Vitoria - “Se deberían tratar estas cuestiones en los planes de estudio de los colegios. Sería muy importante. Tengamos en cuenta solo un dato: entre los 12 y los 25 años, el 13% de las mujeres desarrolla un trastorno de alimentación. Es mucho más de lo que parece”. El psicólogo Edgar Ilg, colaborador de la Asociación Contra la Anorexia y Bulimia de Euskadi, no pierde de vista éste y otros datos, como el hecho de que cada vez más estudios estén demostrando la vinculación existente entre el uso de las redes sociales y la posibilidad de desarrollar desórdenes en la alimentación. De ahí, por ejemplo, la labor que lleva a cabo, a través de diferentes charlas, en centros escolares, donde se insiste en ofrecer argumentos frente a las corrientes sociales que ponen en alza la apariencia física y determinados cánones de belleza. Eso sí, a lo largo de este año, el experto también está realizando un trabajo específico en el Conservatorio de Danza José Uruñuela, una labor que está implicando a toda la comunidad laboral y familiar del espacio.

A grandes rasgos, “lo que intento es que, en primer lugar, tengamos claro que los trastornos de alimentación son problemas de salud muy graves en los que se entra de manera muy fácil pero de los que se sale de forma muy complicada. Para cuando se pide ayuda y se pone un tratamiento, estamos hablando de una media de recuperación de dos a cinco años. Esto afecta a la salud de la persona a todos los niveles. Y ese es un segundo planteamiento general a compartir: las consecuencias o los síntomas de un trastorno alimentario son físicos, pero lo que hay es un problema mental y por lo tanto tiene que ver con cómo se siente la persona. Eso afecta de manera transversal a toda su vida, no sólo a la comida, sino a las relaciones, al desempeño laboral, a las amistades?”.

En el contexto específico de la danza y de quienes se están formando en ella, Ilg parte de la base de que “en todo colectivo donde se le de un exceso de importancia o al aspecto físico o al peso, es más fácil que la persona empiece a sentirse mal consigo misma y a desarrollar el trastorno”. A partir de ahí, “en el caso concreto de esta disciplina tenemos a personas que están pendientes de su peso y que a diario están pendientes de su imagen porque están, en todo momento, trabajando frente a un espejo. Es un elemento que necesitan, una herramienta, pero que genera distorsión porque la persona se termina viendo con más peso del que tiene. Ése es un factor de riesgo”, destaca. De hecho, el psicólogo -que ha tratado a lo largo de su carrera a distintas bailarinas que se sentían afectadas por la presión de audiciones, actuaciones, proyectos...- recuerda que “el propio conservatorio contactó conmigo porque vio la necesidad de afrontar estas cuestiones tras tener algún caso de trastorno de alimentación”.

Más allá de esta labor centrada en el Uruñuela -donde también hay que poner en valor el trabajo de Ainhoa Hernández, profesora de Anatomía y Alimentación del centro-, el experto señala que es necesario no trivializar cuando aparecen los primeros síntomas y estar atentos a las “voces de alarma”, como los cambios repentinos de peso, las alteraciones en las costumbres con respecto a la alimentación y a que las personas jóvenes muestren una preocupación constante por el peso y la figura, sin perder de vista los estados de ánimo.