Andy Warhol las inmortalizó enlatadas, son “el alimento más común en la historia de la humanidad” y Antonio Checa Godoy ha dedicado a las sopas del mundo un estudio sociológico, histórico y geográfico que es también un recetario sobre los caldos fríos y calientes de Oriente y Occidente. Exdecano de la Facultad de Comunicación de Sevilla, Checa Godoy ha dirigido varios periódicos y es autor de libros de viajes, fruto de los cuales es también Viaje alrededor de la sopa. La vuelta al mundo en 1.001 caldos (Algorfa).
El autor ha constatado que el elemento que se emplea con más frecuencia en las sopas es el pan, pero eso no resta que se trate de un plato sofisticado en muchos casos, como la “sopa negra” polaca, hecha con sangre de pato, la “sopa de ganso”, que inspiró a los hermanos Marx, o una sopa hecha de callos que, además de ser contundente, es un buen remedio para aliviar la resaca, según la creencia popular. “El repertorio inmenso de las sopas sigue ampliándose”, explica a Efe el autor, al asegurar que a la cocción de un líquido, generalmente agua, que exige una sopa, hay pueblos y culturas que sustituyen este elemento por leche o por algún producto aparentemente más raro, como la cerveza. Checa Godoy ha atribuido la generalización de la sopa a que se trata de un plato barato y por lo general rápido, tanto que algunas de las recetas que ha seleccionado llevan nombres que remiten a tiempos de penurias, como la andaluza denominada “caldillo de perro”, que se hace con naranjas amargas y pescado blanco.
Otro plato humilde es “la sopa de gato”, originaria del Bajo Guadalquivir y que aparece ya en el Siglo de Oro a base de pan duro, aceite, agua, ajo y sal, de modo que la alusión al felino se debe a la frecuencia de este plato en las ciudades sitiadas por ejércitos enemigos, cuando en las ciudades amuralladas no entraba el pescado. Más lujosa es la “sopa montera”, dominada, aunque con mucho pan, por el conejo o la perdiz, o la “sopa de peso”, que se llama así porque era un plato que servía para sellar en la sierra onubense los tratos de compra-venta de cerdos, pese a lo cual el ingrediente principal es el pavo.
Si en China hay cien cocinas, añade Checa Godoy, hay mil sopas -sopa de nidos de golondrinas, sopa de aleta de tiburón, sopa de serpiente...- que se distinguen por la variedad de una cocina tan heterogénea que cada comarca tiene la suya, en un país donde estos caldos pueden alcanzar rango de medicina, ya que muchas sopas antiguas elaboradas con hierbas se relacionan con la curación de enfermedades, como por ejemplo la sopa de ginseng.
En América hay sopas que, tras protagonizar canciones, como la “sopa de caracol” se han convertido casi en himnos nacionales, como sucedió en Honduras con este caldo a base de aceite de achiote, y también sorpresas, como “una sopa de cuaresma” limeña que lleva bacalao, un pescado que, salvo por razones culturales e históricas, sería inaudito preparar en esas latitudes. Tal vez las sopas menos conciliables con el paladar occidental sean algunas asiáticas hechas a base de grasas, como una que se hace con grasa de yak que, no obstante, “resulta suculenta para quienes la consumen”. “La sopa sigue vigente, es solidaria y está en expansión”, concluye el autor, no sin aventurar el origen de la sopa, que presume más antigua que el pan e incluso que la cerveza: “Millón de años arriba o abajo, debió crearse muy poco después del fuego; alguien puso agua a calentar, otro echó un hueso, y resultó la primera sopa”. Tradicionalmente las sopas se han hecho “con cosas con poca chicha pero que dan buen sabor”, lo que puede explicar, según Checa Godoy, la actual “expansión de la sopa”, un plato -zanjó- que gusta a los “más sofisticados y que sólo rechazan los más cursis”.