ya está la sociedad de consumo y consumista de nuestros días a revientacalderas, con todos los elementos organizados y ordenados; todos menos los que siguen padeciendo con lacra del paro y desempleo, que azota a tres millones de ciudadanos/as, que es posible que en ocasiones recojan alivio y bálsamo a sus inquietudes laborales y familiares en la pequeña pantalla. Las distintas emisoras de tele han abierto las puertas de un nuevo curso, y con más repeticiones que novedades, siguen en la batalla interminable de audiencias, calidades, elogios y ataques sobre un modelo de televisión asentado, normalizado, estructurado y con ansías de vencer en la diaria pelea de shares, liderazgos y batacazos televisivos. En la actualidad las seis cadenas de ámbito estatal, dos públicas y cuatro privadas se pelean por llevarse el santo y seña de la clasificación general. El modelo hispano de entretenimiento se basa en concursos, series y películas para alimentar las parrillas de programación que muchas veces son como réplicas de gotas de agua, cuando no de exagerada copia como en el caso de Calleja y La 1, en un ejercicio de pobreza intelectual y creativa. Que inventen ellos, gritó malhumorado nuestro genial Unamuno y nos quedamos tan panchos. Informativos, cada uno con su sello y sesgo, deportivos en tono menor tras las noticias importantes, conductores estrella por la mañana y alguno por la tarde, programas escandalosos con López, Vázquez y el recién incorporado Arús. Programas centenarios como Pasapalabra, El intermedio, El hormiguero, etc. Un camino conocido, repetido y trasnochado, que nos acompaña a lo largo del otoño/invierno, de una nueva temporada que ya está en marcha y podemos gritar que ya estamos todos, que no se esperan cambios extraordinarios y que la tele sigue siendo una gran familia con millones de seguidores, en un ejercicio de comunicación caliente, cercana y alienadora. Bienvenidos a una nueva temporada de tele y más tele. La aldea global sigue siendo así, gracias a la tele.