Vitoria - La sociedad actual, la tecnología, la crisis, los cambios de hábitos... han hecho que cualquier pequeño comercio se enfrente cada día a muchos obstáculos para seguir adelante. Qué decir si, además, su campo de acción es la cultura. Por eso y por, entre otras cosas, mantener un sello de cercanía y calidad durante tanto tiempo, que la librería Jakintza cumpla 30 años es una gran noticia, más allá de que cuando la grabadora se apaga, librera y periodista reconozcan con una sonrisa que sus respectivas profesiones están para pocas alegrías. El futuro, eso sí, todavía está por escribir. El presente pasa, por supuesto, por la calle Landazuri.
¿Qué ha aprendido en estos treinta años?
-Una de las cosas más importantes es saber lo que es estar de cara al público, lo que es acoger al que entra por la puerta. Bueno, creo que lo he aprendido. La librería, con todo lo que supone de estar, de atadura, me ha enseñado un montón de cosas con respecto a cómo ver y tratar a quien acude.
¿Qué es lo más complicado: la gestión, la atención al público, tener que estar al tanto de todo lo nuevo...?
-Lo más complicado, y eso ha cambiado mucho en estos años, es estar pendiente de lo que va saliendo. Hoy se publica demasiado y tienes que ver cómo seleccionas entre todo eso. En otro tipo de negocios, tienes lo que tienes y entre eso, eliges. Aquí, todo el mundo habla de libros, tiene acceso a los suplementos literarios de los medios, entra en foros de Internet... y es una tarea ímproba intentar estar pendiente de todo. Me he llegado a leer seis suplementos culturales a la semana, a lo que sumas lo que te manda cada distribuidora y editorial, que estamos hablando de unos 200 libros a la semana. Imagina. Elegir es lo más complicado, sabiendo que vas a tener equivocaciones y que se te van a escapar cientos de libros, pero también que vas a acertar, que vas a ofrecer títulos sin ningún temor, con la sensación de que estás dando algo bueno.
¿Fuera de la librería, en su tiempo de ocio, le quedan ganas de leer?
-He tenido temporadas en las que me he dicho: no puedo leer más por obligación. Últimamente no me pasa tanto, no sé si es que estoy más tranquila, encuentro libros que me gustan más o qué, pero hasta hace no mucho, cuando llegaba el verano me otorgaba a mí misma dos meses de leer lo que me diera la gana pero de verdad. Pero sí, ha habido temporadas de no parar, de salir de aquí, llegar a casa, tomar un libro y ponerte a pensar en si lo llevas a la tienda, si se lo recomiendas a uno o a otro, si estás perdiendo el tiempo...
Todo lo relacionado con el libro ha cambiado mucho en estas tres décadas. ¿Qué permanece en Jakintza?
-Sobre todo, hablando del trato con el cliente, la confianza.
¿Hay clientes de hace 30 años?
-Sí (sonríe).
Del hoy del libro, ¿qué le preocupa más?
-Hay una tendencia cada vez mayor a decir lo que sí o sí tiene que leer la gente que me parece peligrosa. Cierto es que están saliendo editoriales muy pequeñas que, eso sí, tienen un caché como algunas con las que yo trabajo, como Impedimenta, Periférica, Libros del Asteroide, Pepitas de Calabaza y Capitán Swing. Tienen mucha solera. Pero más allá de ellas, hay una tendencia general a que el Grupo Planeta y el Grupo Random House copen mucho. Y cuidado porque viene Amazon. Dentro de poco van a ser Google, Amazon y Facebook los que digan qué tenemos que comprar, también en lo que respecta al libro. Eso me parece peligroso.
Pero hace no mucho eran legión los que decían que el libro en papel iba a desaparecer y de eso nada, el papel se sigue usando, incluso cada vez más.
