No por anunciado, deja de llamar la atención la explosión mundial del consumo de tele por la cobertura de la Copa del Mundo de fútbol, invento de la Federación Internacional de este deporte hace menos de cien años, y hoy el mayor fenómeno mundial de cobertura mediática y explosión consumista en los diversos formatos y soportes que durante un mes nos bombardean, flagelan y atiborran de canchas de hierba verde donde desesperados gladiadores se empeñan en llevar la bola al fondo de las mallas defendidas por el sufridor arquero de marras. Millones de espectadores vía tele, millones de dólares vía publicidad y otras coplas publicitarias, en un ejercicio de negocio puro y duro, que se inició como pura competición para entretener y ha devenido en fabuloso negocio de proporciones desorbitadas, y que cada cuatro años nos baña, reboza y absorbe. Los cinco continentes asisten entusiasmados a esta orgia de deporte profesional, fiesta de las naciones y espectáculo televisivo al que muy pocos pueden superar como producto de masas ante los televisores. Y todo ello no sería posible sin la presencia mágica de la tele, que ofrece sin solución de continuidad partidos y partidos en un menú hecho para forofos, tragones y seguidores del fútbol, que ofrece narraciones brillantes con más de cuarenta cámaras en cada estadio y la introducción como novedad en la retransmisión, de un aparato video mediático que ayuda a los árbitros a corregir errores y hacer justicia electrónica.
Los tiempos tecnológicos avanzan y el dinero en juego es mucho para andarse con pamplinas, monsergas y purismos fuera de tiempo. Afortunadas las cadenas que en su momento consiguieron los derechos del fútbol del campeonato que está poniendo de moda a Rusia y ciudades sedes, todo con la vigilancia de las medidas adoptadas por Putin, que también juega en la Copa FIFA, pero a otro nivel, que cuenta en el panorama internacional.