covid marca y mucho.

De hecho, el pasado mes de julio se estuvo trabajando en un amplio y estudiado protocolo de cara al inicio de este curso 2020/2021, un documento que se está aplicando de manera rigurosa para hacer posible la labor educativa y cultural que desarrolla el veterano centro. Los retos no son pocos puesto que la práctica de la danza impide que el alumnado, como sí sucede en espacios de formación de otras disciplinas artísticas, reciba clases individualizadas que faciliten cuestiones como la distancia social. Eso sin perder de vista que se ha tenido que renunciar a impartir determinadas materias como Paso a Dos por lo que implica de contacto físico. “La verdad es que en los días previos a comenzar el curso estaba un poco asustada pero está colaborando y trabajando tanto todo el mundo que no hay más que palabras de agradecimiento”, dice con una sonrisa de alivio Ainhoa Arenaza, directora del José Uruñuela.

Cada día, muchos pasos a dar antes, durante y después de bailar. Eso sí, el primero de ellos en la sede del conservatorio -ubicada en la plaza de las Provincias Vascongadas- es uno atrás. Al centro no pueden acceder las familias del alumnado, solo para trámites administrativos o tutorías pero bajo cita previa. A partir de ahí, en todo momento hay que llevar la mascarilla puesta, incluso cuando se está practicando en clase. “Al principio era muy raro porque te cansabas mucho más rápido y bajaba un montón el rendimiento. Claro, al no haber podido practicar durante tanto tiempo, el hecho de volver y hacerlo con la mascarilla fue complicado. No podía respirar. Ahora nos hemos acostumbrado pero, aún así, sigue habiendo mucha diferencia” apunta la bailarina Oihane Aramendia.

En este sentido, el profesor Sergio Viana critica la discriminación que esta medida supone, por ejemplo, con respecto a disciplinas deportivas en las que se permite el entrenamiento y la práctica sin mascarilla. “Sin mostrar la cara es muy difícil transmitir nuestro trabajo. Un deportista no puede correr con mascarilla pero nosotros sí tenemos que bailar con ella. Nuestros alumnos son muy disciplinados y tienen mucho mérito. Y es evidente que tenemos un protocolo que se debe cumplir, pero no entiendo la razón por la que hay excepciones para unos y no para otros”, describe, al tiempo que reclama de los responsables políticos que piensen en el futuro, “que son nuestros hijos e hijas”.

La normativa, por supuesto, no acaba aquí. Si quien acude al centro no va a pasar de su primer edificio (donde fundamentalmente está la zona de oficinas y administración), el hidrogel es obligatorio nada más acceder. Pero si, como la gran mayoría, se va al segundo, a donde se encuentran las aulas, hay también que tomarse la temperatura. Y así, cada día, el profesorado se encarga de acudir a la zona habilitada para tal fin -donde hay unas señales amarillas para que el alumnado espere respetando las distancias- y se procede a comprobar que todo está como debe. A recibir así a cada grupo de alumnos acuden cada vez dos personas, la conserje del conservatorio y quien da la clase o la pianista acompañante si está libre.

El siguiente paso se da en el edificio de las aulas. Toca lavarse las manos con agua y jabón o con gel, dependiendo de las edades. Eso sí, nada de entrar en los vestuarios. Hay que intentar acudir con la malla ya puesta. Si no es posible, se habilitan unos espacios de uso individual. A partir de ahí, el calzado se queda fuera de la clase. Dentro, diferentes pegatinas amarillas se distribuyen por el espacio para marcar dónde colocarse para respetar las distancias. También el suelo está marcado, igual que las barras.

Todo está pensando para cumplir las medidas de seguridad. Y no hay posibilidad de tocarse, tampoco para corregir una postura. Si no queda más remedio, hay hidrogel por todos los sitios. “Personalmente puedo decir que está siendo mejor de lo que esperaba”, asegura la profesora Elvira Illana, más allá de que, como ella misma describe, “estamos hablando de una actividad cultural muy dinámica y en esta situación es complicado poder desarrollarla. Aún así, hace tanto tiempo que no están aquí y tienen tantas ganas de volver, que eso ha compensado un poco lo que estamos pasando. Incluso diría que ha hecho que el alumnado esté todavía más volcado en adaptarse a tope a esta situación. Tienen muchas ganas, igual que nosotros”.

Eso sí, toca terminar una clase y empezar otra. El protocolo se sigue desarrollando. Hay que desinfectarlo todo. El alumnado más mayor limpia las barras. Las pianistas hacen lo propio. Pero es el personal de limpieza el que lleva el mayor peso. Más allá del trabajo que se hace por las mañanas, el verdadero maratón se produce a las tardes, puesto que son las horas en las que más estudiantes hay. “Tienen todo un organigrama de cuándo sale y entra cada aula para limpiar entre una clase y otra. Las seis es una hora crítica”, dice Arenaza, quien asume que “la colaboración extrema del personal está siendo fundamental. Se les ha incrementado el trabajo y de manera continua y aún así, cuando pides un favor para que se ocupen de esto o lo otro, no hay ni el más mínimo problema”.

