- La actriz, humorista y presentadora Rosa María Sardá falleció ayer en Barcelona a los 78 años. El funeral por la actriz, que padecía un cáncer desde hace seis años, será “estrictamente privado”. Hace poco concedió una entrevista a Jordi Évole en la que habló sin tapujos de su enfermedad pero sin perder el sentido del humor: “Tengo un cáncer pero no saben dónde y se lo inventan”. “Yo no lucho contra nada, no se lucha contra el cáncer, el cáncer es invencible. Es una cuestión de que los que se ocupan de ti tengan más o menos tino al programar ciertas medicaciones. No es un match a ver quién gana. El cáncer siempre gana. Siempre”, añadió.

Ha sido una de las actrices más polifacéticas y carismáticas del teatro, el cine y la televisión de las últimas décadas en España, destacando en los escenarios por su fuerte personalidad. Más conocida por sus cualidades como actriz de comedia, interpretó a lo largo de su carrera todo tipo de papeles, algunos tremendamente trágicos, tanto en el teatro como en el cine, haciendo gala de su camaleónica versatilidad. El reconocimiento del gran público le llegó inicialmente gracias a la televisión, donde presentó programas como Ahí te quiero ver (TVE), en la década de los ochenta. Su fino humor y su tremenda ironía quedaron patentes en los gags que realizaba, especialmente junto a Enric Pous, el Honorato con el que veía la televisión. Fue maestra de ceremonias de los Goya en tres ocasiones, en 1993, 1998 y 2001.

Rosa María Sardá nació en 1941 en Barcelona en el seno de una familia vinculada al espectáculo, con un bisabuelo y una abuela actores, que les transmitieron sus cualidades a ella y a su hermano, el televisivo Xavier Sardá. Actriz vocacional y de formación autodidacta, Rosa María creció en el barrio de Horta, donde combinó durante su juventud los trabajos ocasionales de todo tipo con el teatro de aficionados. Debutó en la escena profesional con 24 años, en la obra Cena de matrimonios, de Alfonso Paso, y cuatro años después fue la protagonista de El Knack (1969), dirigida por Ventura Pons, una obra que la consagró en la escena teatral. Desde entonces, su presencia fue habitual en los teatros de Barcelona y Madrid, interpretando obras como Esperando a Godot, Madre Coraje y sus hijos, Wit o La casa de Bernarda Alba. En 1989 debutó como directora teatral con la obra Ai, carai, de Josep Maria Benet i Jornet, en el Teatre Lliure de Barcelona. Precisamente en el Lliure protagonizó algunos de sus últimos papeles, dirigida por Lluís Pasqual, como en El caballero de Olmedo (2014) y en CrecEnUnSolDéu (2015), monólogo en el que interpretó a tres mujeres distintas que reflexionaban sobre el conflicto de Gaza.

En la década de los 80, Rosa María Sardá saltó a la gran pantalla, iniciando una carrera que le llevó a participar en más de medio centenar de películas. En su carrera cinematográfica obtuvo numerosos premios, entre ellos dos Goya como mejor actriz de reparto por Sin vergüenza, de Joaquín Oristrell, y ¿Por qué le llaman amor cuando quieren decir sexo?, de Manuel Gómez Pereira, y la Medalla de Oro de la Academia del Cine.

En los últimos años se le rindieron diferentes homenajes, entre ellos el de los informadores cinematográficos, que en 2016 le concedieron el Premio Feroz de honor. “En la ferocidad de este mundo es emocionante que seamos capaces de hacer fiestas y seguir haciendo cine, pese a todos los palos. Somos afortunados porque no estamos cruzando el Egeo en una patera, ni en campos de refugiados”, dijo al recoger ese premio, demostrando una vez más su compromiso político y social. Este año tendría que haber recibido el Fotogramas de Plata especial en una ceremonia que se suspendió por la pandemia. La revista resumió a la perfección los valores de la actriz: “Tan capaz de mutar de personaje cómico cada diez minutos como de dejar asomar una humanidad, una tristeza o un patetismo como solo las grandes, quienes han pasado de la comedia al drama, son capaces”.

Su ironía y su sentido del humor descreído y mordaz la ayudaron a ganarse el afecto del público, pero la Sardá, como la llamaban muchos, era más que una humorista, era una gran actriz, capaz de elevar el nivel de cualquier producción en la que se involucrara, ya fuera de cine, teatro o televisión, porque ningún terreno tenía secretos para ella. Cuando fue distinguida con la Medalla de Oro de la Academia del Cine, en reconocimiento a toda su trayectoria profesional, el entonces presidente de la entidad, Álex de la Iglesia, dijo que era “una alquimista capaz de convertir en oro todo lo negro, lo dadaísta en normal y lo trágico en cómico. Ella es la acotación en el teatro, el off en el cine y la verdad en la televisión”, resumió De la Iglesia. Los periodistas que la entrevistaron saben que se encerraba en una cáscara difícil de romper y que era muy capaz de lanzar dardos envenenados a los que no daban la talla. Pero si el periodista superaba la prueba podía estar seguro de que iba a conseguir una buena entrevista, porque la Sardá no daba respuestas manidas y tenía su propia opinión acerca de todo.

Había decidido hace unos meses que no tomaría más pastillas para luchar contra su cáncer; los compañeros de su último rodaje, Salir del ropero, que terminó en febrero del año pasado en Lanzarote, sabían que estaba enferma. De David Verdaguer se despidió hace pocos meses: “Que tinguis molta sort, nen”, le dijo. Verdaguer la adoraba: “Ella era lo que queremos ser todos los actores, porque podía hacerlo todo y todo lo hacía bien, nunca se la encasilló en nada, hacía dramas, hacía un Lorca, te presentaba los Goya y te caías de culo, no tenía miedo a nada, cantaba si hacía falta, hacía lo que quisiera, y siempre bien”. Pero qué va a decir un hijo de su “madre”. David es Jorge, el hijo de Sardá en la película. Tras ver el guion, Sardá eligió justo el personaje que la directora Ángeles Reiné había pensado para ella, Celia. El otro papel “maduro”, el de su novia Sofía, lo interpreta Verónica Forqué. Reiné comparte con Efe que, en los rodajes, “el día que una actriz acaba su parte la despedimos dándole un aplauso, lo hacemos con todos”. “Pero -se emociona la gaditana-, el día que se fue Rosa, yo me arrodillé para darle las gracias, y ella me cogía las manos para levantarme”. La película tendría que haberse estrenado en abril, pero la pandemia ha retrasado el estreno a septiembre. Una espera que, en esta ocasión, tendrá doble recompensa: ver cine en sala y ver a Rosa María Sardá.