avarra, lindando con Francia, Aragón y Castilla y punto de todas las ambiciones, degradada y empobrecida, nada o poco podía hacer". Es el desesperanzado resumen que al historiador Zabala se le ocurre de una oscura etapa de 300 años que comienza cuando la dinastía de Champagne se hace cargo del trono navarro. Reyes de tan triste memoria como los Teobaldos de Champagne, o de tan deslucida como clarificadora onomástica Juan I "El de los pocos días", Felipe II el Luengo, Carlos I el Calvo —todos ellos de la Casa de Francia—, dan una idea del poco entusiasmo con el que asumieron las riendas del Viejo Reyno.

Siguiendo con extrañas dinastías, y teniendo en cuenta el desastre que supuso la ininterrumpida sucesión de ajenas posaderas en el trono navarro, llegó la debacle con la Casa de Evreux, concretamente con Carlos III el Noble a quien no se le ocurrió mejor determinación que curarse en salud casándose con doña Leonor de Castilla y así meterse de hoz y de coz en la boca del lobo. No pararon ahí los desastres de la Casa de Evreux, porque al morir el rey Carlos III heredó el trono su hija doña Blanca I, que redondeó la faena casándose con Juan II de Aragón, a su vez primo carnal del rey de Castilla. De este matrimonio nació en 1421 un hijo, Carlos —el Príncipe de Viana—, a quien las Cortes Generales de Nafarroa, temiéndose lo peor, proclamó en Olite príncipe heredero cuando sólo tenía un año para evitar que algún día fuera su propio padre quien le disputase el trono. Los temores se cumplieron y, a la muerte de Blanca I en 1441, su consorte aragonés don Juan le arrebató la corona. Nafarroa continuó así en manos extranjeras, esta vez bajo la Casa de Aragón.

Este histórico rifirrafe entre padre e hijo, como era de esperar, costó una guerra civil entre los partidarios del Príncipe de Viana (beamonteses) y los de Juan, su padre (agramonteses). Más adelante nos pararemos a recordar este desgraciado derramamiento de sangre. La guerra civil, por desgracia, se saldó con la victoria del padre, aragonés, que reinó en Nafarroa hasta su muerte, en 1479.

Suele ocurrir que las instituciones van por detrás de los acontecimientos. Así ocurría en Nafarroa aquellos tormentosos años del reinado de Juan II de Aragón; la guerra civil continuaba y empobrecía el reino. Y no cesó la pelea a la muerte del rey, que nombró sucesora a su hija Leonor I de Foix, con lo que Nafarroa estrenaba una nueva dinastía foránea. Doña Leonor, que prefirió no entrar en ese avispero, cedió la corona a su nieto, Francisco Febo, a quien sólo reconocieron los ducados de Iparralde. En el sur, mientras tanto, continuaban las guerras entre agramonteses y beaumonteses como si el tiempo se hubiera detenido.

Poco le duró el trono a Francisco Febo, a quien sucedió Catalina de Foix en 1483 y con ella llegó la debacle. Ya comentamos antes la ambición que sobre Nafarroa mantenían los reyes de Francia y los de Castilla; pues bien, en esos años reinaban en Castilla Isabel y Fernando, llamados los Católicos, que tras consumar el matrimonio de conveniencia y unificar así Castilla y Aragón, heredado, de paso, los Paisos Catalans y desmantelado desaforadamente a la morisma, dedicaron sus desvelos a apropiarse del Reino de Nafarroa.

Y volvemos a doña Catalina de Foix, la pobre, que a sus 13 años era ya reina de los navarros. A Catalina quisieron casarla, encima, con el único hijo de los Reyes Católicos, pero el rey francés dispuso su matrimonio con don Juan de Labrit, o de Albret, o D'Albert, que de las tres formas se le menciona, natural de Guyena, la antigua Aquitania. Eran tiempos en que los reyes Católicos tenían todas las bendiciones de la Santa Sede, como pago a su victoria contra los infieles sarracenos y la reimplantación de la fe a golpe de machete. Eran tiempos, también, en que los reyes de Francia se habían vuelto díscolos en materia religiosa y se les tachaba de "enemigos del Papa y de la religión". Con ese cuento, el católico Fernando se alió con Enrique VIII de Inglaterra y se dispuso a escarmentar al hereje francés mediante el hostigamiento, qué digo, mediante la conquista de Guyena-Aquitania. Así, en 1512, mientras el inglés mandaba sus barcos a las costas galas llegando hasta Pasaia, el Católico enviaba al Duque de Alba al frente de sus tropas. Entró el de Alba por la Burunda y ocupó Iruñea el 24 de junio de 1512 bajo la condición de que serían respetados sus Fueros.

Nafarroa fue invadida y ocupada, sus Fueros pateados y, por no cumplir, ni siquiera el rey de Inglaterra fue ayudado para conquistar Aquitania. No fue esta la primera vez que los Reyes Católicos prometieron y no cumplieron. Los reyes navarros huyeron "al otro lado" por Irunberri-Lumbier, mientras que los castellanos hacían correr la voz de que Nafarroa había sido dada al rey Católico por el Santo Padre para pagarle así sus gastos en defensa de la Iglesia, con el agravante de que los navarros eran poco menos que herejes por seguir obedeciendo a un rey francés.

La dinastía de Nafarroa, que nació a principios del siglo IX a partir de las ruinas del Ducado de Vasconia, duró, a decir verdad, hasta 1234, año en que murió Sancho VII el Fuerte sin descendencia.

Y, para colmo, fueron aquellos años de banderizos por toda la geografía vasca. Entre los siglos XIII y XV, este fenómeno asoló Euskal Herria reflejando unos profundos problemas de estructuración social y política.

Según el criterio del historiador Koldo Larrañaga, las luchas banderizas vascas "representan quizá un enfrentamiento de la alta y baja nobleza... aunque en el caso de las banderías navarras (agramonteses y beaumonteses) dicho enfrentamiento venía ya condicionado por viejas querellas de hondas raíces económicas, sociales y lingüísticas, que venían diferenciando a las tierras pastoriles y tradicionalistas de la Montaña —de habla vasca—, de las agricultoras y señoriales de la Ribera". Es decir, partiendo de un profundo problema de diferenciación social y económica, las bandas se posicionan hacia determinadas opciones políticas. Quienes las acaudillan, normalmente miembros de la nobleza en mayor o menor poder, arrastran tras de sí de grado o por la fuerza al pueblo llano.

Resumiendo, y simplificando, diremos que en Gipuzkoa y Bizkaia se enfrentaban a muerte Oñacinos y Gamboínos, mientras que en Nafarroa eran Beaumonteses y Agramonteses quienes chocaban sus espadas. Por situar sus posicionamientos políticos, diremos que Oñacinos y Beaumonteses serían partidarios de Castilla, mientras que Gamboínos y Agramonteses mantendrían su adhesión a la corona de Nafarroa.

No podía Iparralde quedar al margen de estas luchas banderizas. Lapurdi participó de las asonadas de Gamboínos y Oñacinos, mientras que Nafarroa Behera y Zuberoa, salpicadas de lleno por las de Agramonteses y Beaumonteses, quedaban profundamente tocadas por el conflicto.

Entre unos y otros agravaron la situación de la sociedad vasca dejando el antaño poderoso Reino de Nafarroa a merced de las ambiciones expansionistas de los Reyes Católicos. Y no desaprovecharon la ocasión.