Vitoria - Lugares como ¶espazioa, Montehermoso y Ataria han sido los últimos en los que Miguel Alfredo Hernández Busto se ha encontrado con el público a través de sus obras. Pero mientras sigue creando, Zirika -el nombre que adoptó en los años 80 para firmar su habitual colaboración en forma de dibujo en Egin- abre un paréntesis para hablar de lo que tanto le ocupa, la cultura.
En realidad, aunque desde hace tiempo no haya vuelto a ella, empezó con la pintura.
-Creo que empecé a pintar con 14 años o algo así. Recuerdo que le pedí dinero a mi madre. Era bueno con las manualidades en el colegio, vi pintar a alguna gente y me llamó la atención. De una manera autodidacta, quise probar y lo primero que hice fue un cuadro de suletinos muy malo (risas). Hace más de 40 años de eso. Empecé a comprar libros y a practicar, pero no tenía base. Así que comencé a formarme con Juanjo San Pedro en su casa y le seguí cuando pasó a la Escuela de Artes y Oficios, donde también estuve cinco años con Rafa Lafuente haciendo modelo vivo. Pero cuando terminó aquella fase, noté que la pintura, por sí sola, no me satisfacía. Me dio por experimentar con telas. Las ataba a los marcos. Aquello me abrió un mundo, me dio la oportunidad de ver otros caminos. Ahí hice mi primera exposición, en la que usaba elementos del entorno rústico, desde una argizaiola hasta unas layas. Cogía cuerdas y ataba esos elementos a los marcos para, de una manera simbólica, atarlos al presente, para que no se perdieran. Ese fue otro paso más, otro de los que he dado en estos años dentro de la evolución que he tenido.
¿Pero hace cuanto que no pinta?
-Mucho tiempo. De hecho, ahora tengo un lápiz en las manos y me da la sensación de que se me ha olvidado dibujar.
Mencionaba a Lafuente y San Pedro, nombres que han enseñado a no poca gente aquí, aunque parece que tanto su faceta de artistas como la de profesores queda en el olvido colectivo.
-Eso es una auténtica pena. Rafa era una persona muy especial. Era duro en clase. Hablaba poco pero aprendías muchísimo con él.
En un momento dado, en esa evolución que mencionaba, empezó a introducir elementos escultóricos, a usar la fotografía, a crear instalaciones...
-Creo que ha sido un proceso muy natural, enlazado. Empecé con la escultura porque quería realizar en tres dimensiones lo que en los cuadros sólo podía hacer en dos. En ese tránsito ha habido cuestiones fundamentales como el uso de la soga, que ha sido un elemento básico en mi trayectoria. También las cicatrices, que es una temática recurrente a la que sigo volviendo. Así que comencé, con una cuerda de 25 metros y dos centímetros de grosor, a salir por el monte a hacer lo que denominaba Diálogos con la Naturaleza. Primero hice pequeñas instalaciones, hasta que observé que si dejaba la cuerda en el lugar, sucedían cosas. De hecho, ha habido instalaciones que han durado años. Es verdad que uso la fotografía, que me gusta mucho, pero no soy fotógrafo, sólo la utilizo para dejar registro de la obra.
Hay tres elementos fundamentales en ese camino. Uno, lo mencionaba antes, el de las cicatrices.
-Cuando hablo de cicatrices hablo de problemas y soluciones, de dolor y reparación. Siempre que hay una cicatriz ha habido una herida, una agresión. Cuando la intentas cerrar, siempre deja marca y no sabes si lo que ha pasado se ha curado, si sigue siendo el sitio más débil que un día se volverá a romper. La primera vez que utilice cicatrices, aunque no fue de una manera consciente, justo coincidió con un momento en el que se hablaba de negociación entre ETA y el Estado. Pero esas cicatrices hablan de muchas cosas en ámbitos muy distintos, también en ese. Me sugieren mucho.
También está la naturaleza, un ámbito que sabe mucho de cicatrices. ¿Hemos perdido cualquier tipo de relación más o menos lógica con ella?
-Sí y un sí rotundo. Creemos que la naturaleza es algo al margen de lo humano. Se nos ha olvidado que nosotros somos naturaleza. Somos unos engreídos y decimos que estamos cuidando a la naturaleza. Eso da la risa. Nosotros somos un accidente. Podemos estar aquí 100 o 1.000 años, pero si desapareciésemos todos, la naturaleza seguiría. Le hemos dado la espalda y la realidad es que nos estamos cargando el planeta.
¿Cómo es como herramienta de trabajo?
-Hay gente que va al monte para luego presumir de que en tres minutos se ha subido a la cima del Gorbea. Pues muy bien. Yo me fijo en los colores, en los troncos, en el agua... me he parado a ver crecer la hierba. Hay instalaciones en las que he recortado hierba, he puesto una cuerda, he dejado que las cosas siguiesen su curso y luego he retirado la soga para ver qué huellas quedan. Es un lienzo perfecto con múltiples posibilidades. Lo que da miedo de trabajar en ella, como pasa en otros ámbitos de la creación, es saber no repetir lo que han hecho otros, encontrar tu propio camino. Pero ya te digo que tiene tantas posibilidades... Un día puedes ver las hojas, por ejemplo. A mí me ha dado por recortarlas para hacer letras y componer poesía. A partir de ahí, el abanico es grande.
