Hubo en la Euskadi de los años ochenta una banda de rock ejemplar por su carácter ácrata y contestatario: Eskorbuto. Herederos de una estética punk y libres de ataduras políticas e ideológicas, lo mismo denunciaban las maniobras fascistas del Poder -con Fraga a la cabeza- que tenían la osadía de titular una de sus canciones A la mierda el País Vasco. Es decir, que no se casaban con nadie. Algunos críticos de la época quisieron meterlos en el saco del rock radical, pero ellos, ajenos a cualquier etiqueta o generalización, oficiaron siempre de grupo independiente y, tal como reza uno de sus elepés más conocidos, anti-todo.
A esa misma estirpe de creadores rebeldes e insobornables, imposibles de encasillar, pertenece el escritor Rafael Sánchez Ferlosio. Si uno hace memoria, recordará que en los manuales escolares de literatura éste aparecía únicamente como autor de una novela archifamosa, El Jarama, galardonada en 1956 con el Premio Nadal. Pero Ferlosio -igual que Eskorbuto en el mundo del rock- es mucho más; entre otras cosas, el artífice de una vasta obra ensayística que, desde hace dos años, viene recopilando con impecable gusto la editorial Debate.
Estéticamente, la edición de los ensayos es magnífica y materialmente ejemplar: cuatro volúmenes de envergadura que suman en total tres mil páginas. Sobriamente prologados por Ignacio Echevarría -que ilumina y desbroza un discurso a menudo críptico y enrevesado- cada tomo está ordenado en bloques temáticos que mezclan artículos periodísticos e intervenciones públicas con textos editados en revistas y libros independientes. Así, el primer volumen está dedicado a la gramática, el segundo a la política nacional (con páginas muy ácidas contra la celebración del quinto centenario) y el tercero a conflictos bélicos y asuntos internacionales. La última recopilación, recientemente editada, se hace llamar QWERTYUIOP y lleva el siguiente subtítulo: Sobre enseñanza, deportes, televisión, publicidad, trabajo y ocio.
Si por algo destaca Rafael Sánchez Ferlosio es por su extraordinario dominio de la lengua y por la agudeza y versatilidad de su pensamiento. Considerado entre sus compañeros de profesión raro y extravagante, el escritor se alejó en los años sesenta de los círculos literarios para dedicarse, única y exclusivamente, al estudio de la gramática. Esa labor obsesiva le llevará a conectar sus indagaciones lingüísticas con disciplinas como la historia y la filosofía, cosa que lo convertirá después en uno de los más feroces críticos de la cultura contemporánea. Pocos intelectuales han analizado con igual rigor los discursos del Poder para desnudarlos de retórica y revelarnos su mentira. Quizás solo ese otro disidente moderno que fue Agustín García Calvo.
Estamos ante una obra inagotable que rompe tópicos y cuestiona evidencias, ante el trabajo de un artesano de la palabra que exige, por parte lector, una atención absoluta para la comprensión de su contenido. El esfuerzo merece la pena.