En esta acelerada sociedad en la que nos ha tocado vivir en el inicio del siglo XXI, los últimos días están siendo especialmente significativos para medir la influencia, poder y agitación de masas que circulan por la aldea global, cuando la actualidad se convierte en obsesiva, repetitiva y agotadora. La persecución mediática, invadiendo el campo de lo personal, está comportándose como un guion establecido por los mejores creativos de la meca del cine, y por ello la tele, de forma descarada, construye ritmos informativos, formas inclementes con la mentira, engaño e hipocresía rampante. Es la clase política la más azacaneada en estos trances de dolor y desolación, y si no que se lo preguntan a la frustrada Cifuentes, que vaga de despacho en despacho preguntándose qué ha hecho mal, salvo mentir en un titulito de master o llevarse dos botecillos de crema rejuvenecedora. Medios digitales y convencionales hicieron presa en la política madrileña y no han soltado a la golosa pieza hasta dar con sus huesos en el paro, descrédito y final de su carrera política; siempre recordará acoso y derribo de quienes están facultados para ello en una sociedad democrática. Insistencia, persistencia y dosificación de informaciones con elementos irregulares en la vida de un político/a dan con sus huesos en la calle. Cada día puede suponer en pasito en la escalada de ir desnudando bajezas, irregularidades y fallos en el comportamiento humano. Que se aten los machos políticos todos, porque la veda se ha abierto, y no es cosa de ahora mismo; estas prácticas son viejas maneras de periodismo de investigación, incómodo y agresivo; matar al mensajero es vieja práctica con una antigüedad fijada en más de tres mil años (los persas), que algunos siguen practicando de manera más o menos descarada, en una sociedad atada al carro de los medios.