-Sí, sí. De hecho, países como Estados Unidos están volviendo al libro en papel. Francia es un país que, en general, nunca ha entrando en el ebook. Claro, allí tienen una relación distinta a la nuestra con la cultura en general y el libro en particular. Pero más que miedo al ebook o a lo que sea, lo que me preocupa es el monopolio, que vengan a decirnos que tenemos que leer un libro porque es el mejor.
¿El lector o la lectora son todavía curiosos?
-Hay de todo. Aquí, poca gente de la que entra, poquísima, viene porque ha visto en el Babelia un libro y lo quiere. Por lo general, dan una vuelta, curiosean lo que hay o te preguntan.
Dicen las estadísticas que cada vez se lee menos. ¿La esperanza crece cuando entra un cliente potencial por la puerta?
-El que entre alguien siempre es una alegría porque piensas que aprecia lo que haces. Eso para empezar. Además, cualquier autónomo que está detrás de un mostrador, sea el negocio que sea, está esperando para ver quién entra por la puerta... si es que entra alguien. Cuando pasa, es una doble alegría.
Esta última crisis ha coincidido con los propios problemas que ya tiene el sector literario. Se han juntado muchos males en un mismo periodo con consecuencias palpables, también en Gasteiz, que hace nada ha cerrado otra librería. ¿Cómo vivir ante esto siendo un espacio como Jakintza?
-No sé si decir que he tenido mucha suerte, pero es verdad. Eso para empezar. Además, hay mucho, mucho trabajo detrás. Y creo que hay una línea que, más o menos, me ha servido. Hay momentos en los que vendes más y otros menos. Cada mes que aguantas, para mí sigue siendo un milagro. A pesar de llevar 30 años, créeme que no lo digo en broma. Pero bueno, supongo que es un cúmulo de cosas. Por ejemplo, el encontrarte con gente que empatiza, que te dice que prefiere venir a una librería pequeña que a una grande.
Hay escritores de aquí que dicen que Jakintza es la única librería de verdad que existe en la ciudad...
-Bueno, es que tengo algún que otro fan (risas). Hay algún otro sitio, no creas. Jakintza tiene sus cosas, no lo dudo.
Muchos de esos autores han presentado aquí sus libros, han impulsado ciclos, han realizado actividades... ¿Alguna vez ha mirado este espacio y no ha pensado en que sería mejor tener un local más grande?
-No y mucho menos ahora que casi tengo 65 años (risas). Para eso hay que tener dinero. Además, a este sitio nos hemos hecho. Ahora, cuando hacemos una presentación, toda la librería desaparece tras unas cortinas. Eso me lo enseñó Javier Larreina. Así queda un espacio digno.
¿Cómo son los escritores?
-(Risas) Ahí sí que hay de todo. Tampoco conozco a tantos, no creas. Aún así, ¿importa que haya de todo? De hecho, ¿no es mejor que pase eso, siempre que nos tratemos con respeto?
La palabra libro, en realidad, abarca mucho, desde la novela de ficción hasta la guía de viaje pasando por...
-Es terrible. No sabes de nada, al final.
Desde una librería pequeña, ¿cómo se atiende a todo ese universo?
-Eliges. Además, por supuesto, tengo mis gustos. Por ejemplo, tengo cosas relacionadas con la naturaleza, guías de aves y otros títulos, porque me atrae. Y poesía. Eso es por narices. De hecho, las dos próximas visitas que vamos a tener son de poetas. El sábado 21 vendrá Kepa Murua y el 5 de mayo acudirá Lander Laborde. Cuando viene un poeta, esa presencia íntima tan directa me encanta. Las presentaciones de libros con los poetas son otra cosa. Cuando vienen Ángela Mallén, Ángela Serna... es que el contacto es tan especial. La poesía, aunque se venda poco, es el corazón del libro y me encanta tener libros de poesía. Y tengo también referencias enfocadas al zen, la meditación, el budismo... No leo nada de esto porque no suelo empatizar con el vocabulario, me cuesta, pero me parece que son cosas interesantes.
