Urbano'

Alberto sí que sabía que era su hijo Landa el que estaba tras la puerta, pero no entendía muy bien el ruido aquel. Al rato Alberto se había olvidado de todo aquello y observaba de pie Sancho el Sabio y un trozo de la Avenida de Gasteiz. Gran parte de la tarde del viernes de la sexta semana la pasó pegado a los cristales. Ya no recordaba a Teresa.

A Landa no le cupo ninguna duda. Cerrar bajo llave a su padre era algo a lo que Landa se vio obligado para que Alberto no volviera a escaparse hasta casi el Seminario. Landa no se paró a pensar en la cuestión ética que navegaba debajo de aquella decisión. Luego fue a casa de Arantxa.

Loló le vio llegar y le saludó. Arantxa salió al balcón. Landa y Arantxa hablaron cuatro minutos y veinte segundos por el móvil. Arantxa desde el balcón rectangular que colgaba de un sexto piso. Abajo un Landa cabizbajo se movía a uno y a otro lado de la calle con el móvil sujeto a la oreja. Landa argumentaba, escuchaba atento y a veces pateaba una pequeña piedra en el suelo.

Landa trató de convencer a Arantxa para que le dejara un par de horas a Nagore. Le habían llamado hacía poco del hospital. Le explicaron que Teresa estaba peor. Algo le decía que tenía que verla cuanto antes. Haría lo posible para que Nagore le acompañara y le diera un último beso a su abuela, aunque no les dejaran en principio llegar hasta el cuarto de Teresa. Ya buscaría la forma.

Landa se había encargado de hablar con Unai para que le diera el móvil de Jelen, porque Landa sabía que Jelen trabajaba en Txagorritxu. Quizá ella, al conocerle, podía echarle una mano. No se llevaron nunca bien. Se toleraban. Pero como esto era especial, Landa creyó que las rencillas quedarían a un lado porque lo importante ahora era su madre.

Arantxa no estaba del todo convencida y peleó para que Landa desistiera de su empeño y no se llevara consigo a Nagore. Incluso utilizó lo del Gaueko como arma arrojadiza. Tras la visita de Ray, Nagore le contó a su madre de dónde venía todo aquel fantasear y le explicó que sabía del Gaueko porque una tarde llamó a casa de su padre.

No sé en que rollo estás metido con Unai y con Juantxu, tus amigotes. Y menos qué pinta en todo esto Ray, el hermano de Loló, pero acabaremos sabiéndolo. Que sepas que no me fio de ti ni un pelo. Le dijo Arantxa.

Yo no tengo nada que ver. Le contestó Landa.

Arantxa entonces le miró desde lo alto. Lo vio pequeño, triste, manso, con el móvil pegado al oído, sin levantar los ojos hacia el edificio donde estaba el balcón desde el que ella se negaba a permitir que su hija le acompañara. Pero en ese instante algo le hizo un click en la conciencia. Puede que la imagen de una Teresa mucho más joven, con la que se llevó en tiempos muy bien, aunque hace mucho que no se veían ni se hablaban. Pudo ser el rostro vivaracho y agradable de Teresa.

El caso es que tras aquel veloz recuerdo Nagore bajaba a todo correr las escaleras de los seis pisos para reunirse con su padre en la calle. Arantxa vio como su hija Nagore le daba la mano a su padre. A los minutos ya eran muy pequeños Portal de Arriaga al fondo, mientras caminaban hasta una parada de bus de Reyes Católicos.

Allí esperaron la llegada del urbano de la línea 5 de Tuvisa. Arantxa, aunque ya los tenía perdidos de vista, esperó desde el balcón con ellos hasta ver al bus cruzar el fragmento de visión al que llegaba su mirada desde allí. Luego se puso a llorar. Loló escuchó el llanto y sorprendida se reunió con ella. Se abrazaron y se dieron un beso húmedo de sal.

El autobús iba dejando tras de sí las paradas de Basoa 2, Avenida de Gasteiz 93, Europa, Avenida de Gasteiz 73, Beato esquina con Argentina. Les faltaba para llegar al término de su viaje una recta que se hizo inacabable.

Xabi, el chófer, llevaba un rato oyendo algo raro, y en la parada con Beato Argentina se giró hacia el fondo casi vacío del autobús para ver qué ocurría. Lo que vio no se le olvidará nunca.

Landa, un tipo de su edad más o menos, lloraba como un niño. Nagore, una niña de la edad de su hija más o menos, abrazaba y consolaba a su padre como si Nagore tuviera mucha más edad de la que tenía. El chófer cogió aire. Puso de nuevo en funcionamiento el motor y lo condujo suave hasta Beato 76, parada en la que Landa y Nagore, padre e hija, descendieron del autobús y se perdierom por la calle de México en dirección al gran hospital de Txago. En una habitación de la sexta planta, justo en el momento en el que Landa y Nagore doblaban hacia Jose Atxotegi, Teresa, tensa, tersa y en calma, dejó de respirar. Jelen estaba junto a ella.Continuará