sí como algunos analistas certifican que cuanto más a la derecha estás mayor es tu rechazo al confinamiento, sostengo que las críticas a TVE son más propias de conservadores que de progresistas. Lo uno y lo otro son simplezas producidas por el estado de alarma. No estamos para matices. Antes de la pandemia apalear a la televisión estatal ya era un arte muy español, como las corridas de toros, y uno de los instrumentos de las cadenas privadas para ganar el pulso de la audiencia. Afirmar que los medios públicos están a las órdenes de los gobiernos, dicho así, en bruto, es una invitación a buscar refugio en los canales de Berlusconi, reconocido izquierdista, o en la bipolaridad de Atresmedia, del cinismo de Griso al sectarismo de Ferreras.

El mandato de Rosa María Mateo, administradora única de RTVE, está prorrogado. Y va para dos años; pero como la izquierda y la derecha -en esto como en todo- no alcanzan un acuerdo parlamentario para renovar los órganos de la Corporación, la televisión pública se debate en una crisis continua y se desangra con los feroces ataques que recibe de los líderes del PP, Vox y Ciudadanos. Lo de menos para ese tripartito radical es el pluralismo que nunca respetaron. Es solo el muñeco de pimpampum para sacudir al Gobierno, por si fuera poca la política banderiza y hacer sangre con la tragedia del coronavirus.

La batalla a muerte en RTVE se parece a lo del Consejo General del Poder Judicial, también en prórroga. En su mezquindad, el PP no tiene intención de pactar la renovación de sus cargos. ¿Por qué cambiarlos, si con los actuales controla a los jueces? La tele es el campo de una incruenta pero despiadada guerra civil. Queipo de Llano arenga a los suyos desde Intereconomía y Trece, mientras Miguel Hernández con sus versos enardecidos lo intenta en cualquier trinchera. Pobre España.