Durante cada uno de los días de la sexta semana de cuarentena, jornadas en las que el tiempo guardó su doble fondo como una maleta humilde, la lluvia cayó a cuentanotas, parecido a como se descolgaban las blancas y las negras de los pentagramas mentales que utilizaba Miles Davis cuando emprendía una improvisación que era única para quien la escuchaba.

Los fraseos de la lluvia convertían las calles, los edificios, los árboles, los tejados, los parterres y los empedrados de la pequeña ciudad en sendos órganos de escucha laica en iglesia gótica.

Parecía que llovía en cada ser, y que la lluvia cayera a su vez con voces, de manera persistente y melancólica, como si aquella chaparrada saliese del cuento Lluvia de Domingo de Ignacio Aldecoa, como si la realidad, en sincero encuentro mayestático y poderoso, se hubiera para siempre aliado por fin con la ficción, haciendo de esa unión un pacto de abrazo sellado con besos.

La lluvia caía con color de palabras, con timbre recóndito de cristal. El llover descendía litúrgico y estentóreo, tan abierto a la reflexión para todo aquel que observara esa magia, como cerrado en su misterio para todo el que oyera su repicante granizo en los alfeízares de terrazo.

El cielo de un impoluto gris blanquecino dibujaba sombras en los objetos que los dulcificaban de manera tan suave como sucedía en las fotos de los grandes artesanos del celuloide y de los nitratos de plata que tuvo siempre la pequeña ciudad: Enrique Guinea Marquíbar, Balbino Sobrado, Ceferino Yanguas, Teófilo Mingueza, Santiago Arina y Albizu y tantos otros.

Unai habló esa semana dos veces con Gorka. Gorka le dijo que sabía algo de todo aquello que se sabía ya bastante y de lo otro también. Sabía de la novela en la que también Unai vivía y de su separación de Jelen, porque las noticias corrían entre los compañeros y llegaron hasta sus oídos. Gorka, que así se llamaba su jefe, le propuso descansar.

Cógete la baja si no aguantas la tensión de todo lo que tienes encima. Fueron sus palabras.

Unai denegó ese pequeño auxilio.

Estoy bien. Fue su respuesta.

Durante el segundo encuentro, Gorka arrancó la reunión con un noestásbienasúmelo.

Haz lo que te dije. Descansa un tiempo. Dijo Gorka.

Unai escuchó el consejo sigiloso. Oyó también una explicación con vuelo de reprimenda que salió de los labios de Gorka en la que las palabras se enredaban como los insectos quedan atrapados en una tela de araña.

Si no llega a pasar lo de hoy, le dijo Gorka.

Lo de hoy había ocurrido horas antes de aquella reunión, cerca del Parque de Arriaga. Unai no quería recordar pero no tenía más remedio que hacerlo porque cuando sucedían ese tipo de cosas, Gorka tenía la manía de relatarlo y repetirlo todo con gran lujo de detalles para que nadie tuviera dudas y las cosas se comprendieran. Las cosas y las posibles consecuencias derivadas de algo así.

Todos cometemos errores. Dijo Gorka. Yo el primero. Dijo Gorka. Ahora sí que no tienes más remedio que descansar. Dijo Gorka. Que no es que lo justifique, pero de alguna manera puedo comprender lo que ha pasado. Pero, dijo Gorka, ¿cómo se te ha ocurrido hacer lo que has hecho? Preguntó de manera retótica y dramática Gorka.

Si llega a ser otro, pues, hombre, ¿pero tú, Unai? Y mira que allí no es que haya muchas casas. Y tampoco es que haya mucha gente. Dijo Gorka pensando en alto. Si es que. Dijo Gorka. Hoy mismo te coges la baja. Dijo Gorka. Y además está el vídeo ese, ¡joder, que lo está viendo todo el mundo! Dijo Gorka. Hoy todo chichipata está con su móvil en la ventana esperando a la que salta. Y te han tenido que pillar a ti.

¿Pero además con ese tipo? Se preguntó Gorka preguntándole a su vez a Unai. ¿Ya sabías que con la tuya es la quinta vez que le paramos? Y no le hemos multado porque no está bien de la cabeza. Y tienes que ser tú el que tenga una movida con él. No quiero ni volver a ver el vídeo. Dijo Gorka. Ya estamos mirando cómo quitarlo de las redes. Menos mal que no se te conoce. Está clarísimo que el que sale es uno de los nuestros. Pero gracias a Dios que no se te conoce. Dijo Gorka. Si al tipo con el que has tenido la bronca sabemos de qué va. Si está medio grillao. Y es, bueno, hasta dónde yo sé, es un tipo pacífico. Y vas tú y le arreas un guantazo y te graban. Estas son las cosas que yo no entiendo. Y menos viniendo de una persona como tú. Que sí, siguió Gorka, que está lo de tu mujer y lo estás pasando crudo. Por cierto, ¿cómo está Jelen? Preguntó Gorka.

Unai, al ver que la pregunta iba en serio, al comprobar que Gorka le miraba fijamenmte a la espera de una respuesta por su parte pensó para sí mismo, estetíoesgilipollas, y recordó que una vez, en una fiesta de hace años, Jelen habló con Gorka muchísimo. Recordó aquella noche. La vio como si la estuviera viendo en su cabeza en aquel momento. También se acordó de que él se fue pronto a casa y que su mujer siguió de fiesta con Gorka y con otros compañeros y con las mujeres de otros compañeros. Y a la mañana siguiente Jelen no quiso contarle dónde habían estado toda la noche.

Me imagino que estará bien. Contestó Unai. Continuará...