Cualquier detalle suma en un curso nada sencillo que discurre, por supuesto, muy atento a la evolución de la pandemia y los cambios que se puedan ir dando en las diferentes órdenes y recomendaciones sanitarias. De momento, eso sí, el José Uruñuela sigue trabajando en hacer posible el calendario de actuaciones que tiene previsto. Con la mirada puesta en 2021, en febrero se realizarán las actuaciones pedagógicas en el Principal, mientras que en mayo se celebrará el Día Internacional de la Danza.

Será el paso previo antes de regresar al escenario de la calle San Prudencio para ofrecer la gala especial que el conservatorio organiza cada dos años. Y a esto hay que sumar la participación en KaldeArte (junio) y en el programa Vital Por Álava (con citas en Amurrio y Dulantzi a finales de mayo y principios de junio). “Estás en clase, estás aprendiendo y disfrutando pero lo que más te apetece es el proceso de preparar una actuación y poder ofrecerla al público. Ya que cabe la posibilidad de que lo hagamos, me hace una ilusión tremenda. Claro, el curso pasado, justo el último cuatrimestre, que es cuando más actuaciones tenemos, nos cancelaron todo y fue un chasco. Vamos a ver si podemos disfrutarlo este año”, desea la bailarina Haizea López.

De hecho, el recuerdo de lo vivido y aprendido durante la última parte del pasado curso está más que presente, entre otras cosas porque tampoco se puede descartar que en algún momento se vuelva a lo mismo. Lo cierto es que en marzo, y en un tiempo récord, el José Uruñuela fue capaz de armar una amplia oferta formativa online, incluyendo clases magistrales virtuales junto a ex alumnos y alumnas del centro que ahora desarrollan su carrera profesional por diferentes compañías y países.

“Solamente tengo buenas palabras para el equipo. Nos cerraron el centro y pensábamos que iba a ser algo corto. Pero no fue así y tuvimos claro que debíamos seguir adelante. Empezamos a hacer reuniones online y decidimos que íbamos a dar todas las clases de manera virtual, aunque había alguna asignatura en la que eso era imposible. Fue clave la comunicación con el personal”, recuerda Arenaza. “Fuimos testando todo cada día. Y buena parte del profesorado no paraba de dar ideas. Pero es que además el personal no docente también quiso hacer cosas, así que nos inventamos grupos de trabajo para, por ejemplo, atender a los niños con diferentes iniciativas o actualizar nuestra web o...”.

Por supuesto no todo fue perfecto. Como recuerda con una sonrisa que va más allá de la mascarilla la bailarina Nawal Boteffah, “cuando estábamos en casa haciendo las clases, con la música de las pianistas, la verdad es que veía a las compañeras por la pantalla y no íbamos todas igual. Era un poco lío. Tampoco el espacio era el mejor. Yo me agarraba a la estantería para poder trabajar pero la verdad es que no podías hacer gran cosa”. Las circunstancias no eran las ideales, pero, como dice Viana, “las clases online son mejor que nada. Por supuesto tienen sus limitaciones. A una alumna la veías a la mitad, a la otra... Pero por lo menos, estaban trabajando porque uno de los peligros es no cuidarte, puesto que cuando vuelves a la actividad pueden aparecer las lesiones”. Eso sin contar que el confinamiento también supuso un encierro a nivel psicológico, un aspecto que el profesor subraya. Caer en la tristeza no deja de ser otra lesión.

Lo cierto es que esa experiencia le sirvió al profesorado para demostrar que se podía adaptar. “Hubo que transformarse y lo hicimos. Intentamos hacer las cosas de formas diferentes y también nos encontramos con que las alumnas quisieron estar muy activas. No es la fórmula ideal, pero bueno”, añade Illana. De hecho, esa actitud es algo que remarca Viana: “lo que hemos hecho es un mérito. Estábamos trabajando en casa con pianista, y el alumnado estaba trabajando muy bien. La verdad es que los estudiantes respondieron de manera fenomenal. Y eso es muy positivo, dice que podemos sobrevivir”. Nada puede detener a la danza.

“Está colaborando y trabajando tanto todo el mundo que no hay más que agradecimiento”

Directora

“Un deportista puede correr sin mascarilla pero nosotros tenemos que bailar con ella”

Profesor

“El alumnado tenía tantas ganas de volver, que eso ha compensado lo que estamos pasando”

Profesora

“Cuando estábamos en casa haciendo las clases ‘online’, la verdad es que era un poco lío”

Bailarina

“Lo que más te apetece es el proceso de preparar una actuación y poder ofrecerla al público”

Bailarina

“Te acostumbras a la mascarilla pero sigue habiendo diferencia en el rendimiento”

Bailarina