bilbao - El artista venezolano afincado en Nueva York se ha marcado un objetivo: dar voz a los sin voz. En 1996, recreó la atmósfera desquiciada de un hospital psiquiátrico en La extracción de la piedra de la locura; en 2007, reflejó las reacciones de seis invidentes palpando el cuerpo de un elefante. Y en 2014 rodó las historias de varios emigrantes que buscaron asilo en Suiza, una obra a la que tituló Teatro de sombras, que consta de dos piezas de cine mudo rodadas en 35 milímetros, y que ahora se puede ver en la Sala Film and Video del Guggenheim Bilbao.

¿Cómo surgió la idea de ‘Teatro de sombras’?

-Quería contar las historias de un grupo de inmigrantes que buscaban asilo en Suiza. Les pedí que contaran con el lenguaje particular y específico del lenguaje de sombras su historia de cómo llegaron desde diferentes partes del mundo hasta Zurich. Cada uno representa una especie de fábula, que tiene que ver con su vida, con el drama que vive el inmigrante, aunque de una manera poética. Las rodé en la sala principal de la Kunsthaus, el museo de la ciudad de Zurich, que alberga la mayor colección de obras del escultor suizo Alberto Giacometti, en 2014, año en el que el problema de la acogida a los migrantes y refugiados ya era patente, aunque ahora este asunto está mucho peor.

Precisamente, utiliza en su obra ‘La mano’, una de las piezas de Giacometti, un artista al que confiesa que admira mucho.

-Uno de los principales rasgos artísticos del creador suizo era que le gustaba mostrar al ser humano en permanente desplazamiento; el movimiento del ser humano en el espacio. Creo que la obra de este artista podría ayudar a entender la situación particular de la Unión Europea hoy en día, en relación al problema de la inmigración económica y de los que buscan la acogida huyendo de la guerra y las persecuciones en sus propios países.

¿Por qué le interesa tanto el lenguaje de sombras?

-Mi formación fue dentro del cine y el teatro de sombras es una especie de cine antes del cine, una forma precinematográfica. He ido un poco a la raíz, al pasado, para entender el presente. El teatro de sombras está en el origen del cine y de la representación. Se dice que la primera pintura fue la línea de la sombra de una persona.

Esta es la primera obra que presenta en el Guggenheim Bilbao. Pero en Nueva York ya hay uno de sus trabajos, ‘La bala perdida’, que incluye la actuación de una bala de cañón humana disparada sobre la frontera mexicana a Estados Unidos.

-Con La bala perdida quería documentar un desfile que organicé en la frontera de Tijuana y San Diego. Fue una acción muy sonada, mi propósito era subrayar las dificultades que enfrentan los millones de trabajadores mexicanos y centroamericanos que cruzan ilegalmente la frontera, año tras año, en busca de una vida mejor. Quería dar voz a los emigrantes que traspasan las fronteras. Las fronteras no solamente delimitan a los que están fuera, también condenan a los que están dentro.

Su abuelo era propietario de una sala de cine. ¿De ahí viene su vocación?

-Mi obra tiene que ver mucho con lo autobiográfico porque crecí, de alguna manera, entre el mundo de la psiquiatría y el cine. Mis padres eran psiquiatras y mi abuelo tenía un cine, uno de los primeros que se abrió en Venezuela a principios del siglo XX. Nunca le conocí, el cine lo llevaban mis tías, pero yo crecí en el cuarto de proyecciones, por eso siempre me siento muy cómodo en este mundo. Creo que el cine es un género, una disciplina que de alguna manera integra a las demás. Una especie de obra de arte total. El cine no imita, crea una realidad.

También ha heredado de sus padres el interés por la psiquiatría. Ha trabajado mucho con personas diagnosticadas con enfermedad mental...

-Es un tema muy recurrente en mi trabajo. También con actores no profesionales; me interesa captar las historias de las vidas privadas de estas personas, dentro de un espacio público, hecho como ficción. Nunca he entendido el límite entre lo documental y la ficción. Incluso una película de Hollywood siempre la veo como un documental, un registro de personas, de seres humanos.

¿El arte puede dar visibilidad a la gente invisible?

-Siempre me ha encantado la reflexión de Paul Klee: El arte hace visible. No produce respuestas, solo produce preguntas.

Vive actualmente en Nueva York. ¿Se considera también hijo del exilio?

-Es difícil definir hoy en día lo que significa la palabra exilio, la separación de un territorio. Cuando uno piensa que es voluntaria, no lo es, depende del contexto. Yo me siento nómada, crecí en un hogar donde convivían dos culturas: la española y la venezolana. Hoy tenemos que hablar de dos Venezuelas. No es suficiente hablar de la Venezuela de la oposición y la oficialista, sino de la Venezuela que vive en Venezuela y de la Venezuela que vive en el exilio. Yo me fui en el 91 a la tierra de mis padres, de mis ancestros, España, y luego terminé en Nueva York. Después de tantos exilios, lo que permanece es el nomadismo. Cada ciudadano tiene que crear su propia identidad. Lo más importante en el siglo XXI es aprender a convivir con el otro.

¿Qué proyectos tiene a futuro?

-Voy a presentar una película que he rodado sobre vampiros, basada en Nosferatu, con personas diagnosticadas con enfermedad mental en Nueva York. Y la voy a mostrar en una exhibición sobre el barroco en el Museo MHKA de Amberes. Como ves, siempre vuelvo a mis temas recurrentes; en realidad, uno es un animal de sus obsesiones.