para Tom Cruise, Misión imposible se ha convertido en su mejor argumento para continuar en el primer plano del cine comercial de todo el mundo. Actor y argumento se difuminan en una marca que sabe del éxito a fuerza de permanecer fiel a sí misma. Como las películas de 007 y, en un caso más matizado, como la franquicia de Bourne, Misión imposible sabe que la cuestión principal consiste en no traicionarse a sí misma.
Para ello, la mejor baza reside no en lo que el personaje vaya a hacer, no puede cambiar, sino en la habilidad de los guionistas para crearle antagonistas cuyo carisma y peligro legitimen el del protagonista. Esta sexta entrega, subtitulada como Fallout, nombre que evoca, aunque nada tenga de él, a un videojuego, multiplica las amenazas. El enemigo mayor, la peor amenaza, nunca viene de fuera sino que está en casa y, bajo esa premisa, Misión imposible se las arregla para salir del paso. Tras la sucesión fulgurante de directores-autores, de Brian de Palma a John Woo; de Brad Bird a J. J. Abrams, Christoher McQuarrie repite en las dos últimas, eso sí, con la producción en manos de Abrams.
De Abrams y de Tom Cruise, quien desde casi el comienzo ha llevado las riendas sabedor de que aquí está su principal y casi última baza. Sin entrar a valorar las cuatro primeras, las dos dirigidas por McQuarrie, además de interconectadas de manera más firme entre sí, aparecen como las más aferradas a una fórmula que comienza a dar síntomas de agotamiento.
Aunque un guión con más espirales que toda la orfebrería cordobesa trata de mantener arriba la tensión, la dirección da síntomas de excesiva ortodoxia. No es que resulte previsible lo que el argumento propone, sino que la manera de presentar la acción, con un Cruise algo cansado y demasiado abandonado a su suerte, telegrafía lo que va a venir a continuación.
Pero, claro está, a buena parte de ese público que reclama más y más películas que abunden en la misma línea, le resulta suficiente con el juego circense de ese más difícil todavía en el que la acción se ha comido a la emoción y el arquetipo ahoga todo intento de sembrar algún brote de densidad dramática.