‘DOMINO’
Dirección: Brian de Palma. Guión: Petter Skavlan. Intérpretes: Nikolaj Coster-Waldau, Carice van Houten, Guy Pearce, Younes Bachir y Mohammed Azaay. País: Dinamarca 2019. Duración: 89 minutos.
Hubo un tiempo, en especial en los años 80, que cualquier nuevo estreno de un filme de Brian de Palma era recibido con la certeza de que allí habría exceso, pasión y juego perverso. Era el suyo, el cine de un heraldo del posmodernismo que vendría años después. Miembro destacado del puñado de cineastas estadounidenses que surgió tras la caza de brujas, el exilio de los rebeldes y la muerte o jubilación de los clásicos, a diferencia de Scorsese, Coppola, Allen y Ferrara entre otros, de Palma, en lugar de aspirar a una autoría reconocible, hizo de la versatilidad y de la relectura de quienes le precedieron su tarjeta de visita.
A lo largo de una desconcertante trayectoria ha versionado todo lo que ha podido y ha querido. De manera que se dio un baño con el cine de Antonioni, Impacto, y sin mutar el gesto, asumió la modernización y rescate del género de terror, El fantasma del paraíso. Acuñó la fórmula la sorpresa final cuando el espectador creía que todo ya había acabado, Carrie, y elevó a éxito de cine una vieja serie de televisión, como Los intocables. Cierto es que contribuyó a reforzar la carrera de Tom Cruise con Misión imposible pero sobre todo, lo que De Palma hizo a lo grande, fue asumir la manera irónica y seductora de entender el cine de Alfred Hitchcock.
Es decir, para Brian de Palma el cine es un espectáculo público concebido para observadores inteligentes. Hoy, cerca de cumplir los 80 años, nació un 11 de septiembre de 1940, presenta Domino, un filme de producción accidentada, rodado parcialmente en Almería y que fue acabado como buenamente se pudo ante el estupor y el cansancio de un De Palma abiertamente contrariado. Quizá por todo ello, Domino va de más a menos. Despega con un claro homenaje al Hitchcock de Vértigo, una persecución por los tejados y un desenlace temido y por eso mismo revestido con un suspense al viejo estilo. Pero el de Palma, siempre crítico con el belicismo norteamericano, siempre presto a pellizcar al poder, comienza a sofocarse con un guión que mezcla la CIA con el terrorismo islámico, las buenas prácticas de la policía danesa con el folclore bizarro de una corrida de toros.
Domino oscila entre el placer del relato, la llamada del voyeur que desea inquietar a la audiencia y el valor reivindicativo de un alegato contra las malas prácticas de la política exterior de Washington. Con esa dinamita en su núcleo interior, Domino se descose por momentos y evidencia la escasez de recursos. La apoteosis final, la gran traca de fuegos de artificio con la que el guión quería concluir, se desarrolla con menos brillantez que una serie de televisión de bajo presupuesto.
Una comparación entre el arranque de Snake Eyes y el final de Domino dejaría a este de Palma casi octogenario al borde de la jubilación forzosa. Pero ni sería justo ni es exacto porque, pese a la pobreza de recursos, pese a las grietas y miserias del hacer de Domino en las tierras andaluzas, pese a la falta de garra de un reparto huérfano de empatía y con la sensación de que ha habido elipsis no previstas por el guión sino impuestas por las carencias, De Palma se las arregla para esbozar algunas buenas secuencias.
Que lo mejor se encuentre en la primera mitad tampoco ayuda a la valoración final de un filme que arriesga una hipótesis delirante sobre el terrorismo islámico y la manipulación estadounidense, siempre tan presta a arruinar equilibrios ajenos. Eso acontece en esta mirada a un problema mundial que hace de Europa el campo de batalla de un conflicto demasiado terrible como para tomárselo a la ligera. Ni siquiera un lobo viejo como el autor de Atrapado por su pasado. Paradójicamente, como el título español de ese filme, Carlito’ s Way, de Palma estuvo atrapado en Domino pero no por lo que fue sino por lo que no le dejan seguir siendo.