Madrid - La forma en que relató los abusos que sufrió de niño y cómo la música le mostró un mundo que merecía la pena vivir convirtieron al pianista James Rhodes en un gurú de la divulgación cultural. Con una nueva obra que abunda en esa línea, cuenta cómo España ha tenido un efecto balsámico similar. “Después de Londres, España es para mí como Disneylandia, tiene una calidez muy rara. Estoy honrado de compartirla y siento que tengo una nueva familia aquí”, señaló el artista británico.
El autor de Instrumental, al que siguió un manual sobre cómo aprender a tocar el piano de manera fácil, insiste en Playlist (Planeta) en su idea de restituir la música clásica a un lugar central en nuestras vidas a través de siete compositores fundamentales, humanizados en sus virtudes y defectos. “Es el libro que me habría gustado leer de niño, pero entonces no existían, y estoy muy orgulloso de él, del que más”, asegura. Su punto de partida, cuenta, es que es falsa la idea de que para disfrutar de la música clásica “necesitas ser muy rico y educado, porque es alta cultura”. “¡Qué chorrada!”, protesta. Desde esa óptica ha escrito un libro que es “una celebración de la música”, con el lenguaje “ligero” de los adolescentes pero concebido “para todo el mundo”, como “un trampolín a un mundo nuevo” que a él le “salvó la vida”. “Entendí que este no era un mundo tan horrible si contenía esta parte hermosa, como un rayo de luz, y no solo me pasó a mí, también a muchos otros niños que sufren bullying o maltrato familiar”.
Desde Bach y por riguroso orden cronológico (“soy un tiquismiquis”, apunta), Rhodes repasa “los autores más chulos” de la historia y recuerda cómo “abusaban del alcohol, se metían en peleas, ligaban con las gruppies y pillaban enfermedades como sífilis”. “En lugar de lanzar televisiones por las ventanas, se lanzaban ellos. Eran como auténticas estrellas de rock”, opina ante un libro al que ha dado el sobrenombre de Rebeldes y revolucionarios de la música. Así cuenta el órdago que lanzó Mozart cuando compuso Las noches de Fígaro (amenazó con prenderle fuego a la partitura) y cómo su genio le permitía escribir notas sin tachones ni vacilaciones, con un nivel de producción tal que es como si “Serrat o Calamaro hubiesen escrito seis discos al año”.
También describe lo que la música significaba para ellos, en algunos casos una forma de sobreponerse a la pérdida continua en la que se había convertido sus vidas, en otros un método de empoderarse frente a la marginalidad, especialmente en el caso de Beethoven, su favorito. “Hay pocos momentos en la historia en los que puedas decir que hubo un antes y un después, ya fuese la penicilina o la electricidad. También con la Sinfonía Heroica. Adiós a la música clásica, hola a la romántica, como un golpe en la cara”, destaca.