Unai, al oír un doble bip en su esmarfon, dejó a un lado la carta de Ray que no habían acabado de leer. Cogió el móvil y pulsó con el dedo índice el círculo que abría el sistema. Bicheó durante unos segundos el mensaje que le había entrado. Luego dejó el dispositivo en la mesa. Miró a Juantxu.

No es esta carta lo que buscábamos. Dijo Unai casi a punto de desfallecer, abatido como no se había sentido en las últimas semanas. Sabía que nunca en su vida había estado así, tan fuera de lugar, tan desplazado de sí mismo y a la vez tan dentro de sí mismo que era incapaz de verse dentro de sí mismo. Se le notaba en los ojos, en esa candidez, la misma que tenía en el Instituto Los Herrán cuando sabía que el único que podía sacarle de un problema solo podía ser Juantxu, su mejor amigo.

Por eso, sin querer, repitió la misma mirada ingenua de cordero degollado de aquel tiempo, y sus ojos se clavaron con los grumos y la bruma de aquel presente pasado en los ojos de Juantxu.

Pero a Unai, cuando comprobó que Juantxu no respondía a su mirar, al darse cuenta de que Juantxu estaba como ensimismado, con certezas como destellos que le brotaban de las pupilas, no se le ocurrió otra cosa que preguntar una idiotez ¿Sigo leyendo? Porque parece una carta de amor y no es lo que esperábamos.

No te estás dando cuenta de nada. Dijo solemne y terrorífico Juantxu. En esa carta no está lo que buscamos, pero nos sitúa muy bien en el lugar donde tenemos que estar ahora.

No te comprendo. Contestó Unai.

Es normal. Dijo Juantxu. A ti te han preparado para obedecer y a mí para pensar. Y no te digo nada al Matos ese, que nos da veinte mil vueltas y hace con nosotros lo que le da la gana. Porque supongo que hablaste con él antes de que te diera este sobre con esa carta, ¿no?

Sí. Dijo Unai.

¿Y de qué hablasteis? Preguntó Juantxu.

Cuando le vi sabía que era él. Echó a correr, pero le corté el paso. Me paré a su lado y le dije que me diera el sobre. Dijo Unai.

¿Lo de echar a correr es cierto o te lo has imaginado tú? Preguntó Juantxu.

Pues. Ya no lo sé. No lo recuerdo. Dijo Unai.

¿Y luego qué pasó? Preguntó Juantxu.

Algo hablamos. Poco. Respondió Unai, pero sin terminar la frase.

¿Qué más? Preguntó Unai.

Una bandada de pájaros cruzó en aquel instante al otro lado del ventanal de la sala donde se encontraban. Trinaban locos y se perseguían entre ellos jugando y trazando en el aire acrobacias imposibles para alguien que no tuviera alas como ellos.

Vamos, Unai, ¿de qué más hablasteis?

Me dijo que me esperaba. Sabía que en algún momento me encontraría con él, que le pediría uno de aquellos sobres. Habló bastante sobre eso. Luego me lo dio. Y vine aquí. Dijo Unai.

Eso fue anoche. Contestó Juantxu que se empezaba a sentir demasiado cómodo con los papeles trocados, él como policía que interrogaba a un sospechoso, y su amigo policía como el sospechoso que era interrogado.

Estabas dormido. No quise despertarte para esto. Dijo Unai como pillado en una mentira.

O sea, pensaste que no era importante. Pero ¿tú leíste anoche la carta antes de leerme hoy el trozo que has leído? Preguntó Juantxu.

No, la dejé en la mesilla y me acosté. Pensé que lo mejor era que la leyéramos al despertar, como hemos hecho. Dijo Unai más tranquilo.

Una cosa más. No hace falta que la leamos más. Creo que estamos más cerca de él que antes. Aunque te parezca que esa carta nada tiene que ver con todo esto, yo te digo que tiene mucho que ver. Dijo Juantxu con una voz más relajada.

¿Cuándo vas a conseguir que paren de publicar la novela? Le espetó Unai a bocajarro.

Los jefes del periódico no quieren. No ven razones objetivas para hacerlo. Ya no trabajo en Cultura y no tengo tanta mano ahí para cortarla. Dicen que los lectores están siguiendo El silencio del virus y que sería como un fraude para ellos el que hiciéramos esto. Explicó Juantxu.

¿Les has contado todo? Preguntó Unai ¿les has dicho que estamos nosotros en esa novela? Preguntó Unai.

No hace falta. Lo sepan o no, eso les da lo mismo. Dijo Juantxu. Y al principio, cuando me dijeron que no podían cortar toda esta historia me cabreé, pero luego me he dado cuenta de que es mejor así.

¿Por? Preguntó Unai.

¿Tú sabes lo que es el Principio de Incertidumbre? Preguntó a su vez Juantxu.

No. Dijo Unai seco.

Juantxu se levantó y salío de la cocina-salón. Al rato volvió con un montón de libros en las manos. Los tiró literalmente sobre la mesa al lado de la que estaba sentado Unai.

Me parece que vas a tener que leer alguno de estos. Luego te explicaré qué es el principio de incertidumbre. Es complejo, pero creo que sabré cómo hacerlo para que lo comprendas, porque tiene mucho que ver con todo esto.

Te tengo que decir algo. Dijo Unai.

Dime. Contestó Juantxu.

Creo que vivo dentro de una novela. Ahora mismo no sé quién soy. Dijo Unai.

Juantxu no respondió. Cogió uno de los libros de la mesa y se lo entregó a Unai. Era Solaris, de Stanislaw Lem.

Empieza. Tienes tiempo de sobra. Hoy es tu día libre. Dijo Juantxu.Continuará