desde hace casi un mes, y con intensidad creciente en los últimos tiempos, se está dando un crescendo en la manera de presentar la Navidad en las cadenas generalistas de nuestra tele, que en estos momentos se manifiesta con una intensidad desconocida en otros momentos del año, surgiendo una tele poderosa, familiar y atractiva en programas, promociones, y maneras de acercar la tele a los ciudadanos; de forma especial con ese momento espectacular que es el de la retransmisión de las campanadas de fin de año y comienzo de nuevo, en un ejercicio gregario y multitudinario con millones de espectadores ante el quehacer de una pareja de presentadores, en esta ocasión serán en La 1, Anne Igartiburu y Roberto Leal en el papel de anfitriones mediáticos del cambio de año. Los días navideños están trufados de anuncios llamando al consumo masivo, intensivo y extensivo que va desde la oferta de una bandeja con dos muslos de pato hasta joyas espectaculares para limitados bolsillos de la audiencia, pasando por perfumes, automóviles de lujo y relucientes spots que venden gotas de esencia perfumante, todo ello servido en escenarios dignos de la mejor película de Felini, De Sica o del recientemente desaparecido Bertolucci, donde se mueven sílfides de consumada belleza y apolínea imagen. Son los reclamos de colonias y perfumes que salen en desbandada en estos tiempos dichos de paz, fraternidad y exultante convivencia; días de películas rancias, viejas y antiguas de un tiempo espléndido de la Meca del cine, como Mujercitas, Lo que el viento se llevó o Bailando bajo la lluvia, cintas para ocupar las tardes de estas celebraciones navideñas y caseras que a unos animan y a otros sumen en profundas depresiones, incapaces ellos/as de aguantar consumismo acelerado, tópicos repetitivos y asfixiantes horas de rollo televisivo que dejará resaca vivencial; y no hemos hecho más que empezar.