En la tierra nace Dantza, con los pies en el suelo y con las azadas en la mano arañando el origen para, poco a poco, abrirse al agua, al aire, al cielo. Dantza no es cine argumental, por más que haya un cordón umbilical que entreteje todo. Dantza no oculta su vocación de homenaje, de coreografía madre, de gran compendio que aspira a fundir los pasos primigenios de los bailes vernáculos con una puesta en escena sospechosa de incurrir en ciertos formalismos (re)conocidos como new-age. Coreografía de coreografías, en su transcurrir, al modo de capítulos-baile, le es dado al público, especialmente si algo sabe del mundo del folklore, percibir las raíces de lo propio barnizadas con lo universal, lo cercano se funde con lo telúrico. El aquí con el allí, el pasado con el presente.
Ambición no falta en este periplo de movimiento y composición, de sincronía y ritmo. Esfuerzo, por lo que se aprecia en cada plano, por la pasión puesta en todas y cada una de las intervenciones, tampoco.
Telmo Esnal dirige un proyecto en el que ha involucrado a mucha gente, en el que participan delante y detrás, planificando y bailando, una parte importante del mundo de la danza vasca de estos momentos. Ese viaje se ha formalizado sobre la acumulación de pasos y bailes repetidos como un ritual en nuestros pueblos, para entretejerlos con una puesta en escena que reclama una buscada contemporaneidad.
Como propuesta audiovisual, Dantza limita al Sur, con obras como las dirigidas por el Carlos Saura de Sevillanas; y al Norte, con el hito referencial que representó el mejor trabajo de Win Wenders en los últimos 20 años, Pina.
Pulsos difíciles porque los medios técnicos, económicos y humanos del equipo gobernado por Telmo distan mucho de poder competir a esos niveles.
Pero es que, voluntariamente o no, y más si como en este caso el SSIFF lo mete en la Sección Oficial aunque no a concurso, Telmo Esnal se ve compitiendo en un territorio complejo de inevitable comparación. No hay demasiados referentes, al menos que hayan podido ser estrenados de manera comercial en las salas de cine, pero los que hay, como los citados, resultan muy solventes. En ese sentido, en este mismo escenario debutó a nivel estatal la citada Pina. Allí, con el cuerpo de baile mejor entrenado del mundo, y con la herencia de las coreografías más influyentes y decisivas de nuestro tiempo, Wenders escanció y se quedó con los momentos más eléctricos, más fascinantes y más rotundos del universo de Pina Bausch macerado durante 37 años.
Aquí, Telmo ha ideado, ha estirado y ha cosido una propuesta que no ha tenido tiempo de envejecer. Las localizaciones, el vestuario, el atrezo, los encuadres? todo en Dantza supura el sudor y el fervor puesto por sus participantes. El resultado rezuma belleza y fuerza, pero acusa problemas de tiempo y no disipa la sensación de reiteración. Su visión resulta gratificante para quienes se sientan o estén próximos a sus hacedores, pero resultará monótona y excesiva para quien no sienta esa querencia por el mundo del baile.
‘Dantza’