donostia - El Zinemaldia, en colaboración con el Festival Lumière de Lyon, proyectará en la sección Klasikoa una película clásica restaurada. Para este año, el director de Cannes y el Instituto Lumière, Thierry Frémaux, presentó El ladrón de bicicletas.

¿Recuerda cuándo vio por primera vez la película?

-Antes de verla, había leído muchas cosas sobre ella. Para mi generación, leer cine era igual que ver cine. Antes de verla ya sabía que iba a ser una película muy importante y que cada cinéfilo tenía que verla. Era un tiempo en el que la historia del cine era muy fácil: había 20 obras maestras que debías conocer y listo. Una de ellas era El ladrón de bicicletas.

¿Qué la hace especial?

-La idea que transmite de que el cine es una manera de conocer el mundo. Es una historia muy local, muy italiana, pero totalmente universal.

¿Cómo surge la idea de restaurarla?

-Todo empezó con la creación de Cannes Classics. Tenía la idea de trasladar allí la propuesta del Festival Lumière y que sirviese como un homenaje a todas las personas que trabajan en la restauración de películas. Para la primera vez elegimos El perro andaluz porque quería que fuese un símbolo. El ladrón de bicicletas es un tesoro universal que tarde o temprano tenía que formar parte de la sección. Además, conseguimos la versión original del negativo de la cámara, por lo que teníamos la oportunidad de hacer la restauración a partir de ella. Me encantaría encontrar algún día el mismo material original de Ciudadano Kane o Amanecer. Sería una forma estupenda de volver al pasado del cine, puesto que el presente es un momento fascinante pero complicado a la vez.

¿Por qué proyectarla en el Zinemaldia?

-Fue una decisión de José Luis Rebordinos. Él tiene un espíritu único, con unos gustos impredecibles y eso me encanta. Me gusta hablar con gente así, no con los que dicen lo que todo el mundo dice. Además, con la sección Klasikoa hemos conseguido un diálogo entre Lyon y Donostia muy interesante. La esencia original del cine era la de estar todos juntos y ver las películas en compañía. Me parece que todos, directores, cinéfilos, espectadores, festivales y prensa, estamos en el mismo mundo y tenemos que estar juntos.

Los festivales se han dedicado siempre a mostrar a nuevos directores, pero también tienen la obligación de mirar al pasado.

-Es un cliché decirlo. No se puede conocer el futuro sin conocer el pasado, pero es que en estos momentos estamos además en un momento en el que conocer el pasado es un placer ya en sí mismo. Ver El ladrón de bicicletas también nos permite plantearnos preguntas sobre cómo era el público de esa época.

¿Cree que dentro de 40 años seguirá siendo necesario restaurar las películas?

-No lo sé. Ahora es diferente, son digitales. Antes existía un peligro físico por perderlas, ahora el peligro de perderlas es mental. Hay más películas que nunca y la gente las olvida con mayor rapidez. Por eso mismo, las plataformas online, Netflix y etcétera, necesitan los festivales más que los festivales a ellos. El cine es discutir las películas con los amigos, en el bar, en el trabajo, con tu mujer... Y eso no te lo da una plataforma.

No obstante, las plataformas permiten que el cine sea más accesible que nunca.

-Ver la apertura de Sed de mal aquí (señalando su smartphone) es fácil, todo el mundo puede hacerlo, pero no es lo mismo. Hoy el cine es más físicamente accesible que nunca, pero no mentalmente. La cultura del cine es otra. Los festivales y los medios de comunicación debemos tener la obligación de guardar la esencia original del cine, la de su cultura y su discusión.

¿Ha cambiado la idea de lo que tiene que ser el cine?

-La última gran película que se ha hecho es Apocalypse Now. La escena inicial de los ocho helicópteros está hecha con todo lo que tenían, no necesitaban nada digital para poder rodarla. Tras ella, llegaron los efectos y cambió el cine. Hoy en día, para esa misma película, el director pediría que le pusieran en el montaje cinco helicópteros más ahí y otros tanto allí. La manipulación y los efectos especiales han cambiado la mirada. La esencia original del cine es mostrar la realidad.

Por lo tanto, ¿no se imagina dentro de 40 años una proyección restaurada de Batman?

-Sí, pero solo para enseñar los efectos especiales de principios del siglo XXI.

En el Zinemaldia se ha firmado la Carta por la Paridad y la Inclusión en el Cine, que sigue los pasos de la marcha que hubo en Cannes. ¿Cómo ve el presente y el futuro de la mujer en la industria?

-Lo veo como es. Cuando Muriel Box hizo cine no era habitual que las mujeres hicieran cine. Hace menos, Agnès Varda empezó a hacer cine en Francia cuando no había directoras allí. Ahora hay más mujeres directoras que en toda la historia del cine junta y en el futuro habrá más. Los festivales deben ser un reflejo de esa realidad y deben recoger su presencia. Eso sí, creo que la selección de obras debe darse por su propia calidad, sin importar si la ha hecho un joven director, un veterano, un americano o un africano.

¿Cómo ve el futuro de la industria?

-El futuro es fácil de imaginar: vamos a ver películas en cualquier lugar. Por eso, desde hoy hay que proteger la existencia de las salas de cine. La música está luchando contra la piratería gracias a los conciertos. Yo soy uno de los mayores especialistas en Bruce Springsteen del momento, tengo en casa toda su discografía, hasta sus canciones más raras. Puedo escucharlas cuando quiera, pero cuando voy a uno de sus conciertos... No hay nada igual. Con las películas pasa lo mismo. Puedo verlas cómodamente en mi casa de campo, pero sigue sin ser un cine. Prefiero coger el coche e irme con mi mujer hasta la sala. Es un momento único.

¿Qué hace un director de festival en el día a día de un festival que no es el suyo?

-Se hace raro. Al final el tiempo que estoy es para hablar con amigos o con la prensa, pero también para ver cómo se hace. Cannes es el festival de cine más grande del mundo, pero cada festival, por muy pequeñito que sea, está haciendo el mismo trabajo por el futuro del cine.