Ciutat Morta y Tarajal son dos de los títulos más conocidos que la productora Metromuster ha realizado en los últimos años marcando una senda propia, comprometida y activa, que no ha podido escapar a la polémica y a la censura. Eso sí, Xapo Ortega y Xavier Artigas, cabezas visibles del proyecto, no tienen ninguna intención de detenerse e inhibirse. Su próximo título, Idrissa, crónica de una muerte cualquiera, será un nuevo ejemplo. De momento, eso sí, Artigas acude mañana a la capital alavesa (la conferencia será a las 19.30 horas en la sede de Zas, en la calle Correría) para hablar de la experiencia, la filosofía y las creaciones de la cooperativa ubicada en Barcelona, consciente además de que va a tener que contestar a unas cuantas preguntas sobre la situación actual en Cataluña. “Nos está pasando en todos los sitios”, dice con una sonrisa.
Más allá de las ideas iniciales que tenían con Metromuster cuando se creó, ¿cuál cree que es la marca de la casa que se ha configurado en estos años, el sello personal?
-Todos empezamos con una voluntad muy clara de hacer cine político, es lo que nos ilusionó al principio. Pero, al final y casi de una manera inconsciente, nos hemos especializado no tanto en hacer cine político sino en hacer política mientras hacemos cine. La voluntad de que el cine sirva para cambiar las cosas nos ha llevado a buscar estrategias que no tienen tanto que ver con el retrato de lo que nosotros consideramos que no va bien en la sociedad, sino con dar pasos efectivos para que esto cambie. Sin renunciar a la idea de que el cine es una forma de arte, hemos entendido que es una herramienta para cambiar las cosas. Así que todo lo que hacemos, desde el segundo cero de una producción, va dirigido a ese objetivo.
¿Pero toda creación, en esencia, no debería ser un intento por aportar, por cambiar?
-Nosotros partimos de la base de que todo lo que hacemos es política, ya que ésta se hace en todos los ámbitos de la vida. En este sentido, el arte en sí es un gesto político. Sobre esa base, creemos que el arte tiene un potencial muy claro para atravesar a las personas y provocarles un cambio. Pero es verdad que más allá de este punto de partida, hay temas que tratar que son más explícitamente políticos que otros.
En otras crisis económicas, la cultura ha sido siempre catalizadora de las expresiones sociales, generando corrientes de creación, iniciativas artísticas, impulsos en unos casos puntuales y en otros duraderos... ¿Por qué en ésta, en la que ha nacido su productora, no ha sido así?
-No sé si comparto esta idea, no creas. Igual es que Barcelona es un oasis en esto. Es verdad que muchas veces la cultura ha sido el refugio ante la frustración que genera la falta de oportunidades derivadas de una crisis. En esta ocasión y en mi ciudad, sí he visto florecer muchos proyectos, ideas que igual no tenían voluntad de llegar muy lejos pero que han generado muchas cosas a nivel micro en los barrios y que han involucrado a mucha gente, personas que, de alguna forma, son hijas del 15M, que también fue nuestra génesis. El 15M, como reacción un tanto torpe e inconsciente ante lo que sucedía en el Estado español, fue el caldo de cultivo para que a nivel artístico y cultural apareciesen muchos proyectos. ¿Que exista la sensación de que estas propuestas no han tenido una repercusión más allá de determinados ámbitos? Es posible pero es que igual ahí también está una nueva clave, el hecho de tener proyección en contextos más inmediatos y pequeños. Igual ahí tenemos una nueva forma de entender la cultura y el arte.
Su forma de hacer, sus temáticas, sus propuestas... han supuesto para la productora no pocas polémicas y problemas. Sobre todo a partir de ‘Ciutat Morta’ les han llamado de todo. ¿Cómo se llevan esas situaciones?
