andan Makoke y Matamoros en una descarnada pelea sobre quién ha engañado más y diferentes veces a quién. El reparto de cornamentas amenaza con acabar con el récord de Kiko, que asiste acongojado a las múltiples ocasiones de cuernos que su mujer le ha enjaretado, por cierto compañeros de cama, de alta alcurnia, de famoso copete, que una vez entrados en harina no vamos a dejarlo por aquello de quítame esas pajas.

Fingido o no fingido, intencionado o espontáneo, sometido a guion o auténtico relato de telerrealidad, las broncas, amenazas e insultos adoban este plato ya conocido en la factoría Vasile, maestro indiscutible en darle a la machacadora de honras, que todo sea en pro y gloria de los negocios de la tele privada que va viento en popa toda vela recogiendo dinerito para los accionistas.

Alfonso Arús sigue peleando desde las siete y media y hasta las once, con su programa marca de la casa, porque lo que hace Arús está ensayado, chequeado y probado; narración televisiva amparada en vídeos y comentaristas en el plató, todo ello guiado y conducido por un profesional de la tele desde hace muchos años, como es el presentador catalán.

Entre las secciones de este programa, hay que destacar la presencia del Sevilla, que desde su casa sabe poner toque de humor a personajes y situaciones de actualidad que machaca y tritura con su meridional sentido del humor, que el célebre cantante domina con pericia absoluta, para gozo de los espectadores que saben apreciar el toque satírico en al arranque de la jornada. Dos maneras diferentes de encarar el relato de la tele que nos azota con personajillos que forman esta variopinta fauna del aparato que consume doscientos minutos de nuestra machacada jornada laboral o de asueto.