Unai ya no sabía ni las veces que Juantxu le miró durante los días que convivió con él como le estaba mirando en aquel preciso instante. Unai sabía que a Juantxu no le gustaba nada aquel albornoz de batman con el que Unai se vestía nada más levantarse. Lo cierto es que no era un atuendo muy agradable. Tenía la tela de los codos agujereada y parte de una de las axilas estaba recosida tantas veces que se desgarraría de nuevo en cuanto Unai hiciera un gesto raro como coger un plato de un estante alto.

Amalia tomaba colacao en un tazón que le cubría la mitad del rostro, algo que remarcaba la ventana por la que sus ojos aspiraban a conocer todo el mecanismo de reloj que había tras la conversación que se desarrollaba en la mesa.

Los tres se pasaron casi toda la madrugada aventurando teorías en torno al autor de El silencio del virus. Derrrotados por el sueño, se acostaron cuando los primeros trinos del día grapaban el sonido del aire opaco hasta entonces. Ellos no lo sabían todavía. Pero se estaban pareciendo mucho en aquellos momentos a tres personajes de una novela de otro tiempo. A Sofía. A Carlos. A Esteban. Los personajes de El siglo de las luces de Alejo Carpentier. Los personajes que dormían de día y se pasaban la noche despiertos en una casona solariega, hasta que una noche recibieron la visita de Víctor Hugues.

Era miércoles séptimo de cuarentena. Juantxu llevaba unos días trabajando desde casa. Amalia no las tenía todas consigo, pero en su fuero interno sabía que sería despedida muy pronto de la empresa para la que trabajaba. Tenía paro suficiente como para buscarse otro oficio con calma y alma. Los tres se sabían en el centro de una historia que les iba contagiando su silencio de virus como se contagia el significado de un párrafo cuando tras su lectura se puede cruzar al otro lado del espejo.

Juantxu llevaba la voz cantante. Sobre la mesa, serían las dos de la tarde, un brunch improvisado repleto de revoltillo de huevos, bacon crujiente, coca cola para Unai, pan tostado, café a mansalva, manzanas reinetas, fresas, plátanos, kiwis y aguacates aderezados con limón.

En una esquina el cuaderno de cuartilla en el que Juantxu había escrito las notas de lectura de El silencio del virus. Frases subrayadas con distinto color de las que salían flechas y diagramas que saltaban de un número a otro.

Amalia escuchaba con la misma atención con la que escuchó a Juantxu de madrugada. De vez en cuando aportaba un comentario que doraba con luz nueva el engrudo de conclusiones todavía enrevesadas que manejaban tanto Juantxu como Unai.

Los tres sabían que Matos pugnaba con aquella escritura para que le encontraran. Sabían que no solo estaban metidos en una novela, sino que aquello era un juego al que les sometía un conocido con el que compartieron un pasado vergonzoso. Y no era venganza.

Es como Hamlet. Dijo Amalia en un momento dado.

No lo pillo. Contestó Juantxu.

Lo que está haciendo ese amigo vuestro es poner frente a vuestros ojos lo que hicisteis una vez y ahora ocultais, como hace Hamlet con su tío en la representación que prepara en Elsinore. Y ya no solo a vosotros, a nuestra sociedad. Yo no la he leído entera, pero por lo que me contais, creo que por ahí van los tiros. Lo que no sé es porque me ha metido a mí dentro de todo esto. Yo no le conozco.

Tú eres Ofelia. Dijo Unai sonriendo.

¡Joder, Batman!, A veces me dan ganas de olvidarme de golpe de todo lo que te aprecio, ¿a qué viene eso? Preguntó Juantxu.

Sigo lo que ha dicho Amalia. Se excusó Unai.

Juantxu, lo que acaba de decir Unai no es ninguna bobada. Contestó Amalia.

Entonces, y eso me lo he preguntado y os lo pregunto ahora. Si estamos metidos en esta historia es como si, bueno, somos sus personajes ¿No habéis tenido la sensación de estar manejados por él en algún momento?, bueno, tú todavía no, Amalia. Nosotros. Tú, Juantxu. Yo. Él sabía que guardabas el disco ese de Miles que encontré anoche en tu camarote. Tenía muy claro que nos obligaría a buscarlo poniéndolo en el capítulo en el que lo puso. Ya no solo es que nos espíe desde los móviles. Creo que ha entrado en nuestras casas y ha dejado cosas y con eso nos irá manejando. Bueno, él y el otro, el tal Ray. Acabó por decir Unai.

¡Ah, sí, Ray!, dijo Amalia.

Y se quedó como en trance. Al rato volvió.

Yo conozco a una persona que encaja perfectamente con la descripción que se hace en esa novela del tal Ray. Sí. Ahora me acuerdo. Dijo Amalia.

¿Ves?, está clarísimo. Por eso estás metida en esto. Porque tú eres nuestra conexión con Ray. Dijo Juantxu. El Matos ese no es ningún capullo. Sabe lo que hace. Lo llevo diciendo hace muchos días. Tú has aparecido aquí para que nos encontremos con Ray, porque tú eres la que nos vas a poner en contacto con él. Blanco y en botella. Dijo Juantxu. Y se repantingó de brazos cruzados como si hubiera descubierto la piedra filosofal.

¡Hostia, es verdad!, exclamó Unai.

¿Vosotros conocéis a Loló, la hermana de Ray? Preguntó instigadora Amalia.

Ni idea. Contestó Juantxu.

Yo sí. Dijo Unai triunfante. Es la novia de Arantxa, la ex de Landa. La noche que me encontré con Matos estaban ellas dos mirando desde su balcón. Dijo Unai.

Tu eres bobo. Dijo Juantxu, ¿por qué no lo has dicho antes?Continuará