cuando en la tele, una cadena encuentra un filón de éxito, los cuatreros de la producción le meten mano al asunto y se multiplican las series de determinada dinámica y argumento, copiándose unas a otras. La frase de Unamuno de Que inventen ellos, se convierte en un ejercicio de copio, copias, copiare que se decía en nuestra lejana juventud.

Las cocinas de Master chef han resultado magnífico producto de audiencia y reconocimiento social y por ello La 1 se ha apresurado a explotar el asunto y nos ha llenado la noche de los lunes, de modistillas/as, de costureras/os que sueñan con hacerse con estilo, marca y sitio en el complejo y elitista mundo de la moda y sus diseños plurales, creativos y fashions a tope. Estructura, ritmo y resultado final son similares a los de la cocina, y su tridente jurado; y tanto la moda como la cocina se asemejan en argumento, interés y protagonistas. Todo en falso directo, con montaje efectista y tradicional, las/los aspirantes se pasean por el plató repleto de maniquíes, telas, artilugios de taller de costura. Todos/as compitiendo por realizar los vestidos, trajes, camisas, etc que los miembros del jurado, capitaneados por el histriónico Lorenzo Caprile, imponen como prueba a superar para no quedar eliminados al finalizar cada programa.

Y la emoción, el llanto abundante y el corazón fácil en los personajes que aspiran a ser maestros del elegante vestir llenan las horas del programa. La hierática González-Sinde conduce el espacio con excelente voz, pero escasa gracia en sus intervenciones más o menos afortunadas por el plató, creyéndose diva de la conducción y animación televisiva. La serie empezó con excelente resultado de audiencia (2,5 millones de espectadores), pero se ha pinchado el globo y ha comenzado a perder gas, porque la fórmula, visto lo visto, no da para mucho en el duro mundo de la competencia televisiva.