Era un secreto a voces, porque mucha gente en Laguardia conocía que Faustino Luis Ayala estaba adecuando una zona en el extremo de la villa, en la punta de La Barbacana, para prepararla como un museo etnográfico. Se encuentra en el lugar donde estuvo el antiguo cuartel de la Guardia Civil, donde antes hubo un convento de capuchinos, cuyo calado se conserva como parte del museo, y donde puede haber vestigios aún mucho más antiguos, buena parte de ellos desaparecidos con la construcción del aparcamiento semisubterráneo que hay en la zona y donde se ha mantenido el estanque celtibérico.
Cuenta este viticultor, coleccionista en sus ratos libres y autodidacta de la construcción que “la idea de poner en marcha este museo viene por la afición que me transmitió mi padre, Faustino Ayala, por las cosas antiguas. Siempre estaba con él buscando cosas de sus abuelos, de sus padres y, además, estaba metido en todas las tradiciones, como el Belén de Santa María, la procesión”.
Aperos, cerámicas, herrajes, “todo lo que encontraba mi padre lo iba metiendo en casa de su madre y en casa de la madre de mi abuela. Y es que el problema que tenemos en los pueblos es que como tenemos sitio lo guardamos todo, no tiramos nada”. De esta manera, Fausti, como le llaman en Laguardia, se encontró con una gran cantidad de objetos antiguos y con muchas ganas de poder mostrarlos. De esta manera, “hace unos quince años, cuando dejé de trabajar en una empresa, me dije que un museo en Laguardia vendría bien, porque aquí había de todo: bodegas, iglesias, pero lo que faltaba era un museo, un lugar donde explicar las cosas de los antepasados, las costumbres. Y como iba recopilando poco a poco las cosas pensé que era mejor ponerlo en un sitio como este”.
Pero la tarea no fue sencilla, porque las cosas del pueblo donde decidió instalar el museo necesitaban bastante obra y por lo tanto, bastante inversión. Afirma que “adaptar una casa antigua para hacer una obra moderna cuesta mucho más. Esto era una casa antigua, con su patio, una edificación para los cochinos, otra zona para las ovejas, otra para las gallinas. Era una casa de pueblo normal y poco a poco lo he ido reconstruyendo”.
Cuando afirma que poco a poco lo ha ido reconstruyendo es literal. Todo lo ha hecho él, sin una formación específica, pero sí con muchas ganas de aprender, de escuchar a los profesionales y dedicando su tiempo libre durante muchos años. Por eso no había un proyecto inicial. “Al comienzo solo quería sacar un poco la piedra, pero después empecé a pensar que qué bonito quedaría este arco, que bien tendría este suelo y fui desarrollando esas ideas”.
Albañil, electricista, fontanero, carpintero. La obra de los edificios, los entramados de madera, los huecos donde se encuentran los objetos expuestos los ha realizado con paciencia y en los ratos en los que no tenía nada que hacer en las viñas o con su otra pasión, la fotografía y la edición de vídeo. Todo lo que se ve de edificación y expositores lo ha hecho Faustino Luis Ayala en sus ratos libres, en las tardes y aprendiendo de mucha gente. “Y también de YouTube, que es la enciclopedia de hoy día, porque yo no había puesto un enchufe en mi vida, ni había puesto un suelo, ni un ladrillo. Poco a poco he ido aprendiendo, fijándome en los demás, cogiendo ideas de un amigo constructor o de otro electricista. Pero sobre todo saliendo mucho por ahí, viendo muchos museos, iglesias y de todo”.
De esta manera, hace quince años entró en el edificio y partió de una primera idea: la zona central del museo estaría en lo que era el cobertizo. Aquel era el lugar donde se guardaba el cochino, la leña y también había una habitación que era como un txoko, que se usaba para las meriendas en invierno. Lo tiró todo entero y lo hizo nuevo reforzando la casa, “ya que me daban un poco de miedo las columnas de madera, porque tienen muchos años y por el paso del tiempo y la erosión de las cochineras estaba algo estropeado. Pero reforcé toda la estructura”.
El área de exposición del museo son cuatro zonas. Lo que es el claustro, el patio, es una parte que está dedicada a los aperos antiguos de labranza. Allí ha construido un espacio muy coqueto con la idea de que sirva para la celebración de actos culturales, sociales, lugar de copas en las noches de verano y hasta celebraciones de bodas. Tiene capacidad para unas 200 personas y es el lugar que recibe a los visitantes nada más traspasar la puerta de piedra que se asoma a la plaza de La Barbacana y a los viñedos de Laguardia.
Lo que era el corral de las ovejas es la parte de oficios antiguos. Allí se muestran herramientas de zapatero, carpintero, guarnicionero y también se muestran objetos de uso doméstico, como una pequeña cocina económica, lavadoras italianas metálicas de manivela, calefacciones para la cama, máquinas de coser y de rematar o vajillas de cerámica muy antiguas.
Por su parte, la bodega está dedicada a la actividad vitivinícola y enológica, ya que era la antigua bodega del convento de los capuchinos, un calado muy antiguo que tiene la fecha de 1700 con la inscripción de Francisco de Morata, que se supone que era el monje que hizo la bodega. Los antiguos calados han quedado como receptáculos para mostrar los objetos relacionados con esa actividad, pero también hay cerradas otras galerías que prolongan la bodega y que en su día pueden dar sorpresas.
Por último está la zona central, que también está dedicada a los oficios antiguos y donde se encuentran fotografías recuperadas de la historia de Laguardia y de muchos de sus vecinos. Algunos de estos objetos tienen un valor importante como los negativos que posee de cuando se hicieron las escuelas de Laguardia, de principios del siglo XX. Otras muchas fotografías antiguas proceden de pujas por Internet: son negativos en cristal que tienen entre 100 y 150 años. Y también hay aplicaciones del antiguo Cinexin o sus antecesores que fueron los de La Linterna Mágica.
Otro de los enormes expositores está dedicado al fabulista Samaniego y en él se conservan primeras ediciones, colecciones de viejos cromos y hasta envoltorios de chocolate con breves fábulas.
Los objetos que llenan el museo proceden, además de lo recopilado por su padre y por él en casas de familias y amigos, de ferias de antigüedades, rastros, gente que le da cosas al enterarse que está haciendo recopilación de cosas antiguas. Pero sobre todo proceden de ferias, tanto del norte de nuestro país como de Francia.
Su iniciativa ha sido fruto de su amor por esos objetos y por ello ni ha pedido ni ha recibido ningún tipo de ayuda institucional para reconstruir el edificio e instalar el museo, “porque como lo he hecho durante tantos años y sin una idea clara de cómo iba a quedar definitivamente a medida que iban surgiendo las ideas así lo iba haciendo”.
De cara al futuro, ya que la previsión es inaugurarlo oficialmente después de vendimias, a finales de octubre, la idea es ofrecerlo a la visita tanto de turistas como de centros escolares. Lo que se mostrará será un centro multimedia, con una impresionante colección de objetos, pero también con vídeos explicativos. “Los mayores de 40 años pueden saber para qué servían muchas cosas, pero los niños, no. Por eso la mejor forma de mostrarlo es con las herramientas que utilizan ellos, la multimedia”. Y nadie saldrá defraudado porque las películas que produce él mismo y edita son absolutamente sorprendentes por su originalidad y calidad.