En este tiempo, dentro de los gustos de la gente, ¿qué es lo que más le ha sorprendido que ha cambiado, evolucionado?
-Dos cosas. La primera está relacionada con los niños. La literatura infantil está cada vez más teledirigida. Yo no traigo ya un Geronimo Stilton o nunca he tenido una Peppa Pig porque quiero que aquí se encuentren otras cosas y los niños, con sus padres y madres, arriesguen un poco. No es una cuestión de prepotencia. Creo que es importante. Ofrezco lo que me parece. Y no quiero entrar en esa dinámica de lo teledirigido. Ahora todo son libros de sentimientos, muy morales, muy de enseñanza... Yo me empeño en sacar libros divertidos, de Roald Dahl, Christine Nöstlinger... creaciones para reírse y pasarlo muy bien. El segundo cambio, en positivo, que he notado es la cantidad de libros ilustrados que han ido teniendo presencia. El libro bello es muy bello.
¿Le han pedido encontrar libros muy raros?
-Muchísimas veces (risas). A veces he conseguido alguno que tela, marinera.
¿Los compradores le han descubierto algún título?
-Unos cuantos y, además, me encanta. Pero cantidad de ellos. La conversación fluye y enseguida la gente te cuenta. Me han descubierto cantidad de libros, de escritores y de mundos. Por ejemplo, nunca hubiera traído una obra como La vida secreta de los árboles pero hubo alguien que me la vendió muy bien y la traje. Es que aquí se aprende un montón.
Hay una parte de este negocio que el lector suele desconocer como es el trabajo con los comerciales, los agentes de compra... ¿Hay mucha presión?
-No. Ya me conocen, a veces un poco demasiado. Saben que si no quiero algo, no hay nada que hacer por mucho que me digan que se va a vender muy bien, que va a salir en la televisión. Si sale en la televisión, no lo quiero, no por nada, sino porque ya hay otros muchos sitios donde se va a vender ese libro. De todas formas, los comerciales del libro, en general, son personas con las que te arreglas bien.
¿Piensa alguna vez en ese momento en el que la librería y usted lleven caminos separados? ¿O cerrará Jakintza cuando se jubile?
-No lo sé. Tengo alguna idea pero todavía ninguna concreción. Pero sí, pienso en eso.
Más allá de la actividad normal de presentaciones y actos, y de los encuentros que este año se están realizando con motivo del aniversario, ¿no habrá un día de soplar velas, de tomar una copa, de...?
-Sí, sí, haré un fiestón. El aniversario es en octubre y no sé si será ese mes o en noviembre, pero sí me gustaría hacer una fiesta en condiciones. Alguna idea tengo en la cabeza, aunque no sé si es algo desorbitada (risas). Ya veremos.
¿Qué tal con los vecinos?
-Si casi ya no me quedan... Han desaparecido muchas tiendas.
¿No le voy a pedir recomendaciones ni listados de títulos, pero me puede decir algún libro que, a nivel personal, le encante por la razón que sea?
-Muchos de los clásicos del XIX y del XX. Por ejemplo, los rusos. En su momento, cuando no estaba en la librería, me leí toda la obra de Tolstoi, casi todos los libros de Dostoievski... He sido siempre bastante buena lectora. También hay escritores de ahora que me encantan. De hecho, hace poco tuvimos aquí una charla sobre la obra de Mircea Cartarescu, que me parece muy bueno.
El papel, la encuadernación, la traducción si es el caso... ¿Cuando toma un libro entre las manos, se fija sobre todo en...?
-La traducción es lo más importante. Hombre, y que esté bien hecho, aunque me encantan los libros de bolsillo, no creas. Pero la traducción es fundamental. Anna Karénina nunca lo compraré en Espasa y siempre en Editorial Alba. No tiene nada que ver. Son detalles fundamentales.
¿Ha recibido ya muchas felicitaciones por el cumpleaños?
-Muchísimas... y las que quedan (risas).