Madrid - Raúl Arévalo estrena el próximo 4 de enero Memorias de un hombre en pijama, una película de dibujos animados donde se critica a la “infantilización” de los hombres que, como él, están rozando la cuarentena y no acaban de madurar.
La película parte de la novela gráfica que se publicó en 2010 tras el éxito cosechado por las tiras cómicas de los diarios “Las provincias” de Valencia, primero, y después en El País, en las que el ilustrador Paco Roca.
Es la primera vez que el actor se ve convertido en cómic: un par de retoques y el muñeco diseñado por Paco Roca es el propio Arévalo, que, además de su imagen real que se mezcla en alguna escena, le cede su voz en su primer ejercicio como doblador.
Una “autocrítica autobiográfica, a veces, exagerada, pero otras no”, dice Arévalo, que retrata a una generación de “niñatos”. “Y esa inmadurez que se va prolongando cada vez más -añade- está muy bien retratada en la película”, dirigida por Carlos Fernández de Vigo.
Hasta se plantea tener hijos: “En los últimos meses no paro de estar con amigos que son padres y es lo que me falta... pero sí, me gustaría”.
En realidad, Raúl es todavía un treintañero; de hecho hasta noviembre de 2019 no cumplirá los 40, y se siente pletórico: “Me veo contento y feliz, en el momento profesional y en el vital, tratando de equilibrar las dos cosas”.
Siempre, dice, “con la cosa que me ha inculcado mi madre de guardar para las vacas flacas (...), pero también con la tranquilidad de disfrutar de lo que hago, sabiendo que lo que quiero hacer es contar historias: me den la oportunidad de hacerlo o sacando cuatro duros con amigos, como hacía antes de que me contrataran en películas de éxito”.
Como Dolor y gloria, de Pedro Almodóvar, con quien repite después de Los amantes pasajeros, donde tiene un pequeño papel y de la que no puede contar nada pero le “encantaría” por que “es ... -deja caer- maravillosa”, pero no añade una coma más: “No puedo”, se justifica.
Acaba de terminar la tercera película de Víctor García León, Los europeos, y prepara el guion del que sería su segundo largometraje tras Tarde para la ira, su brillante debut tras las cámaras, que se llevó cuatro Goyas.
También impresionan los nombres de los directores con los que ha trabajado, de su “mentor” Daniel Sánchez Arévalo que lo descubrió en Azuloscurocasinegro, a Antonio Banderas, Alberto Rodríguez, Daniel Calparsoro, Agustín Díaz Yanes, José Luis Cuerda, Icíar Bollaín, Gracia Querejeta o Steven Soderberg.
Reconoce que, hoy por hoy, lo que más le preocupa es “este ambiente tan delicado” en el que “empezamos a autocensurarnos por el qué dirán o por si se puede ofender a alguien”.
Y pone como ejemplo de sus palabras una expresión que le salió de modo natural mientras improvisaba en un trabajo; soltó un muy castellano improperio -“me cago en Dios”, dicho todo junto y seguido-, “una muletilla que se usa mucho en Segovia”, se disculpa.
Cuenta que alguien del equipo le hizo notar que había sentido algo parecido al miedo al oírle, “al pensar en el rapero, en Willy Toledo. Y estuvo a punto de decirme que mejor no lo dijera”. Eso significa que ya estamos en esas, en el ‘cuidado con lo que digo que se ofende alguien”. - Efe