En sus propuestas tampoco se puede perder de vista el trabajo con el euskera.
-Con el idioma tengo una frustración. Empecé a estudiar hace mil años pero no acabo de dominarlo. Es una seña de identidad de un pueblito sin importancia, como hay otros miles en el mundo, pero que da unas características especiales a una zona concreta de la tierra. Si me gusta la diversidad y apuesto por el respeto a la naturaleza, el respeto a las culturas y a los pueblos es fundamental. Es algo que se está perdiendo. El euskera es una seña de identidad que hay que cuidar y mimar. Ahora mismo estoy haciendo reciclaje de palés de madera para sacar letras de ellos, intentando, con pocas palabras, decir algo, porque hablar de poesía me parece un poco pretencioso por mi parte. A pesar de no dominar el idioma y de que cuando hago pequeñas poesías siempre pido asesoramiento, me siento a gusto y plenamente identificado con el euskera. Es algo que tengo en mi interior. Al final, he vivido siempre con el idioma. He sido dantzari, he vivido nuestro folklore, me ha gustado implicarme con los problemas de nuestra tierra... y el euskera es la mayor seña de identidad que tiene este pueblito.
Al margen de las exposiciones, la creación no para. ¿Qué le ocupa ahora?
-Todavía no tiene un título o un nombre, pero ahora mismo estoy trabajando en un proyecto que podríamos definir como Renglones para reivindicar la Naturaleza. Estoy usando troncos, la orilla de la playa y otros elementos para crear renglones a través de los que hacer reivindicaciones que hablan de la naturaleza y, por tanto, también de nosotros, como decía antes. Nos hemos vuelto egoístas e individualistas. Parece que sólo somos capaces de reivindicar cuando algo nos afecta de manera directa. Si no, pasamos. Además, todo está tomando un cariz, a nivel político, que a mí me asusta.
Como les pasa a muchos otros, no es el arte lo que, por así decirlo, pone el plato caliente todos los días encima de la mesa ya que es necesario dedicarse a otra cosa para poder sobrevivir. ¿Eso es un problema a la hora de desarrollar su trayectoria?
-Sí. Eso me crea dos problemas. El primero, que no tienes el tiempo suficiente para trabajar en lo que quieres, en lo que de verdad te motiva. El segundo, que te entra cierto complejo. Dices: yo no soy artista al 100%, soy artista a partir de las tres de la tarde. Me pregunto: ¿no estoy engañando a alguien? Vivir esa dualidad me genera muchos complejos. Cuando voy a hablar con artistas que se dedican solo a esto y se las están viendo putas para sobrevivir, me pregunto cómo voy a decir yo algo. Tengo una gran frustración por no haber conseguido dejar el trabajo y haberme dedicado por completo al arte, que es donde me siento realizado. Me gustaría no tener que ser artista a media jornada, sino al 100%.
A pesar de esa situación, uno intenta seguir dando pasos, también exponer, que en Vitoria parece que a veces es como darse cabezazos con la pared.
-No a veces, muchas veces. Yo digo que soy creador, pero con eso no vale. Tienes que ser también un poco empresario. Tienes que saber venderte y tocar puertas, también institucionales, y para eso no valgo.
¿A causa de la crisis, existe una fractura entre la sociedad y la cultura?
-Sí. Se ha generado esa idea de que la cultura es como un adorno, casi siempre gratuito y vinculado mucho a la cultura espectáculo. El tejido cultural propio apenas se ve. Hay pocas oportunidades. Por ejemplo, que vayas a cualquier museo, cuando viajas, y veas a los mismos autores, ¿qué aporta? Quiero ir a Bilbao y ver qué hacen los artistas de allí, en qué están, qué les caracteriza. Igual que si voy a Londres o a Buenos Aires. Me gustaría que cuando alguien viniese a Álava pudiera encontrarse con espacios, a nivel institucional, en los que los artistas de aquí pudieran mostrar lo mismo, es decir, en qué están ahora, qué temáticas tratan, qué les impulsa. Sí que más allá de las instituciones, aquí hay mucho movimiento. Habían desaparecido todas las galerías, pero ahora tienes varios lugares autogestionados que le están dando otro aire. Con todo, falta la conexión con la parte institucional. Se han hecho los planes estratégicos de cultura de Álava y Vitoria y veremos qué recorrido tienen, pero no sé si hay grandes expectativas. No se cuida al artista local, se invierte mucho en la cultura espectáculo, se olvida que los artistas también tienen que comer, que pagar la renta... También, muchas veces, el arte contemporáneo parece duro de entender y los artistas debiéramos ser más cercanos, dar más facilidad para comprender la obra o el mensaje que se pretenden dar.
Ante ese panorama, ¿por qué seguir?
-Porque, como se ha dicho en otras ocasiones, no vivo del arte económicamente, pero sin el arte no puedo vivir. Crear me llena de todo. Me da tanta satisfacción, y algunos problemas, que no lo puedo dejar.
Para quienes vienen detrás, quienes están empezando, ¿un consejo?
-No sé si estoy para eso (risas). Lo único que me atrevería a decirle a esa persona es que crea en lo que hace y que lo haga desde su ser más interno. Que haga lo que de verdad sienta y le salga de dentro, que disfrute haciéndolo y que no se desanime pase lo que pase.