En cada sesión, el claustro de Oihaneder Euskararen Etxea se llena de movimiento. No es un decir. Las invitaciones se agotan una y otra vez. Eso supone que un centenar de personas se reúne para bailar, para aprender, para compartir tanto desde el folk propio como del de otros lugares. Su punto de encuentro es Ilunabarrean dantzan, un ciclo que ya tiene en marcha su cuarta edición, asentando el camino iniciado en 2015.

Fue a finales de ese año, cuando desde el proyecto de lo alto de la colina -que entonces estaba dando sus primeros pasos- se unieron diferentes objetivos para poner en marcha esta propuesta. “Teníamos claro que las euskal dantzak tienen aquí mucho arraigo, atraen a mucho público -explica Ane Pedruzo, desde Oihaneder-. Así que pensamos que se podría buscar un espacio para ellas, haciendo que el euskera fuera el eje vertebrador”. Como la Academia de Folklore ya organiza un ciclo de dantza plazan al aire libre a lo largo de primavera y verano, la apuesta en este caso fue suplir la ausencia de una iniciativa por el estilo en invierno y bajo techo. Eso sí, no se quiso asentar la fórmula sólo en el folklore de Euskal Herria.

Ahí fue definitoria la aparición del trikitilari Ander Zabaleta, que introdujo en los planes de Oihaneder el concepto del balfolk, festivales o encuentros para bailar danzas folklóricas de distintas partes del viejo continente de la forma tradicional. Así, entre miradas al scottish o el mazurca pero sin perder de vista lo propio, se construyó una primera edición que supuso una prueba en todos los sentidos para ver si la idea podía tener continuidad, si era posible juntar a personas diferentes un domingo al mes por la tarde para, con música en directo, dejarse guiar y bailar juntos ritmos conocidos y no tanto.

Como se comprobó que había base suficiente para seguir el camino, Ilunabarrean dantzan tuvo una segunda entrega en la que se quiso reforzar el proyecto. En este sentido, se invitó a dantzaris de otras partes de Euskal Herria a conducir las sesiones, haciendo que el ciclo fuese más “diverso y completo”, proponiendo al público una oferta “en la que se dio un salto de calidad”, según Pedruzo. Con todo, y con el ánimo tanto de seguir probando fórmulas como de sumar a agentes culturales locales, el año pasado se optó por invitar a varios grupos de dantzas de Gasteiz, incluyendo la Academia de Folklore, para protagonizar cada sesión. “Hubo mucha ilusión y ganas, así como mucho trabajo” pero el concepto del balfolk quedó algo diluido, por lo que en este 2019 se ha vuelto a las esencias.

Eso sí, esta vez Zabaleta no es al mismo tiempo conductor, profesor y músico como en la primera edición, sino que se centra en dirigir desde el punto de vista musical el programa, que a lo largo de sus cuatro citas está contando con la colaboración de otros tantos dantzaris llegados de diferentes herrialdes. “Es cierto que, en cierto sentido, puede ser una complicación tener que preparar un repertorio completamente diferente para cada vez puesto que eso supone aprenderte diez canciones nuevas cada mes. Pero al mismo tiempo no deja de ser un aliciente y una motivación”, apunta el trikitilari, que se confiesa “un poco cansado de tocar siempre las mismas canciones y las mismas melodías en cada sesión de baile. Tenía ganas de probar otras cosas, otro tipo de repertorios”.

En sus manos está hablar con los profesores de cada cita, gestionar la parte musical, ver qué repertorio se va a tocar y qué es necesario para poder llevarlo a cabo... “los músicos somos básicos pero es verdad que estamos como en un segundo plano. La gente se queda con lo que ha bailado y le han enseñado, pero no está tan pendiente de la música o de los arreglos. Pero no es algo que me moleste. Como contrapartida, te quita cierta presión”, sonríe Zabaleta, que aunque no se considera dantzari sí que disfruta “mucho” bailando: “el hecho de conocer los bailes también te ayuda luego a la hora de interpretar la música”. A grandes rasgos, cada sesión sigue el mismo esquema. “Antes de cada baile, el dantzari va explicando los pasos, que se van haciendo entre todos, primero despacio y luego poco a poco acelerando. Ahí, como músico, tienes que saber adaptarte. Si conoces el baile, sabes a qué ritmo tienes que tocar la música, donde entra cada paso? y puedes amoldarte mejor al ritmo que está imponiendo en ese momento el profesor”.

Participación De todas formas, todo ese esfuerzo y coordinación no tendría sentido sin el respaldo de unos asistentes que dejan sin invitaciones cada encuentro. “Sabemos que el claustro de Oihaneder no es el mejor sitio para hacer algo así, porque tiene moqueta, es reducido, se queda gente sin entrar? Nos da pena que se quede gente fuera. Esperemos que el kafe antzoki sea una realidad más pronto que tarde y tengamos un espacio donde no debamos decirle que no a nadie, cumpliendo además con las necesidades acústicas que esto requiere. Pero bueno, a todo nos adaptamos”, comenta Pedruzo. La actividad atrae a un “público muy diverso”. De hecho, como explica Zabaleta “es una satisfacción, y también uno de los objetivos, que se junte gente tan diferente, también en edad. Parece que este tipo de actividades a veces no son tan apetecibles para personas jóvenes pero estamos muy contentos con la respuesta que tenemos”.

Eso sí, el ciclo, como describe Pedruzo, está en constante evolución y mirando al futuro más cercano también hay deberes que se auto-imponen desde Oihaneder. “Este año, por ejemplo, entre los músicos y los directores de cada sesión sólo hay una mujer que va a ser protagonista. Ahí tenemos que trabajar”. También hay que mantener esa línea de variedad en las personas invitadas porque “en Euskal Herria tenemos gente que tiene mucho que aportar”, participaciones que ayuden a “subir en calidad y en diversidad”, al tiempo que “se sigue alimentando la creación local”.