cuenta la tradición mitológica griega, que el ave fénix tenía la especial característica de sobrevenir a su destrucción, de resurgir de las brasas de la hoguera. La tele es un medio destructivo de los personajes que pasan delante de las cámaras, sean minutos u horas enteras, la telebrasa con la exposición de los tipos/as que se acercan a su calor abrasador.
La nómina de muñecos televisivos destrozados y olvidados es amplia y generosa, y basta con echar la mirada hacia las décadas pasadas para encontrar un auténtico cementerio de hombres y mujeres que tuvieron su cuarto de hora de gloria y que ahora reposan en las tumbas del olvido, sobrepasados por otros personajes que correrán semejante destino. Cierto que hay casos raros, extraordinarios, como el de Risto Mejide, personaje capaz de alcanzar cimas de notoriedad y popularidad para pasar en otro momento al olvido y desaparición. Este personaje que irrumpió con fuerza, originalidad y novedad, haciendo de un sofá-chester el punto de encuentro/desencuentro con los títeres de la actualidad. Parapetado tras sus gafas de comisario torturador franquista emergió su fama de entrevistador correoso, descarado y dispuesto a desplumar almas y cuerpos de quienes se atrevían a plantarse ante semejante espécimen.
Y con este estilo, se asentó en los despachos directivos de las hispanas teles, donde unas veces era acogido con aplauso magnánimo y otras rechazado con sonoro portazo, hasta el momento actual en el que conduce un programa, aparentemente defensor de la libertad de expresión y, es látigo implacable para fustigar estúpidas declaraciones, aviesos comportamientos de muñecos de actualidad, en apuesta mediática cuya perdurabilidad se desconoce en la parrilla de Cuatro, cadena que eliminó los informativos y se quedaron tan panchos. Y para eso les reglaron una concesión televisiva.