Bilbao - Tras cantar ante medio millón de personas en la gira de su último disco, Autoterapia, Izal le dará carpetazo con once últimos conciertos agrupados bajo el nombre El final del viaje, que cuenta con una única cita vasca, el 14 de marzo en el BEC de Barakaldo, en la que colabora DNA. "Tenemos un público tan intenso que cada concierto es un karaoke gigante", asegura el navarro Mikel Izal, compositor, líder y cantante del grupo, que reconoce que "al principio fue difícil no pasar por el aro".

¿Hay nervios ante la recta final de la gira o son cosa de primerizos?

—Sigue habiéndolos, sobre todo porque el montaje actual incorpora cosas y dinámicas nuevas, y el deseo es que todo lo que has imaginado y diseñado salga bien y emocione. Estamos de estreno y sigue habiendo nervios.

Esto no es como ir a la oficina.

—Tal cual, sarna que con gusto no pica. El grupo necesita siempre emociones nuevas, para no aburrirnos nosotros en primer lugar. Es la tercera vez que cambiamos montaje, repertorio, guion del show... Hay muchas dinámicas nuevas. Si te aburres tú, seguro que el público lo hará también.

¿Qué puede avanzar de las novedades de estos conciertos?

—Si cuento las sorpresas dejarán de serlo. Es mejor que quien vaya al BEC, encuentre un espectáculo desconocido. Puedo decir que entrará alguna canción nueva respecto a 2019 y que hay una narrativa inhabitual que se entrelaza con el recital y cuenta una historia... Que se acerquen y vean en directo lo que hemos inventado.

¿Sugiere que participarán actores o actrices en el montaje?

—Miren Ibarguren, Kira Miró y Julián López ya lo hicieron antes, pero ahora... ni confirmo ni desmiento (risas). Así sabrá mejor.

En la promoción de la gira aparecen vestidos de astronautas.

—La historia espacial empezó en 2019 a través de Hiru Studio y Afterlife, que se sacaron de la manga el videoclip de La increíble historia del hombre que podía volar con una estética preciosa que no quisimos dejar solo ahí. Le hemos dado una vuelta de tuerca a ese imaginario del viaje espacial.

Parece una metáfora de la ascensión del grupo.

—Totalmente. ¿Quién nos lo iba a contar hasta hace unos cuatro años, con el disco Copacabana? Ese fue el punto de inflexión, aunque el crecimiento siempre ha sido lineal. Llevamos diez años trabajando duro, más al principio, cuando no había recursos y tuvimos que financiar los dos primeros discos con el apoyo del público. Seguimos autogestionándonos y ahora recogemos el cariño de una gente que nos ha conocido a través de la familia o los colegas, del boca a boca. Ahora son más las personas que hablan de nosotros en una especie de promoción gratuita y honesta.

Creo que las expectativas de este tramo final de la gira han sido superadas con creces. Iban a ser siete conciertos en otras tantas ciudades, pero en algunas ofrecerán dos ante las peticiones de entradas.

—Ha sido una locura absoluta e inesperada. Solo creímos factible duplicar el concierto en Madrid, donde ya llenamos dos WiZink Center en 2019. No se contemplaba en el resto porque los aforos eran grandes. A pesar de ello, tocaremos dos noches en el Palacio de los Deportes de Granada, en Murcia y en la plaza de toros de Valencia, cuyo aforo es de 8.000 personas. ¡Estamos flipando!

Vienen de una gira con 500.000 asistentes. ¿Cuántos podrán verles en estos once conciertos?

—Hemos echado cuentas y serán casi unos 100.000. Lo digo y me entra el vértigo.

¿Cómo logran mantener los pies en el suelo ante multitudes así?

—Porque seguimos haciendo lo mismo, solo cambian los tamaños y las dimensiones. Hacemos y cantamos lo que nos gusta y tocamos lo mejor que podemos. Tenemos la suerte de tener un público tan intenso que vivimos los pabellones grandes como salas pequeñas multiplicadas por cien. El tú a tú es muy cercano, un karaoke gigante que hace que todos olvidemos que estamos en un pabellón, y que nos toca muy de cerca.

¿Cuál es el secreto de su éxito? Las televisiones no ayudan, los medios especializados tampoco les dieron su apoyo...

—La conclusión es que es el público el que lo ha decidido. Es gente que se tropieza con nosotros por colegas, en Spotify o YouTube... El grupo sigue siendo un descubrimiento personal. La oferta es enorme y hay muchos músicos buenísimos, así que nosotros cuidamos todos los aspectos del proyecto. Es un trabajo artesanal, casi familiar con nuestra oficina.

Siempre reniega de la etiqueta indie.

—Solo de la etiqueta, porque somos orgullosamente independientes y autogestionados. Lo difícil fue no pasar por ningún aro al principio a cambio de promoción, financiación de discos... El indie no es un género musical, ya que hay grupos de rock, de pop, heavies... y son indies, independientes.

Tocar en el BEC es como hacerlo en casa, ¿verdad?

—Va a ser una noche de fiesta con los colegas de la universidad y del colegio. Soy vasco-navarro, estudié en Vitoria-Gasteiz y luego la universidad, en Bilbao. Habrá familia y amigos por todas partes, lo que le da un extra a la visita. Y a todos nos gusta ser profetas en nuestra tierra. Esta vez creo que reuniremos a unas 8.000 personas en el BEC, cuando en la anterior no llegamos a 3.000. Será inolvidable.

Y luego, al finalizar la gira, ¿qué?

—Descansaremos por vez primera en una década sin tener una hoja de ruta de fechas. Nos seguiremos viendo de cañas, pero será un lujo estar sin nada planificado para el próximo disco.

La gira se llama 'El final del viaje', pero Izal continuará, ¿verdad?

—Claro, claro. Parar implica un cierto riesgo, pero con cuatro discos ya creo que hay que rellenar el depósito sin prisas. Somos esponjas y todo lo que oímos se va quedando, es como tomar notas sin darnos cuenta.

Y antes de lo que imagina seguro que necesitará, como una autoterapia, volver a componer y a tocar.

—Segurísimo, sí. Pero que suceda sin obligaciones, sin pensarlo. A mí siempre me ha emocionado y hecho más feliz crear canciones en mi casa. Puedo estar catorce horas seguidas y olvidarme hasta de comer. Y al día siguiente, le doy al Play para oír el trabajo y siento una sensación especial nunca superada, ni en los conciertos.

Pero disfruta mucho de los escenarios también.

—¡Me lo paso pipa! Y cada vez más. Antes me medía más, era muy tímido. Ahora hago lo que me sale y ya empata en felicidad la creación con los conciertos. He perdido el miedo y salgo a ser uno más del público. Canto temas que me encantan y se puede bailar de forma ridícula, gritar, saltar al público... Casi todo está permitido. Y digo casi todo porque las sensibilidades están muy afiladas hoy en día. De todas formas, no me sale hacer cosas políticamente incorrectas.