i ama me reñía, bueno, me riñe todavía cuando voy a comer a casa de los aitas, porque nunca me termino el plato y siempre dejo algo. En casa con mis compis de piso también me pasa. Imanol, que es el cocinillas, se cabrea mucho conmigo. "Las sobras para el perro, aunque no hay perro, salvo que seas tú", me suelta alineándose, sin saberlo, con mis padres. Me pasa y siempre me ha pasado: no acabo todo lo que empiezo. Creo que solo hay una cosa que siempre, siempre, he terminado. Y es el Burmar Flax, que toda la vida lo he pronunciado mal, pero me entendían al comprarlo. Es esa golosina helada dentro de un plastiquillo en el que te dejas los dientes para abrirlo, y que de txiki lo disfrutaba como el mejor de los helados, dejando el hielo blanco de tanto chupar y, lo mejor, disfrutando de ese liquidillo derretido que se quedaba en el fondo y que subías apretando bien el plastiquillo. Lo que no hago con la pasta de dientes... lo sigo haciendo con el Burmar Flax. J. Gorriti

Burmar Flax

Creado hace medio siglo, logró revolucionar el mercado con su original formato y sabores (naranja, fresa, limón, lima, cola y tropical). Hoy tiene decenas de imitadores y hasta una versión Zero.