“Hace falta perderse para darse cuenta por ti mismo de cómo encontrar la salida”, explica la pareja de la cantante Kacey Mushgraves, quien colabora en el álbum, al igual que el padre de Ruston. Kelly es originario de Carolina del Sur pero, como canta en Son of a highway daughter (“soy fruto de una hija de la autopista”) pasó gran parte de su niñez moviéndose con su familia y estableciendo su hogar en Alabama, Michigan y hasta Bélgica. Hijo de padre músico, el guitarrista Kelly, se enamoró de la música tradicional en Bélgica, donde elevó a los altares a la Familia Carter, antes de regresar a su país y empezar a componer, ya en Nashville.

Allí logró colocar algunas canciones, como Nashville without you, hasta que en 2017 editó el EP Halloween con su nombre. Con un repertorio escrito tras sufrir una sobredosis que le hizo replantearse su vida, le llovieron las comparaciones con Merle Haggard, Misfits y, sobre todo, el primer Ryan Adams, el de su doliente debut, Hearbreaker, que incluía clásicos como My winding wheel, Amy o To be the one. Y ahora le llega su debut en largo, Dying star, que consolida y avanza en un estilo compositivo autobiográfico que raya lo pornográfico, ya que la desnudez es casi tan obvia que sumerge en solidaridad al oyente. Su repertorio es una lúcida auto-exploración de irreverencia punk y patrones de country alternativo marcada por su enfermedad y recuperación.

Sufrimiento “Mucha de mi música se centra en el sufrimiento, en intentar comprender la condición humana a través de esa lente”, comenta. “Suena muy deprimente, pero es la otra cara de la moneda. A veces hay que internarse en esa oscuridad y perderse para darte cuenta por ti mismo de cómo encontrar una salida. Es la forma en la que podemos encontrar la alegría, y dar gracias por la vida”, prosigue. Tras asumir que las drogas habían secuestrado su creatividad, Kelly se rodeó de su padre, su esposa, la también cantante Kelly Musgraves, y los coros de Joy Williams, Natalie Hemby y Kate York, para grabar un estremecedor disco en el que dejar atrás su “estrella moribunda”. Sin trivializar ni dotar de glamour a la drogadicción aunque usando la ironía en ocasiones, resteñó sus heridas con la ayuda de su esposa, su “fuerza redentora”. “Dying Star significa que tienes que dar muerte a algo para que renazcas como el Ave Fénix”, explica Kelly. “Sal de ahí. Sé alguien nuevo. Puedes ser quien quieras, joder”, explica al referirse a estas 14 canciones.

Y la lírica no se rezaga respecto a la música en este disco repleto de metáforas sobre la existencia de personas atrapadas entre las llamas y perdidas en laberintos que claman misericordia pero tienen el arrojo y la lucidez (“¡cómo vas a vivir con alguien si no sabes hacerlo contigo mismo!”, plantea en Mercury) suficientes para encarar el presente y “enfrentarse a la verdad”, como canta en Cover my tracks, en Paratrooper’s battlecry ( “tengo que seguir adelante y aprender a ser valiente/no se puede vivir en esos viejos errores”) o en Jericho (”dobla tu rodilla y lucha por algo”).

Pastillas, alcohol, diversión, guiños a la muerte (Blackout narra su caída absoluta: “Me desmayo, desaparecer”), vagabundos que escapan de su existencia en autobuses y, al final, el brillo entre las grietas, la luz en el túnel oscuro... la redención. El único pero es que el CD resulta excesivamente largo para ser tan exigente en lo lírico y lineal en lo formal. Y que está repleto de canciones tristes, muy tristes. Y maravillosas. Sigue lloviendo fuera, tras la ventana, y las pesadillas nos despiertan a veces, pero siempre puedes encontrar a alguien o algo que te haga sentir seguro. Como Kelly canta en Mockingbird, como un pajarillo desvalido pero apoyado en una sólida rama.