agamos un esfuerzo de imaginación: ya tenemos asentado en nuestra tierra a su habitante. Hemos descrito, con la simpleza que impone la distancia, un acontecer de miles de años; ahora recurriremos a la audacia para proyectarnos a aquella primitiva comunicación entre quienes patearon este territorio que hoy llamamos Euskal Herria cuando la historia no existía. Cuando aquellos seres evolucionados del Cro-Magnon pasaron del imaginario rugido a los rudimentos del lenguaje.

Martin de Ugalde, en la obra que citamos, acude a la sabiduría del lingüista Mitxelena para arrojar luz sobre los orígenes del euskera. Aun a costa de dar algún que otro palo de ciego, Mitxelena lo remonta a unos 6.000 años a.C. Hace el lingüista una importante reflexión: el euskera no ha venido de ninguna parte. Es decir, el euskera no estuvo sometido a los vaivenes de las migraciones de aquellos milenios, sino que “representa una especie de islote que ha quedado de una familia que tuvo que estar mucho más extendida”. Mitxelena prefiere no aventurarse hacia qué punto de la rosa de los vientos llegó el euskera, aunque alude a vestigios hallados en todo el sur de la antigua Aquitania francesa por un lado, y hasta muy adentrada Catalunya por otro.

El euskera, mientras nadie logre probar otra cosa, no pertenece a ningún grupo indoeuropeo. Ha venido recibiendo, lógicamente, algunas influencias por contacto, pero sin parentesco genético alguno. Mitxelena, sin temor a equivocarse, asegura que la lengua vasca ha evolucionado aquí mismo, sobre este mismo territorio.

De la misma manera que el vasco no es un hombre venido de otras tierras sino producto de la evolución que hace 7.000 años transformó aquí mismo al Cro-Magnon en el hombre de rasgos propios que hoy conocemos como “vasco”, lo mismo ocurrió con su idioma: no vino de ninguna parte, sino que estaba aquí.

A aquel primitivo idioma, lo que es evidente en todo proceso histórico, le sobrevinieron influencias por contacto. Mitxelena no tiene claro que se hubieran dado influencias celtas pero sí admite una posible proximidad “de sonidos” con el idioma ibérico aunque a ello no pueda concedérsele la categoría de afinidad. Lo que parece innegable es que a este rincón de los Pirineos, aunque ya en épocas más próximas, llegó la influencia latina y románica pero sin el carácter arrasador con el que pasó por todos los pueblos circundantes. Aquellos vascos de los albores de la historia no parecían excesivamente permeables a los vientos de fuera.

La mayoría de los estudiosos han arrojado la toalla a la hora de buscarle los antecedentes al euskera, quizá sencillamente porque no existen. Algunos, con mejor o peor intención, han derrochado horas de investigación a atribuirle, cuando menos, parentescos. Y así, hemos oído de todo: desde hacerle familiar del etrusco hasta trasladarle como por arte de magia desde el Cáucaso. Quizá esta teoría caucasiana ha sido la más extendida entre quienes pretendieron buscarle tres pies al gato. Oigamos lo que sobre ella dice Mitxelena: “Existen unas ciertas semejanzas de estructura gramatical entre la lengua vasca y las lenguas caucásicas. Ahora bien, las semejanzas de estructura nunca son suficientes, hace falta coincidencias concretas, y las coincidencias concretas que se han presentado hasta ahora son insuficientes. En esta comparación se está jugando con ventaja. Las lenguas caucásicas son algo así como 25, o alguna más, muy distintas; tanto, que se está muy lejos de haber demostrado que las lenguas caucásicas estén todas emparentadas entre sí... Habrá que esperar a que la diversidad de las lenguas caucásicas se aclare por completo”.

En fin, polémicas de sabios de las que poco puede sacarse en limpio y en las que a veces están en juego más pasiones que argumentos. A estas alturas, y sin poner en ello más empeño que el de la pura y simple lógica, tampoco sería ninguna exage ración, ningún ingenuo chauvinismo, aceptar que el euskera nació aquí, en Euskal Herria, sin más padre ni padre filológicos que la pura y primaria expresión oral de aquellas gentes que en esta tierra evolucionaron desde la épica transformación y comenzaron la vacilante aventura de ser personas.