uele bien, huele a Lisboa”, cantaba la célebre Amália Rodrigues en uno de sus fados más famosos. Y cuando pasa un siglo de su nacimiento y dos décadas de su muerte, Lisboa todavía huele a Amália, cuyos pasos se pueden seguir a través de lugares emblemáticos de la capital.

Desde la casa donde nació hasta los puntos de homenaje, pasando por el que fue su hogar durante gran parte de su vida, ahora convertido en museo, es posible seguir las huellas de Amália (1920-1999) por Lisboa para conocer la historia y el impacto que tuvo la fadista más célebre de todos los tiempos.

Amália nació en la casa de sus abuelos maternos, una modesta vivienda en la calle Martim Vaz, en el verano de 1920. Su nacimiento está datado oficialmente a 23 de julio, pero esa fecha responde simplemente al día que fue inscrita en el registro y no quedó constancia con exactitud de cuándo llegó al mundo.

“En el tiempo de las cerezas”, le dijo su abuela años más tarde, y ante la falta de certeza, la propia fadista escogió el 1 de julio como fecha para celebrar su cumpleaños. Aun así, el 23 de julio de 1920 es recordado como la fecha de su nacimiento en una placa colocada en la fachada de la vieja casa de sus abuelos, todavía en pie en el barrio de Pena, nada lejos de Mouraria, considerada la cuna del fado.

Amália sólo pasó los inicios de su infancia en la casa donde nació y desde los 9 años vivió en Alcântara y otras zonas de la capital, hasta mudarse al que sería su hogar definitivo: el número 193 de la Rua de São Bento, donde compró una casa en 1955. La vivienda es hoy una Casa-Museo en la que se puede conocer el lado más íntimo de la fadista: los vestidos que solía usar, los libros de poemas que poblaban sus estanterías y hasta el tipo de té que le apasionaba, el clásico earl grey.

Amália tiene una prolífica carrera que inició en 1939, cuando se estrenó en la casa de fados Retiro da Severa, que ya no existe. Pero todavía está en funcionamiento uno de los templos de este género en la capital: el Café Luso, en pleno Bairro Alto, donde grabó en directo el álbum Amália no Café Luso, en 1955.

Su hermana, la también fadista Celeste, cantaba todas las semanas en este escenario hasta su fallecimiento en 2018.

Toda su carrera está disponible en la Discoteca Amália, una tienda de discos en pleno centro de Lisboa especializada en fado que recibe a sus visitantes con una suerte de altar con fotos, figuras y discos de la cantante.

Allí se puede comprar su discografía en CD, vinilo y hasta casette, y repasar los mejores éxitos de la fadista, que grabó más de 170 discos y cantó en más de medio centenar de países.

A las huellas que Amália dejó en vida por Lisboa se suman los numerosos homenajes que la ciudad ha querido prestarle a su voz más reconocida.

“Fue realmente una persona que cultivó la simpatía de los portugueses y que también adoraba a los portugueses, y ese sentimiento continúa vivo entre nosotros”, afirma el presidente de la Fundación Amália, Vicente Rodrigues.

El rostro de la fadista sobre una típica guitarra portuguesa se erige en una escultura inaugurada un año después de su muerte junto al río Tajo, obra de Domingos de Oliveira.

Años más tarde, en 2015, Vhils, uno de los artistas contemporáneos de Portugal más reconocidos, le dedicó un mosaico realizado en la tradicional calzada portuguesa del barrio de Alfama. Amália también protagoniza un mural que pintó en 2019 el artista SMILE sobre un edificio de la Quinta do Cabrinha, en la que aparece con versos de su famoso fado sobre el olor de Lisboa.