Unai levaba un buen rato sin casco, con el móvil en la oreja. Estaba en Becolarra, uno de los callejones solitarios lleno de empresas abandonadas tras la crisis del dosmilocho y de otras cerradas desde comienzos de la cuarentena en el polígono industrial de Ali Gobeo. La Honda Deauville ligeramente inclinada con la pata puesta. Unai caminaba mientras hablaba. Tenía espacio. Tenía silencio de sobra. Juantxu escuchaba al otro lado.

Me están pasando cosas raras. Decía Unai. Tengo notas del día ocho. Dijo Unai. Venía por Cruz Blanca y me giré hacia la plaza de Zaldiarán. Le vi. Dijo Unai. La gorra de los New Yorks. Dijo Unai. Era Josu. Dijo Unai. Pero no. Cuando me acerqué me di cuenta de que no era él. Un mendigo que me miró pensativo. Le dije para ir al albergue, pero me mandó a la mierda. Como yo insistía, me señaló unos cartones y unas mantas que tenía en una esquina de la plaza. Le dejé estar. Luego me encontré con una cría perdida en la calle. Vaya historia esa también.

¿Tú de que le conocías a Josu? Preguntó Juantxu. No sabía que le conocieras. Dijo Juantxu. De verle por ahí. Ya sabes. Contestó Unai. ¿Te acuerdas cuando murió? Preguntó Juantxu.

No tenía ni idea de que estuviera muerto. Dijo Unai.

Sí. Hará un año. Dijo Juantxu. Pero hace poco, sería demasiado casualidad que fuera la misma noche que tú me estás contando, me soñé hablando con él, con Josu. Dijo Juantxu.

¿Sabes por qué en esa novela el personaje que se parece mucho a mí se llama Juantxu?, porque así me llamaba siempre él. Lo hacía por Juantxu Rodríguez, el fotógrafo que mataron los americanos durante la invasión de Panamá. Lo hacía porque sabía que me encantaban las fotos de Juantxu Rodríguez y cada vez que podía lo decíamos. Encuadre Juantxu. Luz Juantxu. Retrato Juantxu. Era un código que teníamos para decirnos que esa o aquella otra foto iría en primera o la escogíamos para un artículo determinado. Hablé con él en sueños. Mira como son las cosas. Pienso que. A Juantxu le cortó Unai.

¿De qué murió? Preguntó Unai.

Tuvo un accidente. Le golpeó un coche al salir del semáforo de la calle Elvira Zulueta, bajo el puente. Atravesó el puente y no señaló con el brazo. El coche que iba por detrás pensó que la bici en la que iba Josu seguiría por la derecha, hacia Portal de Castilla y no hacia la rotonda que lleva a la Avenida Gasteiz. Se lo comió. Al ver sobre el capó la bicicleta y a Josu, el conductor asustado frenó con todas sus fuerzas, lo que hizo que el cuerpo de Josu volara casi veinte metros hasta caer a plomo en el cemento de entrada a la gasolinera que hay allí. Cayó contra la cabeza. Se rompió la cabeza. Un traumatismo que lo dejó vegetal, en coma, por lo menos un mes. Luego murió. Dijo Juantxu.

Me suena eso. Dijo Unai. Unos compañeros hicieron el atestado. Lo recuerdo. Lo recuerdo bien. Me impactó la historia, pero no sabía que era Josu. Como llevaba tiempo sin verle, no me preocupó no verle. Dijo Unai.

¿Ya sabes por qué dejó el periódico? ¿Te lo contó? Preguntó Juantxu.

No, la verdad es que no. Me dijo que lo había dejado, pero sin más. Dijo Unai.

No podía hacer fotos. Dijo Juantxu. Le era imposible. Había perdido cariño a su oficio. Recapacita, le dije. Pero fue imposible. Ya tenía bien pensada la decisión. Y luego lo del accidente. Dijo Juantxu. Los dos se quedaron en silencio rumiando toda la información que brillaba límpida en su recuerdo como las piedras bajo el agua de una garganta de montaña a pleno sol.

Al poco habló Juantxu. Juantxu preguntaba con miedo. ¿Tú te has leído todos los capítulos?

Sí. Contestó Unai.

Yo me los leí anoche. Dijo Juantxu. Yo también. Dijo Unai.

¿Tú no eres no? Preguntó Juantxu.

Ya te lo he dicho al principio. Que no. Yo no soy.

Es que también aparecen Landa y Eduardo, bueno, los que tú y yo sabemos que son Landa y Eduardo, aunque en la realidad no se llamen así. Dijo Juantxu. Decidió publicarla el jefe de Cultura. Le eché un ojo por encima al primer capítulo y sin más. No volví a leer nada. Hasta ayer. Dijo Juantxu. Quien quiera que sea el que o la que está escribiendo esto nos conoce bastante bien. Dijo Unai. Y no solo eso, creo que, o nos quiere decir algo, o nos quiere chantajear. Y lo curioso es que o tiene espías que le cuentan cosas entre gente que tú y yo conocemos o es él mismo el que nos espía. Dijo Juantxu.

¿Estás solo ahora? Preguntó Juantxu. Unai miró los dos lados del callejón, con las grandes puertas con rótulos de empresas cerradas.

Sí, ¿por?

Entonces Unai vio al fondo una puerta semiabierta. Te dejo. Dijo Unai. Unai se acercó presuroso hasta allí. Dejó caer la mano sobre la cartuchera, que pulsó con suavidad. El click del botón automático se oyó claro. Unai abrió la puerta un poco más. Entró. Todo estaba oscuro, pero descubrió que había decenas de puntos brillantes que le miraban a pares. Son murciélagos. Pensó Unai. Al mínimo ruido saldrán volando. Pensó Unai. Intentó volver sobre sus pasos. Pisó un trozo de metal. Mierda. Dijo Unai. Unai tuvo que agacharse porque por encima de su cabeza cruzó una bandada de murciélagos buscando otro lugar donde poder esconderse del ser humano.Continuará