donostia - Laurent Cantet es un viejo conocido de Donostia. No en vano, con su primer largometraje, Recursos Humanos (1999), recibió el premio a Mejor director novel en el Zinemaldia -también se hizo con el César a la Mejor ópera prima-. Una década después, fue el presidente del jurado del Festival Internacional de Cine de Donostia y en 2012 la actriz Katie Coseni recibió la Concha de Plata a la Mejor Actriz por la actuación en su filme Foxfire. Considerado como uno de los mejores y más comprometidos cineastas franceses, Cantet logró la Palma de Oro de Cannes con La clase. Ayer recibió el galardón de Memoria/Oroimena del Festival de Cine y Derechos Humanos de Donostia, que clausuró con su último trabajo, El taller de escritura, un drama protagonizado por Marina Foïs (Olivia) y Matthieu Lucci (Antoine). Se trata de una película que cuenta los conflictos que surgen cuando un grupo de jóvenes de distintas razas asisten a un curso de escritura dirigido por una reconocida escritora, el personaje que interpreta Foïs.
¿Qué siente al recibir este reconocimiento?
-Es un gran honor para mí. Debo decir que los derechos humanos siguen siendo una cuestión muy importante. Que este reconocimiento venga por ese valor, me emociona especialmente. Me parece la única razón por la que merece la pena luchar. Tanto estar en el festival como recibir el premio me parece una forma de gritar alto y claro que estos son los valores que quiero defender.
Ayer se proyectó su última película, ‘El taller de escritura’. Es una idea que le vino hace muchos, tras ver un documental en 1999. ¿Por qué ha tardado tanto en abordarla?
-No creo que sea tanto la idea de la película la que tiene tantos años, sino el dispositivo, el taller como tal. Hace 20 años hubiese hecho una película absolutamente diferente de la que he hecho. Lo que me parece importante es ese taller de escritura como proceso en el que unos jóvenes se sientan en torno a una mesa y pueden hablar del mundo actual, que es más violento, que les ofrece muchas menos perspectivas que las que había hace dos décadas. La película dice una cosa muy interesante a través de ese taller: el único modo de poder vivir juntos es pasar por la confrontación entre diferentes. Se trata de escucharse, oponerse, a veces incluso como lo hacen los jóvenes, de una forma bastante violenta, para poder tenerse en cuenta entre sí.
Habla del taller de escritura como elemento para abordar la actualidad y la creación. Pero en su película, la nostalgia del mundo que aún no acaba de desaparecer tiene mucho peso.
-Eso marca una fractura generacional entre los jóvenes que viven en lo instantáneo. Se les ha dicho constantemente que lo pasado fue mejor, y no quieren escucharlo más. El futuro tampoco les parece muy brillante. Viven ahí, en el presente. En frente tienen otra realidad, representada por la generación de Olivia (Marina Foïs) que sigue creyendo que el pasado puede darnos las herramientas para poder entender lo que está ocurriendo en el presente. La película incluye esa fractura, sintetizada a través de una ciudad (La Cioat) que era industrial y dejó de serlo. Esa mitología, ese pasado obrero, esos astilleros...
Retoma tres cuestiones que ya abordó en su filme ‘en la clase’. Uno de ellas sería la juventud.
-Hay que mirar a los jóvenes, porque estos son los ciudadanos del mañana y son ellos los que van a crear el mundo que vamos a tener en el futuro. Es importante escucharles, darles voz y ver qué herramientas usan. Por ello, he rodado para la película el uso de teléfono móviles, Internet y videojuegos.
Otro tema recurrente sería el de la literatura o la enseñanza.
-Son muy importantes los mecanismos por los cuales transmitimos a los jóvenes. El personaje de Olivia acepta ser transformada por el propio proceso del taller. Al igual que los jóvenes. Me parece un punto fuerte que tiene, y me parece que es la condición indispensable para que esa transmisión pueda darse.
También habla de la multiculturalidad.
-Me interesa mucho. En Francia tenemos una sociedad en la que coexisten muchas personas con culturas, pensamientos y formas de ver la vida diferentes. Tenemos que vivir juntos. Este es un tema que debemos tratar de forma urgente, aún más viendo los atentados que ha sufrido Francia en los últimos tiempos. A los jóvenes de origen extranjero los estamos estigmatizando más. Se da un proceso de radicalización porque les estamos negando la identidad como franceses que les corresponden, porque sus padres trabajan allí y ellos siempre han vivido allí. Debido a esa negación, ellos buscan una nueva forma para definirse a sí mismos y se hacen más radicales. No estoy diciendo que todos ellos se vuelvan terroristas, pero hay un retorno a la religión, a una forma más radical de expresar sus opiniones. Les apuntamos con el dedo y les decimos que son terroristas en potencia. Después de los atentados, hemos utilizado muchos eslóganes a favor de la convivencia, pero no se ha contactado con esos jóvenes.
En la película el personaje de Olivia sí que intenta hacerlo.
-En muchas ocasiones lo hace de forma torpe, pero es valiente y se atreve a entrar en contacto con ellos.
También existen jóvenes atraídos por la extrema derecha, como puede ser el caso del protagonista, Antoine.
-Es otra forma de radicalización que también se está dando. A mí me interesa ver los mecanismos de seducción que existen hacia esos jóvenes que se ven sin futuro.
Que la juventud esté perdida o “aburrida”, como afirma en ‘El taller de escritura’, puede ser el caldo de cultivo que favorece a la extrema derecha.
-Sí. Esos mecanismos de seducción de los que hablaba antes funcionan, precisamente, gracias a ese aburrimiento. Cuando a un joven le dicen: Ven, que tu vida va a ser más emocionante y vas a ser actor o agente de tu propia vida y de la sociedad, se sienten atraídos.
A su vez, refleja una sociedad hiperviolenta que los jóvenes asumen con naturalidad.
-El yihadismo es uno de los temas que yo quería tratar en la película. Hemos ensayado mucho y hay muchas frases que aparecen en la película que vienen de ellos mismos, cuando improvisaban. En definitiva, todos estamos contaminados por esa violencia que puede surgir en cualquier momento y en cualquier lugar.
Comenta que es importante “dar voz a los jóvenes”. Entiendo que ese es el motivo por el cual ha optado por intérpretes que nunca habían actuado para los roles de los estudiantes del taller.
-Esa es una de las razones. Cuando escribo un guion lo que hago es plantear hipótesis y luego intentar confirmarlas con los actores. Ensayamos mucho y básicamente se convierten en debates o discusiones sobre los retos que hay en cada escena. Van surgiendo propuestas que me permiten modificar ese guion inicial y corregir hipótesis cuando es necesario.
¿Considera que la generación de Olivia tiene responsabilidad sobre las más jóvenes?
-La película muestra la mirada en picado que a veces tenemos los adultos sobre los jóvenes. Una mirada que muestra los valores que tienen los viejos y que se intentan transmitir desde arriba hacia abajo, siempre, de forma infructuosa. Pienso que el personaje de Olivia refleja la sensación de impotencia que tienen muchos pensadores, escritores y cineastas de intentar establecer contacto con los jóvenes y con su realidad. Como ya he dicho, no creo que haya muchos como Olivia que se atrevan a hacerlo. Defiende una idea muy potente que es que la única manera de lograr un vínculo es a través de la cultura y la única manera de oponerse es a través de la palabra. Eso nos lleva a entendernos y aceptarnos. Al encontrar la palabra justa, podemos crecer. El personaje de Antoine puede poner en palabras todo eso que lleva dentro: ese aburrimiento, esa violencia... Pero solo es posible porque se pone a pensar y a traducir en palabras lo que siente.