El grupo escocés Franz Ferdinand llegó a lo más alto de la escena alternativa internacional con sus dos primeros discos gracias a canciones de un hedonismo arrebatado y refinado como Take me out y Do yo want to. Una larga década después y cierto bajón creativo, los escoceses han vuelto con su quinto disco, Always ascending (Domino/Music As Usual), un álbum fresco pero tan bailable como experimental.

“Una mezcla homogénea de futurismo y naturalidad”. Así define Alex Kapranos, el líder, cantante y guitarrista de Franz Ferdinand, su quinto disco, que ya adelantaron en el BIME del BEC a finales del año pasado. Y llega después de que el cuarteto se haya refundado tras la marcha del guitarrista Nick McCarthy. Ahora son un quinteto tras la incorporación de Julian Currie (Miamoux Miaumoux) a la guitarra y teclados, y Dino Bardot a la guitarra. “Tuvimos que decidir si queríamos seguir haciendo música como Franz Ferdinand o no. Nos pusimos de acuerdo y dijimos que debíamos seguir”, explicó Thompson a The Argus.

La savia nueva, extraída de la activa escena escocesa, parece haber insuflado una fuerza inesperada a Kapranos, Paul Thomson (batería) y Bob Hardy (bajista). Muchos pensaban que la fría acogida a sus dos discos previos (inmerecida en el caso del cuarto, Right thoughts, right words...) marcaban la inevitable cuesta abajo de una banda que llegó a lo más alto. Craso error, ya que Always ascending les propulsa de nuevo, acercando su título (un deseo, además de la constatación de sus sentimientos respecto a la música) a la realidad.

El álbum, que el grupo grabó tras dejar clara su posición anti-Trump en la canción Demagogue y su colaboración con el grupo Sparks bajo el nombre FFS, cobró forma entre los estudios RAK de Londres y Motorbas parisino, con la ayuda del productor Philippe Zdar, quien ha trabajado con bandas como Cassius, Phoenix o The Beastie Boys.

Refundación Always ascending confirma el renacimiento de una banda que no renuncia a su legado y a su filosofía aunque se revela lo suficientemente valiente para abrir nuevas puertas, no encallarse y demostrar que esta refundación va más allá de los cambios en su formación y que afecta también a su deriva conceptual y artística.

“No se siente, no sientas miedo/la línea de apertura deja un final incierto/siempre, siempre ascendiendo”, canta Kapranos en la canción que abre el disco y que le da título. ¿Claro, no? Y lo acertado de estos versos se envuelven en un tema expansivo y nacido para situarse en los puestos de honor de su discografía. Su ritmo enérgico y cobertura electrónica lo convierten en un hit imparable (ayuda la deliciosa melodía de su estribillo, sus coros y su guitarra tan Talking Heads), carne de pista de baile entre Giordo Moroder y LCD Soundsystem

No es la única canción que arrebata desde la primera escucha. Ya nos sucedió lo mismo con Lazy boy en el BEC, una oda de pop irresistible a la vagancia y al hedonismo con un bajo omnipresente y misteriosos teclados, y Feel the love go, primero con un ritmo maquinal y después funk. Es otro single de eficacia inmediata que dispara los pies, especialmente en su tramo final, cuando se desata un saxofón tórrido y free sobre el beat sintetizado.

El álbum, con muchos ritmos basados en sintetizadores, muestra otros sonidos, más inusuales e igualmente atractivos, que abren nuevas vías a explorar, como la de Paper cages, con su ritmo intrincado; los teclados de la bailable Glimpse of love; el aliento acústico de la cinéfila The Academy award, donde Kapranos usa una voz profunda para reflexionar sobre los medios y la tecnología, con lejanos ecos country-western; o los efluvios sinfónicos del medio tiempo Lois Lane, con unos sintetizadores muy presentes y ecos de pop de los 70.

“Finalmente, he encontrado a mi gente”, canta satisfecho Kapranos en Finally, un tema complejo y eléctrico, con una guitarra que no desentonaría sobre un ritmo reggae. Los Ferdinand parecen ascender, cual Ave Fénix, con un pie en su pasado y otro en el horizonte, como evidencia la enorme Huck and Jim, con un arranque tradicional y las guitarras gruesas (casi metálicas) y los fraseos hip hop posteriores. O Slow don’t kill me slow, la suave y melancólica clausura del CD, con Kapranos demostrando que puede llegar a ser tan buen vocalista como Brett Anderson (Suede) antes de una coda final explorativa y casi psicodélica.

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