El escritor Bernardo Atxaga (Asteasu, Gipuzkoa, 1951) ultima los detalles del que será su próximo libro, Etxe zaharrak, hilobi berriak. El autor participó el jueves pasado en el festival Gutun Zuria, celebrado en Azkuna Zentroa y que esta edición lleva por título Regreso a la naturaleza ¿Utopía literaria? Allí mantuvo un coloquio con los autores Hasier Larretxea y Karmele Jaio.
Ha participado en varias ocasiones en Gutun Zuria, ¿qué supone este encuentro para los escritores?
-Este festival es de primer nivel en todos los sentidos, no solo por la gente a la que se convoca, sino también por el lugar, que es estupendo. Tiene una particularidad, y es que ser un festival literario de éxito en una urbe grande no es fácil. Bilbao es una ciudad intermedia, y creo que Gutun Zuria ha logrado ya fidelizar su público. Para mí es una gran oportunidad, también a nivel personal.
Se crió en un entorno rural, ¿le ha influido eso en su visión de la naturaleza?
-Las influencias se materializan de forma diferente. Por ejemplo, las personas que hemos nacido en pueblos pequeños hemos tenido una relación con los animales muy fuerte, mayor que la que haya podido tener un niño que haya nacido en la plaza Indautxu, aunque no hay que entender eso en una escala de calidad. Soy un convencido de la particularidad de las experiencias, y creo que la literatura es una oportunidad para manifestarlo. En general, todo lo que no es singular es estereotipo. Lo particular es lo que interesa en literatura.
En el encuentro se realizó una lectura de uno de sus poemas, Egunak ba doatzi, dedicado a su madre y en el que habla de un mercado.
-La influencia de mis padres fue muy grande. Concretamente, hablando de naturaleza, la importancia de mi madre fue crucial. Ella tenía muchísima sensibilidad con respecto a la naturaleza. Para entrar en ella hay que tener un guía, porque sin maestro no hay aprendizaje. Ella fue mi primera orientadora, vivía todo con mucha emoción, algo que yo he desarrollado. Ese poema en concreto tiene que ver con la fascinación que yo siento hacia los mercados. Para mí son una embajada dentro del mundo natural, son un indicador de tiempos, un calendario. Me gustan mucho los mercados, son un foro de los ancianos y ancianas, donde hablan y son escuchados. Es el parlamento, sobre todo, de las abuelas.
En una ocasión dijo que la literatura debe estar relacionada con los problemas de la sociedad, ¿cuáles son para usted los más graves que hay hoy en día?
-Todo escritor tiene que tener un cable a tierra. Cuando uno corta la relación con el mundo que le rodea camina hacia la tontería y la chorrada a gran velocidad. Sin embargo, un escritor no es un sociólogo o un economista, sino que entra en las cuestiones desde otro punto de vista. Una canción sobre el Crack del 29, por ejemplo, puede expresar mucho y podemos recordarla más que un informe. Todo lo que sea real pasa por la literatura, porque es el mundo a través de una persona en concreto.
Hace dos años dijo que tras el final de ETA se vivía más tranquilo, pero que perdura la onda expansiva del pasado. ¿Cómo cree que cambiará la situación la disolución el próximo 5 de mayo?
-Creo que no hay que implicar a las generaciones futuras en el pasado. Se habla mucho de la memoria, y hay que tenerla, pero ellos no deben cargar esa piedra. Nuestra generación fue la que llevaba el peso a las espaldas, pero no tenemos que pasar el fardo a los jóvenes. Cada tiempo es un país diferente. Cada época es distinta. Que haya un conocimiento es inevitable, pero no debemos pasar esa carga. Mis hijas, en su tiempo, que es este, tendrán otros pesos, y yo no quiero echarles los nuestros. Lo que sí tenemos es la obligación de luchar por la verdad, para poner a cada cual en su sitio. La memoria histórica sí hay que recuperarla.
Publicó sus primeros libros en la década de los 70, ¿cómo ha cambiado su literatura?
-Yo voy rejuveneciendo, no tendría ningún motivo para decirlo si no fuese así. Cada vez soy más libre escribiendo y opinando, y además estoy haciendo cosas divertidas. Con el tiempo te vas transformando y aprendiendo.
¿Cómo le cambió la vida la publicación de Obabakoak?
-Estoy muy agradecido a las musas por ese libro. Cambió mi vida porque a las pocas semanas de salir en castellano, se publicó en Alemania o Inglaterra. Pasé de un entorno confortable y pequeño para mí a, por ejemplo, presentarlo en Basilea, en su biblioteca municipal. Tuve que evolucionar rápidamente.
Sin embargo, parece que la mecha de Obabakoak no termina, Calixto Bieito hizo hace unos meses su versión teatral.
-Sigue vivo, y creo que es un libro con mucha suerte, para mí también fue muy emotivo el que se hiciera en el Teatro Arriaga una función sobre mi novela, porque yo empecé a escribir esa historia en una época en la que vivía en la calle Somera y tomábamos el café literario en ese teatro. Fue cerrar el círculo.
A lo largo de su carrera ha sido arriesgado, Siete casas en Francia fue el primer libro publicado en las cuatro lenguas del Estado.
-Fue una mala idea. Esa novela fue elegida una de las mejores en Estados Unidos, no me quejo en ese sentido. Pero fue una locura, porque al corregir un párrafo en euskera, rebotaba a las otras tres lenguas. Durante esa temporada, mi mujer y yo, con dos niñas pequeñas, nos levantábamos todos los días a las 3.30 de la madrugada.
En sus últimos trabajos ha mezclado la poesía y la novela, ¿ya tiene claro el género del próximo?
-Ya estoy escribiendo, y se titulará Etxe zaharrak, hilobi berriak. Acabaré este año el libro y, si luego me salen más casas o más tumbas, haré una segunda parte.