La idea básica es clara: “lo primero que tenemos que hacer aquí es divertirnos”. Lo dice el actor, director y bailarín Celes Duarte a la hora de definir el trabajo que desde hace más de tres décadas y media viene desarrollando el estudio de danza Tarima desde la calle Badaia. Es un objetivo compartido. “Este trabajo no es sólo enseñar técnica, sino aportar algo a quien viene. No estamos para dar un diploma, sino para que la gente salga a gusto consigo misma”, añade la pintora Amaya Camoeiras Ruiz, quien en 2001 puso en marcha el Estudio de Pintura Amaya, ubicado en la calle Caracas. “La gente puede venir cansada por todo lo que ha hecho durante el día, por sus preocupaciones y ocupaciones, pero cruza la puerta y ves que esto es su pasión y que para ellos y ellas es una gozada estar aquí”, subrayan los músicos Raül Vera e Iñigo Etxeita, que hace cuatro años crearon Avant Music Center en Pintorería, proyecto del que acaban de abrir una sucursal en Donostia.
En sus respectivos locales, el curso justo acaba de comenzar. Son tres ejemplos de los diferentes proyectos privados que en la capital alavesa trabajan cada año en torno a las distintas disciplinas culturales, lugares a los que acuden cientos de personas de muy diferentes edades e intereses. Son además, aunque a veces algunos lo olviden o lo pasen por alto, iniciativas empresariales, con todo lo que ello conlleva, que también generan puestos de trabajo.
Ahora están poniendo de nuevo su maquinaria en marcha. Los próximos meses van a ser intensos. De lunes a viernes no paran, aunque en algunos casos también hay actividad los sábados por la mañana. Los tres espacios -más allá de que sea algo habitual en otros lugares- tienen en común su labor con los más pequeños. En Avant pueden empezar con un año, en la clase de estimulación musical temprana. En Tarima hay grupos con bailarines de cuatro años. Y en Amaya, es Maribel Pérez Gómez quien trabaja con los pintores de unos cinco años. Pero en lo que se refiere a los adultos, cada centro encuentra una demanda propia, más allá de que haya características compartidas.
Sucede así con Tarima, a donde, sobre todo, acuden jóvenes de entre 12 y 18 años. “La gente quiere muchas cosas ya. Si tiene que dar más de dos clic, no quiere. Así que cuando alguien nuevo cruza la puerta, tenemos que manifestar toda nuestra pasión por esto y la verdad es que la gente acaba implicándose y se crean grupos muy compactos”. Como apunta Duarte, “la cuestión es saber reinventarse de manera constante y aquí lo hemos hecho siempre. Hoy, por ejemplo, apostamos por la fusión de estilos. Eso hace también que la gente entienda la danza como una filosofía de vida inclusiva socialmente hablando. La danza urbana y la danza moderna son muy inclusivas. Aquí tenemos personas de diferentes procedencias que encuentran en la danza un idioma universal que muestra pasiones. Lo que trabajamos es una forma de entender la vida en el arte. El esfuerzo tiene una recompensa tremenda, que es la amistad, el reconocimiento, la solidaridad para ser capaz de escalar aquellos puntos de dificultad que puede haber a nivel técnico”.
Alumnos de hasta 78 años ha llegado a tener Avant Music Center (que es espacio oficial Rock School), más allá de que a su puerta llaman personas con objetivos muy distintos. “Hay quien es autodidacta y quiere aprender más; o quien se ha quedado estancado y busca evolucionar o perfeccionar. Muchas personas quieren una educación reglada ya que nosotros contamos con un plan de estudios y una titulación opcional. Los hay que están pensando en dar su salto a lo profesional y quienes encuentran aquí un puente para llegar a centros superiores como Musikene”, describen Etxeita y Vera, que aunque en la capital alavesa están rozando el máximo de alumnado que pueden atender, “ahora mismo preferimos quedarnos en nuestros locales y mantener la atención más cercana posible”.
Camoeiras apunta con una sonrisa que no son pocos los que cruzan la puerta del estudio de pintura con cierto miedo al principio. “En general, la gente viene a pasarlo bien. A veces te encuentras con personas que quieren ver si son capaces, o que nunca lo han intentado pero siempre les ha llamado pintar, o gente que empezó de joven pero luego lo tuvo que dejar. Hay quien empieza en temporadas que está de baja, o quien quiere hacer algo específico, como retratos. Ahora no pasa tanto, pero hubo un momento, cuando en Vitoria se empezaron a abrir estudios de tatuajes, que venían personas que iban a abrir esos espacios para practicar y reforzar sus conocimientos. O estudiantes que van a entrar en la escuela de arte y se quieren preparar para el examen de ingreso que les hacen. O gente de dibujo geométrico. Y hemos tenido delineantes que como hacen dibujo técnico, les apetece hacer dibujo artístico”. Eso sí, respondan a unos perfiles u otros, “lo que todo el mundo te dice es que aquí desenchufa un montón, que le sirve para relajarse, para olvidarse del día a día”.
