- Diez minutos antes de la hora de inicio de la representación -las siete de la tarde de cada día desde el pasado lunes 10-, se abre la puerta del teatro situado en la calle Pintorería. Antes de cruzar el umbral, llega la primera parada para controlar que quienes han comprado sus entradas, y solo ellos y ellas, se encuentran presentes. Unos pocos pasos más allá, respetando en todo momento las distancias, toca volver a detenerse. Hay que desinfectarse las manos y esperar a que se haga la toma de temperatura. Si todo está correcto, se accede al interior de la casa de Ortzai, a un patio de butacas cuya capacidad se ha reducido a 26 personas, que se encuentran separadas, además, por unas pequeñas y coquetas mesillas, que esperan a los espectadores con botellines de agua para cada uno, así como con una dulce sorpresa gastronómica. La grabación ya habitual que recuerda que hay que olvidarse de los móviles y de hacer fotos durante el espectáculo, precede al inicio de Una cadena al tobillo, de Georges Feydeau. El enredo está servido. Así pasará hoy. Y mañana. Y pasado mañana. Y al otro. Y... No hay descanso hasta el próximo 31.

La compañía gasteiztarra no falla. Sus Clásicos de Verano se han convertido en una cita indispensable después de tantas ediciones, aunque este 2020 está siendo distinto en muchos sentidos. Para empezar, porque el ciclo arrancó mucho antes de lo habitual, en junio, cuando la desescalada lo permitió y el grupo recuperó el montaje Las azarosas andanzas de dos pícaras pellejas, que se pudo ver hasta principios de este mes. Para seguir, porque como plato fuerte de esta época estival se buscó un título pensado por completo para reír, sin mayores trasfondos ni implicaciones. El humor como terapia en tiempos de pandemia. Y para concluir porque el covid-19 implica no pocos cambios en las costumbres de público e intérpretes, desde esa mencionada entrada escalonada hasta una despedida en la que actores y actrices no se ponen a la salida para hablar y saludar a los asistentes como otras veces.

En una escenografía mínima que se cambia en dos ocasiones a lo largo de la hora y casi tres cuartos de actuación -no hay descanso- para recrear tres espacios diferentes, el reparto dirigido por Iker Ortiz de Zárate (que tiene dos papeles muy pequeños pero significativos) lleva a los presentes por un cruce de amoríos, intereses y equívocos que parece no tener fin. Todo ello vivido tras la mascarilla, que impide ver los gestos y reacciones de los espectadores, pero que no es problema a la hora de escuchar sus risas, ese objetivo tan preciado para Ortzai con este proyecto en concreto. Pero todo inicio tiene un final y llega el momento de irse, de dejar atrás un escenario que hoy se volverá a iluminar. Y mañana. Y pasado mañana. Y al otro. Y...