Paolo Vasile, el gran capo de Mediaset por estos lares, al comprar la cadena, convirtió Cuatro en una tele de contenidos amarillistas y propicios para el realitie, mezclando novios con madres, salidos con reprimidos, relatos cutres con personajes dignos de mejor gloria. De esta manera, los contenidos de Cuatro amplifican este tipo de programas y sobre todo la presencia de programas como Gran Hermano, en sus diferentes formatos, que se han convertido en marca de identidad, en santo y seña de una tele basura que arrastra vidas, honores y hasta honras de quienes se ponen a tiro, como ocurre con Carlos Sobera y sus invitados al plató de Cuatro en busca de amor, compañía o simplemente sexo.

La idea originaria de presentar a una pareja, sea cual sea su identidad de género, en busca de un compañero/a para la vida, es atractiva en función de la personalidad de los aspirantes al amor, emigrante peruano, china que no quiere compañeros jóvenes o jubilado añorante de tiempos pasados en los que la vida y el sexo fluía generosamente.

Descubrir a la otra persona, o caer ilusionada en los abrazos prometidos, son situaciones que pasan por el programa en forma de parejas que se miran, indagan, investigan, preguntan por el ayer, familia, divorcios, apetencias sexuales o fetiches desplegados en la cama, y todo ello en una pelea contra el reloj, mientras dan cuenta del menú preparado por el programa. Sonoros triunfos, sonoros fracasos, en un ejercicio de psicoanálisis mediático que entretiene al personal, gozoso de descubrir las diversas historias, entre las telarañas del alma, apostando por el acierto o desacierto de cada invitado con su hipotética pareja, que huirá o se besará en función de lo que se haya desvelado en tan poco tiempo. Una oportunidad para el amor, la compañía, el calor de la otra parte, que deben congeniar a las primeras de cambio. Explorando el amor o algo parecido.