Ha de llegar esta historia por fin a su comienzo. Dijo Matos.

Es lo único que restaba para alcanzar el origen de El silencio del virus, que es también como decir uno de sus finales, el primero.

La noche de la Humanidad tuvo decenas de virus desde los años noventa hasta hoy, desde 1994 para ser más exactos. Ese año sucedieron dos cosas. La primera de ellas fue que dos caballos murieron de manera extraña en un lugar del continente australiano. Se ha sabido más tarde que fueron contagiados por un virus que tomó el nombre del sitio, un virus zoonótico, un virus que era capaz de saltar de los organismos de los animales a los de las personas.

Como la casualidad nunca es una, el segundo de los acontecimientos de aquella noche de mil novecientos noventa y cuatro, fue que tres jóvenes llamados Juantxu, Josu y Unai encontraron su hueco en forma de pozo en el tiempo, algo que los dos sobrevivientes trataron de tapar de ahí en adelante y que este silencio de virus destapará por fin ahora.

La noche de la humanidad de Matos fue aquella, como la noche de la Humanidad, desde aquel año de los noventa, ha sido la del conteo de los distintos EBOLAVIRUS, VIHS, MERS, SARS y COVS y otros que jalonan los hitos epidémicos hasta la gran pandemia de comienzos del año 2020. Todo se sabía. Uno y otro tiempo estuvieron llenos de virus. En el caso de Matos los virus fueron las palabras. El silencio lo fue llenando de palabras para poder superar su noche personal. Nadie sabe qué hará la humanidad con sus virus y mutaciones.

Las cursivas del relato que sigue más abajo corresponden a las palabras con las que comenzaron los primeros capítulos de esta novela hasta el número cuarenta. No están en orden, lo que significaría para que el que los lea, que el orden en el que aparecerán a continuación corresponde a un nuevo índice de lectura sobre esos capítulos.

Si alguna o alguno quisiera emprender esa nueva tarea no tendría más que hacerlo. Puede que encuentre espacios nuevos al otro lado del espejo de la primera lectura que le llevó hasta aquí.

Ese nuevo índice de lectura se trazaría desde las palabras que aparecerán en cursiva. Los virus que no se vieron son también las palabras que no se leyeron. Aquí se podrá leer mejor lo que antes se vio y no se leyó como ahora.

Desde las dos de la madrugada un Juantxu más sobrio que los otros dos, no paró de recriminar a Josu. Muchas veces le dijo: Abrígate, que vas a coger frío. No bebas más. Basta, Josu, no bebas más. Fue en la era, casi en la era donde ya no fueron más los mismos tras aquel fin de semana en el que viajaron en coche a las fiestas de un pueblo cualquiera. Sería como a finales de junio de un año que acabó sepultado en sus memorias para nunca regresar otra vez a sus olvidos.

Cuando terminaron de beber, y no resulta exagerado, el decimoquinto vaso de patxarán por cabeza, abandonaron la plaza del pueblo donde estaban todas las tabernas llenas de gente, las cuadrillas de jóvenes tan jóvenes como cuando ellos fueron jóvenes.

Los tres iban tambaleándose. Josu se desplomó cuatro veces y en las cuatro Juantxu y Unai intentaron recogerle, cayéndose también ellos con Josu en dos ocasiones, percance del que les costó salir más tiempo de lo que les habría costado si estuvieran sobrios. Luego se ungieron al yugo de tres brazos entrelazados y tomaron un rumbo de pérdida, aunque algún profundo instinto, más de búsqueda que de supervivencia les llevó hasta la última de las casas a la que no llegaba la demasiada luz de otras calles, a la salida del pueblo, lugar donde horas antes aparcaron el coche.

Josu decidió sentarse fuera, en el capó. La espalda apoyada contra la luna delantera. Unai se puso al volante. Era el único que no tenía carné de conducir. Juantxu hizo las veces de copiloto. Unai arrancó y lanzó el coche a velocidad moderada hacia un camino de tierra. Oh, se le oyó decir a Josu cuando Unai apagó los faros.

No los enciendas. Dijo Juantxu.

Siguieron a oscuras por aquel camino a velocidad cada vez mayor. Josu se agarraba como podía con las manos vueltas en extraña postura y los brazos alargados en cruz a los marcos de las ventanas abiertas. Juantxu le sujetaba sin tacto, apretaba algo que pensó que era la mano de Unai. A partir de aquella imagen oscura llena de gritos nadie sabe lo que siguió.

Al despertar de la mañana dentro del coche, Unai no supo que hace Juantxu todo. Todo lo hizo antes de su despertar. Mientras oía a aquel, a Josu, decir muy bajo€

aita, aita?

No se le conocía la cara porque la tenía llena de sangre. Josu nos dejó tirados, dirían. Unai no supo si estaba muerto. Juantxu tampoco. Pusieron a Josu con las manos al volante y se fueron al pueblo. Luego dirían que Josu se emborrachó y cogió él solo el coche y que no sabían más. Lo dirían muchos años. Aunque a Landa le dijeron la verdad. Y Landa a Alberto. Y no todas, pero algunas, Esther, Jelen, Arantxa lo supieron. Si no llega a ser por la novela y Esther, porque llegó Ray a Esther y es así cómo durante días, durante horas y durante noches, Ray consiguió la información.

El que descubrió todo fue Javier Matos. La que todo lo escribió fue Matos, pero no Javier. Siempre que se oía un apellido nunca se pensaba en una mujer. Craso error machista que siempre impidió ver lo invisible.Continuará