Vitoria - Su nombre es sinónimo de lleno asegurado. Se lo han ganado a pulso. Cada visita a Álava tiene el mismo resultado. Faemino y Cansado regresan esta vez en pleno agosto para adueñarse del Arrazpi a partir de las 22.30 horas con el montaje ¡Quien tuvo retuvo!.
Agosto es un mes de vacaciones dentro de la agenda de Faemino y Cansado, aunque este año rompen esa regla en Araia. ¿Por qué?
-Bueno, hay algún otro precedente. En agosto, siempre hacemos una actuación especial en la sala Galileo el día 2 porque es muy cumpleaños. Y de forma muy esporádica, alguna vez hacemos un festival. De hecho, creo que en la última década, ésta es la tercera vez que rompemos la regla de las vacaciones. Es algo que mola hacer de vez en cuando. Así nos demostramos que seguimos en activo (risas).
En este caso llegan a un polideportivo reconvertido en teatro, aunque a lo largo de su trayectoria han actuado en lugares de lo más diferente. ¿Da igual el sitio o...?
-La dignidad del espectáculo está en él mismo, no en dónde lo hagas. Podemos actuar en el Principal de Vitoria y a la semana siguiente en un centro cultural de un pueblo de Murcia. Cada representación la afrontamos de la misma manera, da igual si hay más o menos gente, si es un lugar más o menos importante. Por nuestra parte, por lo menos así lo creo, siempre hay una entrega grande en cada sesión.
Llevan ya muchos años de matrimonio o pareja de hecho...
-Sí, sí, pero ya sin sexo. Ahora sólo vamos por la calle juntos de la mano (risas).
¿Cómo hacer para mantener la chispa entre ustedes?
-Hay trucos. Pero lo fundamental es que somos dos amigos de Carabanchel y lo somos desde que yo tenía 15 y Carlos 13 años. Es decir, hace... uff, mejor no te lo cuento. Claro, vivimos tantísimas cosas juntos antes de ponernos a trabajar, que esa amistad prevalece frente a todo. Y luego hay trucos, como te decía, que aprendes con la experiencia. Hubo un año que hicimos como 250 actuaciones. Fue algo inaudito. Vale, ganamos mucha pasta pero fue algo que nos mató. Ahí dijimos: esto nunca más. Así que ahora hacemos máximo ocho funciones al mes. Lo otro era actuar casi cada día, es decir, convertir esto en algo rutinario, casi como ir a la oficina, con todos mis respetos hacia los oficinistas. Decidimos, por necesidades propias y por no engañar a la gente, tomarnos las cosas con un poco más de calma. A eso se une que llevamos vidas muy diferentes. Yo estoy aburguesado, tengo hijos y un montón de actividades paralelas. Carlos es una persona bohemia, que sólo vive por la noche, que no aparece por ningún lado, que está metido en su estudio pintando. Así que sólo nos vemos para las actuaciones con lo que nuestra relación no se marchita nunca (risas). Bueno, está lo del sexo que te decía antes, pero al margen de eso, todo va bien.
A lo largo de los años que llevan juntos, da la impresión de que el humor ha cambiado, que ahora no se pueden hacer o decir determinadas cosas, ¿o no es así?
-No comparto esa premisa. Si hablamos de los límites del humor, ahí está el Código Penal. Si no nos gusta, vamos a cambiarlo, pero de momento es lo que hay. Luego está otra cuestión que es lo que llamamos políticamente correcto. Eso sí ha cambiado. Ahora puedes tener un lío con depende qué cosas. No es nuestro caso porque no tocamos ni la política, ni la actualidad ni la realidad. Los compañeros que trabajan más con lo que ocurre en el día a día sí pueden tener problemas con lo políticamente correcto por decir alguna cosa inconveniente. Sin embargo, y por eso te decía que no comparto la premisa, el público ha evolucionado tantísimo que hoy admite un nivel mucho mayor de provocación y de vanguardia en el humor. Nosotros, a finales de los 80 y principios de los 90, contábamos una cosa muy naif, una broma sobre el rey Juan Carlos muy sencilla. El público se quedaba en silencio porque mencionábamos al rey. Eso, afortunadamente, se ha olvidado. En el plano personal, te diré que yo creo que el humor no debe herir. Si vas a hacer un chiste que va a hacer daño, por favor, que sea un chiste maravilloso. Como decía Gila: os habéis cargado a mi hijo, pero nos hemos reído muchísimo.
Lo que es habitual es que Faemino y Cansado agoten entradas en todos los sitios que actúan. Eso es positivo, por supuesto, pero ¿tiene también su punto peligroso?
-Sí, sí. Cuando estás empezando una carrera, tu problema es demostrar que eres divertido. Cuando ya eres famoso, todo cambia. La gente va a verte porque te conoce, sabe lo que haces. Sabes que vas a decir la primera frase y la gente se va a reír sí o sí porque el público va entregado. Tienes claro que desde el primer minuto hasta el 20, los espectadores están a favor. Pero ahí llega la putada porque, a partir de ese momento, como a la gente no le colmes la expectativa que tiene creada, aquello se fastidia. Es una gran responsabilidad responder a eso. Como te decía antes, uno de los trucos es hacer pocas funciones para que cada día que actuamos sea una fiesta. Eso es algo que tenemos muy claro. Cada representación tiene que ser una fiesta en la que haya improvisación, en la que el guión se respete de aquella manera.
¿Pero les pasa como a algunos grupos de música en sus conciertos, que si no cuentan un determinado chiste, el personal se enfada?
-No tanto, pero algo hay. Nosotros mantenemos la misma estructura de lo que ofrecemos más allá de que hagamos un espectáculo u otro. Hubo uno de los montajes que quitamos unos personajes que son unos cachondos mentales, que dentro del surrealismo hablan de cosas más cercanas. Bueno, pues fue un fiasco. Había gente que no se iba de los teatros esperando. De hecho, tuvimos que crear un bis para recuperar esos personajes cinco minutos. Ahí aprendimos que esos personajes no los podíamos quitar.
Cuando Carlos y Javier se reúnen fuera del escenario, ¿son capaces de tener una conversación seria?
-Es que nos gusta mucho el cachondeo. El sentido del humor es un punto de vista sobre la vida, no es algo de quita y pon. Yo veo un documental de La 2 y le saco chispa. Con la política me cuesta más, pero bueno. Nuestras vidas son muy diferentes, pero en eso coincidimos. Las giras son muy divertidas y lo pasamos muy bien. Hablar en serio nos cuesta. Es que desde que nos conocemos siempre hemos estado haciendo bromas. Claro, cuando empezamos a actuar, que hacíamos performances en las calles y eso, yo tenía 18 y él 16, y no hemos parado desde entonces. Desde esa época siempre hemos estado buscando la risa. Además, no la sonrisa, sino la risa. Igual cuando estemos más mayores y empecemos a hablar de la muerte... bueno, no, también nos reiremos.