‘HASTA QUE LA BODA NOS SEPARE’

Dirección: Dani de la Orden. Guión: Olatz Arroyo, Eric Navarro, Marta Sánchez. Intérpretes: Belén Cuesta, Álex García, Silvia Alonso, Antonio Dechent, Mariam Hernández. País: España. 2020. Duración: 110 minutos.

Eso que algunos denominan el sublime tiempo de lo nupcial -esas cosas propias de bodas y bodorrios-, se ha convertido en tema recurrente de todo tipo de comedias. Algunas son buenas, bastantes malas; la mayoría, peores. El caso es que comienza a fatigar en exceso esa traición a nuestra esencia occidental de buscar originalidad. Con este tipo de comedias, la novedad ha sido desterrada. Se repiten los gags, se copias los chistes, se replican las situaciones... nada hay nuevo. Si nos ponemos estupendos acabaremos citando a Byung-Chul Han para insinuar que el cine comercial ha traicionado aquella idea de ser y de ser esencialmente primigenio, para asumir la actitud china de abrazar el arte de la falsificación y la deconstrucción.

Definitivamente diríamos que “frente al ser, se impone el camino”, parafraseando al filósofo coreano más citado en el siglo XXI. Frente a lo singular, otra película de bodas que no es sino un remake del filme francés Jour J, de Reem Kherici, al que se le huelen influjos de Los padres de la novia, situaciones de los hermanos Farrelly e incluso sombras de Ocho apellidos vascos.

Con tan poca convicción por articular un discurso personal cabría temer que el guión de Arroyo, Navarro y Sánchez sería un pastiche intragable. Pero no ocurre eso. Su director, Dani de la Orden (Barcelona, 1989), dirige con oficio y saca partido a un solvente reparto donde, salvo algún secundario pasado de rosca, el resto se mueve en el terreno idóneo.

O sea, tenemos una buena falsificación que clona sin pudor ni disimulo éxitos ajenos pero que, en su imitar, obtiene un acabado bastante bien apañado. Lo que cuenta, como toda comedia de boda que se precie, nace del enredo. Su guión es hijo de la impostura, del juego de apariencias que alimenta una situación que amenaza con desbordarse en cualquier momento. Eso es suficiente para que Dani de la Orden (Barcelona, noche de verano; Barcelona, noche de invierno; El pregón; El mejor verano de mi vida y Litus) confirme que, además de ser extraordinariamente prolífico, se ratifica en dignificar la figura del director no como artista sino como operario.