Un escenario de titularidad pública gestionado por un grupo de teatro privado para desarrollar junto a los centros escolares de la ciudad un programa artístico y educativo con las artes escénicas como eje fundamental. Tal vez, en estas pocas palabras se pueda resumir de manera fría y esquemática una mínima parte de todo lo que ha ocurrido en estos 25 años. Pero no dejaría de ser injusto. Son miles las vivencias, emociones, historias, reflexiones, carcajadas, encuentros... acumulados en este cuarto de siglo en el que las tablas del Beñat Etxepare han unido su camino al de Paraíso para llegar a casi 600.000 personas en su niñez, su adolescencia y su juventud.

“Todo esto merece la pena porque hay personas a las que les ha tocado, el proyecto les ha dado otra dimensión del arte, de la vida, les ha hecho sentir que para el ser humano el arte y la cultura son algo importante. Eso es impagable”, apunta Pilar López, coordinadora de la compañía de Abetxuko, Premio Nacional de las Artes Escénicas para la Infancia y la Juventud. Lo hace a la hora de echar la vista atrás, pero sin dejar de mirar al presente y al futuro de una iniciativa global que no se queda en el momento de la representación, que también supone un antes y un después con los centros escolares, profesores y estudiantes. Una propuesta integral que no busca crear espectadores del mañana, sino que quiere atender al público de hoy.

“Es muy importante hacer que los niños se alimenten bien, del mejor del teatro, con las mejores experiencias. Queremos que los niños tengan una visión crítica de la realidad, una visión rica, que les haga ser autónomos”, añade Jokin Oregi, director de Marie de Jongh, grupo que ha participado en la programación del escenario del centro cívico Iparralde en más de una ocasión y que comparte con Paraíso desde este año el Nacional de las Artes Escénicas para la Infancia y la Juventud. “Nosotros ahora estamos entrando mucho en Francia y ves con qué mimo se trabaja el hecho teatral desde la infancia. No sólo ven, sino que luego hacen conversaciones, charlas? Es algo maravilloso. Aquí podríamos y deberíamos hacer mucho más”, apunta el creador, al tiempo que subraya el trabajo que en este sentido desarrollan sus compañeros alaveses: “lo más destacable es que no sólo hacen teatro, sino que tienen una vocación pro-sociedad que es muy importante”.

Al fin y al cabo “jugamos con material delicado”, como comenta Oregi, aunque tiene claro que a veces “nos ponemos demasiado puristas” por el hecho de crear para los más jóvenes: “no nos damos cuenta de que los niños ya tienen vivencias. El teatro tiene que acompañarles, hablarles de los problemas que ellos pueden padecer o tener que superar, darles herramientas emocionales que puedan hacer de ellos personas más ricas y fortalecidas”. Con todo y más allá del papel del público, López no pierde de vista a los otros actores fundamentales para haber cumplido estos 25 años puesto que éste “es un proyecto de ciudad”. Para empezar, resalta el modelo de colaboración público-privada con el Ayuntamiento de Vitoria que supone el Beñat Etxepare “también con sus deficiencias e imperfecciones a lo largo del tiempo” y la red establecida con los 90 centros escolares participantes.

En este sentido, la coordinadora de la compañía alavesa resalta que el programa, que este año se ha sumado al proyecto europeo Mind The Gap, “es asimismo un ecosistema económico que ha permitido mantener y desarrollar espectáculos propios y ajenos. Si pensamos antes de la crisis, existían en el Estado diferentes programaciones enfocadas hacia la escuela. Ahora mismo, casi todo ha desaparecido. Uno de los pocos sitios que queda es el Beñat, así que tenemos que sentirnos orgullosos. El Beñat ha proporcionado trabajo a muchas compañías y ha permitido que los montajes maduren. Hemos alimentado el empleo y el buen hacer del teatro”.

Por eso, López, cuando se le solicita que pida un regalo para celebrar este cuarto de siglo, apunta que lo importante es preservar el proyecto de cara a futuro, lo que se traduce en dos cuestiones importantes. Por un lado, entender que “el propio teatro tiene ya unos años y hay que hacer inversiones en el espacio. Hay que pensar que tenemos 20.000 espectadores al año con todo lo que ello implica”. Por otro, hay que saber que la iniciativa “debe trascender para que haya gente que tenga capacidad e implicación para darle continuidad; a nosotros nos quedan años de trabajo pero ya tenemos una edad”.

Trabajar en cultura

Dentro de esas casi 600.000 personas que han acudido al programa a lo largo de estos años en el papel de espectadores, también hay quien ha seguido los pasos de la cultura para convertirla en su profesión. De hecho, Diana Bernedo e Iñigo Gómez de Eguiluz han, por así decirlo, completado el círculo puesto que, de manera más puntual o permanente, han colaborado y trabajan con Paraíso.

El caso de la actriz, pedagoga y creadora, de hecho, parece sacado de cualquier obra de teatro. Antes de venirse con diez años a Gasteiz, cuando tenía unos 6 años, acudió desde Oion con su centro escolar a una representación del grupo de Abetxuko. Sobre escena, Kikiricaja y sus dos protagonistas, Bartolomeus y Comino. “Me quedé alucinada. Me marcó muchísimo. Tanto que viéndoles se me despertó algo en el interior que, de manera más o menos consciente en ese momento, hizo que me dedicase al teatro”, explica desde su residencia actual en Portugal.