-Es verdad, nos han dicho de todo. De hecho, ya cuando salió Ciutat Morta fue un impacto muy duro que no nos esperábamos. Tuvimos una época en la que lo pasamos mal porque teníamos que estar alerta todo el día. Las agresiones a nivel verbal y en las redes sociales fueron muy duras. Bueno, y también a nivel legal, denuncia incluida. Nos llegaron amenazas, nos censuraban determinados trozos de la película... Fue algo que, de alguna manera, se cronificó, es decir, a partir de ese momento, en todo lo que hacíamos había siempre un ejército de personas que amenazan. Aunque parezca mentira, esa reiteración hace que uno se termine acostumbrando a eso. Es verdad que, últimamente, ha vuelto a ser muy duro lo que hemos vivido tras lo sucedido con Rodrigo Lanza. Se nos ha vuelto a atacar mucho por, según dice cierta prensa, haber hecho un documental sobre un terrorista o no sé cómo le llamaban, como si Ciutat Morta fuera la historia de Rodrigo Lanza, que no lo es. Pero ya te digo que estamos constantemente alerta y muy acostumbrados a recibir golpes.
¿Pero le preocupa más eso, es decir, las amenazas y los insultos, o las posibles consecuencias legales que algunos creadores están sufriendo ya, con penas de cárcel incluidas?
-Uff... es que estamos muy preocupados, no a nivel personal que también, por la situación que están viviendo el arte y la cultura en este país. Es muy alarmante. Es desesperante ver como compañeros, sólo por expresar sus ideas, están siendo encerrados en la cárcel. Esto pasa en un país donde, teóricamente, hay libertad de expresión. Por supuesto, es una situación que nos afecta también a nosotros puesto que nunca nos hemos callado nada y nos dedicamos a retratar la peor cara de una supuesta democracia a través de casos de corrupción policial muy claros. No estamos hechos de piedra y muchos días nos vamos a dormir pensando que podríamos acabar en la cárcel si seguimos haciendo lo que hemos venido realizado. Por ejemplo, cuando salió Ciutat Morta no estaba aprobada la Ley Mordaza. Si la intentásemos sacar ahora, no sé cómo reaccionarían determinadas autoridades y si podríamos acabar en la cárcel. Pero tenemos claro que no vamos a dejar de hacer lo que hacemos. Llegados a este punto es muy complicado que decidamos no denunciar lo que sea por miedo a terminar en la cárcel. Sabemos que tenemos el derecho y la legitimidad para llevar a cabo lo que hacemos, aunque nos digan que es ilegal. Es más, es una obligación que tenemos, así que no vamos a callarnos.
Casos en los que trabajar parece que no les van a faltar...
-De hecho, se nos acumula el trabajo. Cada vez hay más motivos para seguir en lo que hacemos.
¿En qué proyecto está ahora mismo centrada la productora?
-Estamos acabando un proyecto con el que llevamos cuatro años, que es la historia de Idrissa Diallo, un chico que murió misteriosamente en el centro de internamiento de extranjeros de la zona franca de Barcelona. Nunca se investigaron a fondo las causas de la muerte. De hecho, la jueza archivó el caso casi de manera inmediata. Al principio, íbamos a investigar un caso de impunidad policial pero nos hemos terminado encontrando con mucho más. Para empezar, con una familia que no sabía que su hijo había muerto. Pero también con un cuerpo que estaba desaparecido. Nos hemos visto en un proyecto totalmente inesperado de reparación en el que hemos acabado informando a la familia, financiando un viaje a Guinea que nos ha llevado a un pequeño pueblo de 300 habitantes cercano a la frontera con Mali, haciendo todos los trámites que debería haber asumido el Gobierno español para repatriar un cuerpo que, además, tuvimos que encontrar... Lo que tenía que ser un documental se ha terminado convirtiendo en algo mucho más gordo, en un acto de reparación frente a una injusticia provocada por el sistema estatal, que no asumió sus responsabilidades.
Ante temas como éste o como los otros tratados por la productora, ¿hay lugar para la esperanza o mejor apagar la luz y el último que cierre la puerta?
-(Risas) No responsabilizaría al ser humano de tanta maldad, sino a las estructuras de poder. Hay que retratarlas y hacer lo posible para modificarlas. Y no nos engañemos. Son las mismas estructuras de poder que nos hacen creer que si hay una crisis como la que empezó hace diez años es culpa nuestra. Son las mismas que nos dicen que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, por ejemplo. Igual de forma un poco ingenua, creo que el ser humano tiende a ser bueno, lo que pasa es que hay mucha corrupción y gente que, básicamente, tiene demasiado dinero.