horror de gala. Plomiza. Aburrida. Sin consistencia. Ya desde el primer agradecimiento, el de la adorable actriz revelación de 84 años, el tren de los saludos descarriló mientras los guionistas prendían fuego al espectáculo con una gala que sacó innecesariamente pecho de chistes que al otro lado del televisor provocaron vergüenza ajena mientras un montón de gente se cruzaba por delante de las cámaras en su huida dando la sensación de que estábamos viendo en Internet una peli pirata grabada de forma cutre en un cine.

La semana ya empezó mal con los premios musicales Odeón, un desconcierto tan grande que hasta TVE ha pedido explicaciones a los organizadores. Para evitarlo, al menos en la medida de un canal que solo ven los espectadores que se echan la siesta, Sánchez y Carbonell realizó en La 2 unas interesantes recomendaciones a los ganadores en boca de los ¿goyarizados? David Trueba y Juan José Ballesta: brevedad, no sean cansinos saludando a la familia y dedíquenselo al director de la peli, que es el que les puede volver a contratar. Ni por esas. Los profesionales del cine saludaron a todo su árbol genealógico. Va a ser hora de limitar los agradecimientos en grado familiar. Y eso que se notó cierto clasismo en unos Goya que dejaban hablar a los importantes y ponían la musiquita al resto de premiados.

Si hubiera que resumir estos Goya en un premio sería el de mejor decorado por su sencillo pero funcional escenario. Lo demás, muy de rutina para cubrir el expediente de una gala que se marchó a Malaga para entregar varios Goya a domicilio, pero resultó tan prescindible y olvidable como tantas hechas en Madrid. Y sí, ya sé que era difícil superar el nivel del año pasado, donde tocaron el cielo con momentos tan ingeniosos como el de Màxim Huerta entregando el premio al mejor cortometraje, pero dio la sensación de que la gala se vertebró con los chistes descartados el año pasado. Las pocas frases ingeniosas se las quedaron los presentadores y para los demás, hubo chistes sobre repartidores y poco más. Se echó en falta a César Vicente, que se hizo más famoso entregando un premio en Los 40 que actuando en Dolor y gloria (la ganadora) y que algunos esperábamos que fuera el nuevo Màxim que se pasara por allí para hablarnos de afters y pimientos rellenos. Pero no. En su lugar, Ester Expósito, que salió indemne de aquello, tropezó dando el Goya a un inexistente Madrid 2021-20. Las entregas de premios las carga el diablo.

Antonio Banderas, que también bailó de alegría en el número final, porque significaba que esto se acababa, nos marcó los minutos sobrantes de la gala con el balanceo de su silla, como si estuviera en una interminable clase de matemáticas, mientras veíamos a esa gente que se cruzaba en su huida por delante de las cámaras y que ni el realizador -con toda su profesionalidad mostrando los tiempos muertos en el escenario, los asientos vacíos en la grada y el cue que leen los presentadores- supo evitar. ¿No querían 3D en el cine? Pues TVE nos lo sirvió en directo y sin necesidad de alquilar gafas, que parecía que tenías que estar apartando continuamente hombros y cabezas para ver algo. Increíble.

Pese a todo, la gala de este año no resultó tan terrible como la de Joaquín Reyes y Ernesto Sevilla en 2018, con la que se permitieron bromear convencidos de que ya habrá prescrito su delito (no lo tengo tan claro), pero ha sido la peor gala de Buenafuente (solo o con Silvia Abril) y apenas el gag de Jesús Vidal, agradeciendo el premio desde el año pasado, mereció salvarse de la hoguera. Tiene razón Buenafuente cuando dejó caer, antes de mostrarnos el culo en otro chiste facilón llevando al absurdo el ingenioso despelote del año pasado, que va siendo hora de echarse a un lado y que vengan otros a presentar esto y va siendo hora también de destinar el presupuesto a algo más que al escenario y los viajes.

Al final, el problema es siempre el mismo. Estos premios no se toman en serio, ni por sus responsables, ni por los nominados, ni por el público que asiste. Lo notamos cuando hicieron entrega del Goya de honor a una ausente Pepa Flores, Marisol. En el escenario sobrevoló el Alzheimer como posible justificación, aunque al no ser claros en el motivo y camuflarlo en su “retirada de los escenarios” se ofreció la imagen de una actriz desagradecida y de unos premios infravalorados, lo que no beneficia a ninguna de las dos partes. Y duele, duele mucho esa ausencia, cuando recordamos el esfuerzo que hizo el año pasado un debilitadísimo Chicho Ibáñez Serrador para recoger el suyo o cuando le llevaron el suyo a casa a Antonio Mercero. Como también dolió que este año la grada fuera tan tacaña en aplausos en el in memoriam, el momento en el que se homenajea a sus compañeros fallecidos en el último año. Solo los más populares recibieron aplauso. Tremendo.

El otro momento chusco de la noche fue cuando al entregar el premio a la mejor actriz, un youtuber que va de gracioso interrumpió el momento gritando desde su asiento “¡¡¡Estefanía!!!” (en alusión al bodriality La isla de las tentaciones de Tele 5) sin que nadie le sacara a patadas de allí, que es lo mínimo que hubiera ocurrido en los Oscar y en cualquier lugar civilizado. En su lugar, jugaron al amago de detener a una falsa espontánea despelotada pero tapada que reafirmó que en esta gala había mucho culo y chiste grueso.

Quizás hubo más momentos chungos o sublimes, pero como no paraba de tapar el escenario la gente que pasaba por delante de las cámaras estos son los que llegaron a mi tele. Que es más que lo que se ofreció por Internet, porque tras emitir la interminable alfombra roja, TVE cortó la señal a los que tenían una IP extranjera (caso de Estados Unidos, desde donde me lo chivan) dejándoles sin ver los Goya en directo. Su alternativa fue ofrecer el programa golfo, de barra de bar, que hacen en la web (de algún lado tienen que sacar la audiencia) donde Amaia, tras cantar por Marisol, dijo (de buen rollo, no se la líen ustedes ahora) que Antonio Banderas se podía meter el Goya por el culo. Solo ella tiene el don de lo imprevisible y es capaz de sorprendernos en un mundo de galas guionizadas y somnolientas. ¿Y si la ponemos a presentar los Goya el año que viene? Así, además, evitaríamos que nadie más enseñe el culo gratuitamente. Por si acaso.