Sin embargo, aquella niña ante su primera propuesta escénica, no fue capaz de quedarse con el nombre de la compañía o del espectáculo, sólo con el de los personajes. “Años después intenté averiguar más datos, pero no acerté” y ahí se quedó la cosa. Casualidades de la vida, un compañero de profesión y generación, el también actor, director y dramaturgo Iñaki Rikarte, se puso en contacto con ella para ver si le interesaba colaborar en un montaje de Paraíso puesto que el grupo necesitaba a alguien especializado en el teatro físico. Aceptó y “un buen día, en un descanso de un ensayo, Tomás [Fernández Alonso] y Rosi [Rosa A. García] se pusieron a hablar de una obra que habían hecho años antes. Fui atando cabos y les pregunté: ¿pero sois Bartolomeus y Comino? Cuando dijeron que sí, me emocioné muchísimo. Se cerraba un círculo. Ver a una compañía por primera vez y más de treinta años después estar trabajando con ellos fue increíble, muy emocionante”.

El gestor cultural, por su parte, no recuerda con tanta exactitud sus primeras experiencias en el Beñat Etxepare, pero sí que acudir a las representaciones “era una oportunidad de hacer algo diferente dentro del colegio. Entonces acudir era como una ilusión, romper con la rutina escolar y aprender cosas nuevas fuera de las aulas. Al teatro se va a disfrutar pero también aprendes un montón de sensaciones, experiencias? Para mí siempre era algo diferente y creo que mis compañeros lo vivían parecido. La sensación general era más positiva que lo contrario”, apunta quien hoy trabaja con el centro de innovación artística para la ciudadanía más pequeña KunArte, aunque también colabora con el Beñat cuando es necesario.

Cuando pasó al otro lado, Gómez Eguiluz recuerda que lo que más le sorprendió fue “todo lo que se debe tener en cuenta para que una función se realice. Tienen que encajar un montón de mecanismos del reloj para que una obra sea posible. Se tiene que dar que la compañía tenga disposición, que el teatro esté libre, que los colegios puedan? gestionar todo eso implica un trabajo que ni se conoce ni se valora” pero que está en los cimientos de todo lo que después sucede. Lo sabe muy bien Bernedo, cuyo periplo personal y profesional ha pasado, desde que dejó tierras alavesas, por Madrid, Italia, Estados Unidos, Japón... hasta llegar ahora a Faro (Portugal) donde el Colectivo JAT-Janela Aberta Teatro desarrolla acciones de formación y creación, y trabaja con un grupo de teatro comunitario entendiendo las artes escénicas como herramienta de transformación social. Todo ello mientras es reclamada en distintos lugares para ofrecer talleres y cursos del método Suzuki, del que es una magnífica conocedora.

Tanto ella como Gómez Eguiluz, más allá del peso que la tecnología ha adquirido de cuando eran pequeños a hoy, entienden que “la cultura es esencial en nuestra sociedad, pero hay que ponerla en valor para que la ciudadanía comprenda todo lo que implica”, según el gestor, quien tiene claro que a los espectadores más jóvenes “no hay que tratarles como si fueran tontos”. En esta línea, Bernedo remarca que “el teatro debería estar en las escuelas como asignatura obligatoria. Se necesita que los jóvenes se expresen y para ello requieren tener los mecanismos suficientes. A lo jóvenes muchas veces les cuesta parar y es imprescindible saber detenerse, estar, tener tiempo para pensar, para observar y para escuchar a los otros. Eso hoy es más difícil que antes”.

Maestras de la escena

Quienes se encargan de la gestión, las personas que se suben al escenario, el público... Todos son protagonistas de este cuarto de siglo, aunque a buen seguro nada de lo que ocurre con el proyecto del Beñat hubiera sido posible sin el trabajo de tantos profesores y profesoras, profesionales que incluso en algunos casos han llevado las artes escénicas a su labor cotidiana con los estudiantes. Es el caso de Isabel Diego, maestra de Primaria en Samaniego: “intento conectar siempre las obras de teatro que he hecho en la escuela con el currículum escolar, con materias como lenguaje, matemáticas, educación física?”, un camino que el año pasado, dentro del proyecto LÓVA (La ópera vehículo de aprendizaje), se concretó en la realización, desde cero, de un montaje lírico, una aventura a la que Paraíso y el Beñat sumaron su experiencia.

“Los niños crearon su compañía, los personajes, la historia? Se repartieron los oficios de un grupo escénico y así pudieron ver en la escuela lo que es la vida, cómo cada uno tiene su papel y qué es el trabajo en equipo”, apunta Diego, que lleva acudiendo “muchos años” a la programación del teatro de Iparralde. “Se entregan totalmente. La música, la danza, el teatro... les hacen vibrar. Son niños pero se dan cuenta de todo el campo de conocimientos y posibilidades que se les abre con el teatro, por eso siempre tienen una respuesta fenomenal”.

La que conoce también a la perfección el proyecto de Paraíso es Pilar Ullibarri, profesora jubilada que en los dos institutos en los que ha estado en Vitoria siempre ha acudido con sus clases al Beñat... algo que sigue haciendo “para echar una mano” a sus ex compañeros. “A los chavales lo que les gusta es participar y cuando les descubres cosas nuevas, están encantados. Con este programa siempre he tenido experiencias fantásticas” más allá de que tiene claro que es imprescindible que haya una labor previa y posterior a cada actuación. “Paraíso tiene muy bien montada la unidad didáctica, todo lo que va del pre al post. Al final, el público adolescente no es distinto del adulto, lo que pasa es que tiene menos experiencia”.

“El programa es excelente, trayendo también a gente muy buena. Hay chavales que no van a ir al teatro en su vida si nadie les abre la puerta y les dice: prueba”. Por eso, “lo que te llena de felicidad es cuando vas al Principal y te encuentras con ex alumnos. Algo hemos debido de hacer bien”.