Brian Henson, hijo de Jim Henson, se adentra en el territorio paterno con el colmillo afilado y la necesidad edípica de superar la sombra de su progenitor. Henson, hijo de Henson, ya sabe que no lo va a conseguir. Lo intentó en serio con títulos canónicos como Los teleñecos en Cuento de Navidad y Los teleñecos en la Isla del Tesoro. Los resultados económicos fueron buenos. El público de este segmento, cine infantil, viene conducido por padres de nostalgia y pereza que no se cuestionan demasiado lo que creen conocer. Y los teleñecos forman parte de ese imaginario occidental del último tercio del siglo XX. Brian Henson, titiritero como sus padres Jim y Jane, nació en 1963. Cuando ya se tomaba en serio lo de ser cineasta como la familia Henson mandaba, vio Instinto básico (1992) del irreverente Verhoeven. El cruce de piernas de Sharon Stone como el semen en el flequillo de Cameron Diaz que como todos vio y rió en Algo pasa con Mary (1996), de los hermanos Farrelly, se le quedó grabado.
La sombra del progenitor, cuando este alcanza el status de genio, y su padre lo fue, pesa siempre más de la cuenta. Así que Brian Henson, ahora que ya ha cumplido 55 años - Jim murió a los 53- sabe que ninguno de sus trabajos podrá medirse con obras como Dentro del laberinto, Cristal oscuro y Sesame Street.
Consecuentemente, anclado al legado de los muñecos, pero dispuesto a encontrar su propio universo, Brian con el guión de Berger y Robertson, se lanza a la piscina de cabeza.
Nunca los muñecos de Henson fueron tan incorrectos, tan grotescos, tan irreverentes. Si algún padre lleva a sus niños a ver esta pieza que mezcla los estilemas del género negro con las gamberradas de Scary Movie, el vitriolo de Verhoeven y el descontrol de los Farrelly, saldrá huyendo.
Lejos muy lejos del hacer de Robert Zemeckis en ¿Quién engañó a Roger Rabbit?, Brian Henson edifica un filme bizarro, desmedido, disparatado. Un corte de mangas a lo que heredó, que pone de manifiesto que todo se puede heredar menos la belleza y el talento. Eso es un misterio que forma parte del arte y, en este caso, arte no lo hay por ningún lado.