Más allá del estudio Esa percepción es compartida por los tres centros, ya se dediquen a las artes escénicas, musicales o plásticas. “Cuando alguien viene, por las razones que sean, muy acelerado, ves cómo los primeros veinte minutos sirven para que se olvide de todo. Empieza a pintar y ya está. Pintar y dibujar te obliga a desconectar, te sirve para concentrarte y relajarte”, describe la artista, que tiene claro que “lo más difícil de este trabajo es saber hasta qué punto le puedes exigir a una persona u a otra. Tienes que saber medir y tener claro que la misma cuestión igual se la tienes que explicar a dos personas de manera diferente”.
En este sentido, Etxeita apunta que “como centro debes tener claro que el nivel lo pone cada alumno y que te tienes que adaptar a su ritmo, más allá de que hay un plan de estudios”. Así se pueden ir dando pasos sin parar, hasta conseguir, como resalta Vera, que “hayamos tenido alumnos de guitarra que entraron sabiendo cuatro acordes y ahora se han convertido en profesionales. Ver esa progresión es una de las cosas más gratificantes de todo el trabajo que desarrollas”.
En parecidos términos, Duarte -que tiene muy claro que “somos un centro de ocio, es decir, no formamos profesionales aunque terminan saliendo muchos- apunta que “en este trabajo hay muchas cosas que te generan orgullo, como ver que una madre que ha venido a clase siendo adolescente, ahora está al otro lado, viendo a sus hijos hacer lo mismo”. De hecho, él, que en Tarima trabaja con tantos adolescentes (más allá de que a lo largo de una semana realice clases dentro y fuera del País Vasco), señala varias de las ventajas que ofrece el estudio cultural más allá del arte mismo. “Aquí ves cómo la mayoría de la gente que viene tiene luego unas notas altísimas en sus estudios. Aprenden a distribuir mejor el tiempo, a gestionar el esfuerzo. La danza sirve para desestresarte y también genera un estímulo muy importante para fortalecer las bases de aprendizaje para la vida”.
Por supuesto, su actividad no deja de ser una labor empresarial, que es la parte que a los cuatro les hace poner un poco los ojos en blanco. “No es nada fácil ser autónoma. En un negocio de este tipo, además, te tiras tres meses que no tienes actividad. Así que durante los otros nueve meses restantes tienes que dar también clases fuera del estudio para luego poder sobrevivir”, apunta Camoeiras. “No ganas dinero, esto son habas contadas”, resalta Duarte, que sabe, por tantos años de experiencia también en la gestión artística, que “tener un centro privado es muy complejo. No tiene nada que ver con el arte. Te estás jugando tu supervivencia mientras a veces ves que se les ceden locales a personas que, aunque tengan muy buena intención, ni tienen contrato, ni pagan nóminas, ni tienen seguros?”. Aún así, es un área del trabajo que no se puede desatender aunque “algunas veces aprendamos a base de tortazos y riesgo”, dice Etxeita, quien tiene claro que más allá de las posibles rentabilidades económicas, “ante todo hay que apostar por la calidad con la que atiendes a la gente. Eso debe estar por encima de todo”.
Aún así, no hay que perder de vista que, por ejemplo, Avant Music Center ha creado ocho puestos de trabajo en la capital alavesa, a los que hay que sumar los cinco generados en Donostia, “y eso que al principio pensábamos que íbamos a estar los dos solos”. Números similares a los que maneja Tarima, donde, además, Duarte beca todos los años a una persona “en la que ves que hay algo... mágico” para reforzar la apuesta por la formación y el crecimiento personal y cultural.
Claro que antes que profesores, los cuatro también son creadores e intérpretes, faz para la que muchas veces cuesta encontrar un hueco. “Ganas siempre tienes. Pero lo de contar con tiempo... ya es otra cosa”, dice Camoeiras. Como poco, siempre queda la satisfacción de ver el camino que recorre su alumnado en conciertos, representaciones, exposiciones... puesto que a lo largo del curso siempre hay más de una oportunidad de encontrarse con el público para seguir aprendiendo, compartiendo y disfrutando.